Mario Lara López. Prov. Coronel Jordán - Cochabamba, 1927. Abogado, poeta, narrador y ensayista. Sobrino de Jesús Lara. Formó parte de la Segunda Generación de Gesta Bárbara. Es miembro de la Unión Nacional de Poetas y Escritores – Cochabamba. Ha publicado en antologías, periódicos y revistas del país. Sus poemarios: Amanecer del canto (1966); Voces fraternales (1979) y Hotel Canadá 50 Ctvs (1995-testimonio). El poema que sigue fue escrito en diciembre de 1983 y está dedicado a los médicos que le atendieron en una intervención quirúrgica. (véase p. 2)
El viaje
Los ojos en los ojos de los míos,
inicio la labrantía de mis pasos
tal si fuera en el valle que explosiona en jilgueros.
¿Iré a sembrar los sueños que llevo en los latidos?
¿O a cosechar estrellas que llaman a mi frente?
En fraternales ramas, lo mismo que un hornero,
florece a contraluz Washington Vargas
aleteos orales que no alcanzo:
¿Me augura la exitosa canción en mi odisea?
¿Me envía un bailecito, con olor a retamas,
de su guitarra en vuelo de esperanzas?
¿O, acaso, una acuarela de bermellón y azules
o el poema recóndito de luna y aguacero?
Veo su cirugía que traza en el aire espejos.
Le digo “adiós”, ¿adiós?, rechazo el arpa
que me rotura el pecho.
La mano en un vaivén de kacharpari
le envío unos gorriones que le trinan:
“hasta el orto inmediato de nenúfares
que a la vuelta del prado la primavera estalla”.
¿Los segundos son horas? ¿Es tan largo el camino?:
lo que dura un arrullo y otro arrullo y arrullo.
Y voy como el arroyo de apacible premura
al recinto en que imperan el escalpelo, el yodo…
Presto René del Barco enciende hitos,
es serena la nave que conduce
y mi seguridad con él es remo firme,
firme con el reloj del pulso que me anima
en viaje hasta el fondo de mí mismo.
¿A qué constelación seré llevado?
¿En brazos de qué musas remozaré mis ansias?
¿Cuál piélago seré sin batir alas?
¿Frutal, frutal del tiempo, Marcel Proust me acompaña
a la tan dulce sombra
de menta, de arrayán “de las muchachas
en flor” de naranjales, de albas, de ansiedades?
¿Miguel Hernández, súbito,
el ruiseñor que canta tan alto en mis follajes
como invasión de sol que es mi tesoro?
¿O más me impele el “verde
que te quiero verde” en que naufrago
de emoción en el mar de Federico
García Lorca, el mar que tanto quiero?
Pertinaces pupilas los pequeños
reflectores me inundan de auras lácteas
y claridad lunar
en la mañana en gasas del quirófano
desde el móvil monóculo, ¿Polifemo electrónico?
vigía para el ponto que seré sin moverme.
Espero el arponazo que derribe
muros de resquemor que me rodean.
Del Barco es todo barco de mástiles supremos:
Una fina saeta, ¿de ulala?, hiende breve
mi piel como de mirlo, en tensión, en acecho,
otra, de pez aguja, se va a fondo
y la aguda presión más se me incrusta.
Del Barco es como un mago que anestesia
mis límites exactos,
que sujeta los canes del dolor de mi cuerpo;
pequeño mar en calma, sin gaviotas.
¿Dónde están mis oleajes?
¿Dónde mis playas íntimas?
¿Dónde mis plenilunios compartidos?
(Al sur de mi ecuador naufragó mi albedrío
lo que hace mis andares no responde)
Y manos como roces de alas tiernas
y huellas de gacelas en mi vientre.
¿Me tenderán un puente para seguir soñando,
viajero que me doy sin movimiento?
¿Escindirán la ruta de Caronte
que se irá, sin rozarme, en su brumoso impulso?
Pachamama me tiende con su abrazo kantutas
y un wayño se enternece, de pronto, en mi memoria.
Siento como si abejas de céfiro y garúa
escribieran su paso en mis comarcas
y siento que no siento y miro y miro
con candil de minero en mi cerebro.
Gastón Cornejo asume mi futuro,
Gastón Cornejo nauta en mi horizonte,
suelta en vuelo a su lámpara precisa
y abre con tino eléctrico de auroral diamante
un lado de mi tierra labrantía.
Artífice sutil rehace mis estambres,
pone imanes a músculos en fuga,
reconstruye telares inmediatos.
Detrás del labrador que sangro el surco,
Luis Loayza de pámpanos lozanos,
yendo a mi amanecer y paso a paso
rebuscando luciérnagas, enjambres,
recuperando zonas, ligamentos,
¿el eslabón perdido que requiero?,
pespunteando su pulso en mi epidermis.
Y oigo voces que apagan su sonido
o elevan en sinfónica raigambre
la orquestación de tactos y actitudes.
¿Qué costuras me advierten las palabras?
¿Unen mis latitudes separadas?
¿Rubricaron mi red terrazgo adentro?
¿Dieron su sepultura a la hernia que pugnaba
por echar diques míos?
y hondonadas cautivas y caricias.
Del Barco en vecindad de nuevas playas
me libera con aire, aire como de huerto
y respiro azucenas y me miro
más me miro sin verme.
De nuevo en su labor de colibríes,
de nuevo hojas pacientes las manos timoneles
del bajel-bisturí, rayo que orienta
Gastón Cornejo en mí, en mi geografía…
Me voy por mis orillas
y penetro en el confín de la conciencia:
“padre”, invoco a mi padre que pervive
en lo más repentino de mi arcilla.
¿Tal vez soy en sus márgenes el niño que una noche
lo vio en los volcanes de sus morteros justos,
ya no entre las seguras de la fusilería
o en trémula efusión de codornices ígneas,
ay, de ametralladoras con ebriedad felina
volver –nueva Odisea– de las fraguas del Chaco?
¡Mi padre es más mi padre, más me inunda su savia!
Mi fervor que eclosiona: “¡tío Jesús!”, mi tío,
raíz de la raíz que me sostiene,
mi tío, paternal, va hacia las cúspides
de “Surumi” y me extiende brazadas de insurgencia
y cóndores que dejan su coraje en mis sienes.
¡Mi tío en la simiente de sus huesos tan fértiles!
Y el corazón roturan palomas mensajeras
del primer amor, beso que me besa
con labios de frutilla y brasa adolescente
y surge de un cuaderno de laderas rosáceas
la colegiala diáfana de margaritas íntimas.
Tomo la espiga rubia que se eleva en mi pecho
sembrando aún de luceros mis nocturnos
y su incendio me quema con magnolias
y hondonadas cautivas y caricias.
Y la que fue ternura de ojos grandes,
más dulce que la miel, la leche misma,
con magnetismo de alba en sus miradas,
sensible como el lirio, fuego en rosas,
retocando en los pianos del aura golondrinas.
Y aquella que era brisa, coral en acuarelas,
silabario de trinos, pincel de maizales,
clavel en mis inviernos y oquedades,
cosecha en lo más dulce del domingo.
Y la mozuela, tierna, con suavidad de poma,
traviesa, juguetona de lloviznas,
con las manos abiertas en la gleba,
sembrando mariposas en el aire,
lozana de palomas,
Samaritana en trance, siempre en trance
de colmar al sediento que en mí existe.
Vuelvo de mis praderas interiores,
pliega el reloj sus alas al llegar a la meta
mientras en mí se cierra el calendario
de las manos que enlazan la vida con la vida
que me hará frutecer más en la tierra,
esta tierra que llevo en las arterias,
tan mía de charangos y chilijchis.
Fuente: LA PATRIA
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