Viernes 10 de febrero de 2012

ver hoy

















































































Es muy grato escribir unas líneas para la tierra que, un día me permitió ver la luz, y me encendió el corazón con la alegría que se desparramó por sus pampas, como un mensaje de paz y esperanza. Alegría traducida en dulces notas de un huayño o de una impetuosa diablada.
Oruro, es el lugar donde no hay un antes ni un después, es siempre un permanente presente de trabajo, esfuerzo y esperanza. La fragua donde se forja el hombre, enfrentando las adversidades con estoica paciencia; esa, que cuando estalla ante las injusticias, se convierte en un grito de auténtica rebeldía, como sucedió en aquel lejano 10 de febrero de 1781, hace 231 años.
Postergado, sí; pero jamás humillado. Oruro, siempre tuvo ese innato sentido de solidaridad con todos los pueblos de nuestra patria, que recibieron a manos llenas las riquezas extraídas de sus entrañas; esa es su orgullosa felicidad, la de haber contribuido al desarrollo de nuestra Bolivia, con todo lo que pudo.
Fue el semillero de muchos adelantos de la modernidad, que hicieron de la ciudad una de las más prósperas a comienzos de la República. La primera ciudad en recibir al ferrocarril que llegó desde Antofagasta, hasta el mismo centro de la ciudad; la primera en contar con calles pavimentadas; servicio telefónico. La primera ciudad en formar un equipo de fútbol, el legendario “Oruro Royal”, a fines del siglo XVIII.