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Invitado


Domingo 16 de octubre de 2011

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Cultural El Duende

Mario Lara López

16 oct 2011

Fuente: LA PATRIA

Mario Lara López. Prov. Coronel Jordán - Cochabamba, 1927. Abogado, poeta, narrador y ensayista. Sobrino de Jesús Lara. Formó parte de la Segunda Generación de Gesta Bárbara. Es miembro de la Unión Nacional de Poetas y Escritores – Cochabamba. Ha publicado en antologías, periódicos y revistas del país. Sus poemarios: Amanecer del canto (1966); Voces fraternales (1979) y Hotel Canadá 50 Ctvs (1995-testimonio). El poema que sigue fue escrito en diciembre de 1983 y está dedicado a los médicos que le atendieron en una intervención quirúrgica. (véase p. 2)

El viaje

Los ojos en los ojos de los míos,

inicio la labrantía de mis pasos

tal si fuera en el valle que explosiona en jilgueros.

¿Iré a sembrar los sueños que llevo en los latidos?

¿O a cosechar estrellas que llaman a mi frente?

En fraternales ramas, lo mismo que un hornero,

florece a contraluz Washington Vargas

aleteos orales que no alcanzo:

¿Me augura la exitosa canción en mi odisea?

¿Me envía un bailecito, con olor a retamas,

de su guitarra en vuelo de esperanzas?

¿O, acaso, una acuarela de bermellón y azules

o el poema recóndito de luna y aguacero?

Veo su cirugía que traza en el aire espejos.

Le digo “adiós”, ¿adiós?, rechazo el arpa

que me rotura el pecho.

La mano en un vaivén de kacharpari

le envío unos gorriones que le trinan:

“hasta el orto inmediato de nenúfares

que a la vuelta del prado la primavera estalla”.

¿Los segundos son horas? ¿Es tan largo el camino?:

lo que dura un arrullo y otro arrullo y arrullo.

Y voy como el arroyo de apacible premura

al recinto en que imperan el escalpelo, el yodo…

Presto René del Barco enciende hitos,

es serena la nave que conduce

y mi seguridad con él es remo firme,

firme con el reloj del pulso que me anima

en viaje hasta el fondo de mí mismo.

¿A qué constelación seré llevado?

¿En brazos de qué musas remozaré mis ansias?

¿Cuál piélago seré sin batir alas?

¿Frutal, frutal del tiempo, Marcel Proust me acompaña

a la tan dulce sombra

de menta, de arrayán “de las muchachas

en flor” de naranjales, de albas, de ansiedades?

¿Miguel Hernández, súbito,

el ruiseñor que canta tan alto en mis follajes

como invasión de sol que es mi tesoro?

¿O más me impele el “verde

que te quiero verde” en que naufrago

de emoción en el mar de Federico

García Lorca, el mar que tanto quiero?

Pertinaces pupilas los pequeños

reflectores me inundan de auras lácteas

y claridad lunar

en la mañana en gasas del quirófano

desde el móvil monóculo, ¿Polifemo electrónico?

vigía para el ponto que seré sin moverme.

Espero el arponazo que derribe

muros de resquemor que me rodean.

Del Barco es todo barco de mástiles supremos:

Una fina saeta, ¿de ulala?, hiende breve

mi piel como de mirlo, en tensión, en acecho,

otra, de pez aguja, se va a fondo

y la aguda presión más se me incrusta.

Del Barco es como un mago que anestesia

mis límites exactos,

que sujeta los canes del dolor de mi cuerpo;

pequeño mar en calma, sin gaviotas.

¿Dónde están mis oleajes?

¿Dónde mis playas íntimas?

¿Dónde mis plenilunios compartidos?

(Al sur de mi ecuador naufragó mi albedrío

lo que hace mis andares no responde)

Y manos como roces de alas tiernas

y huellas de gacelas en mi vientre.

¿Me tenderán un puente para seguir soñando,

viajero que me doy sin movimiento?

¿Escindirán la ruta de Caronte

que se irá, sin rozarme, en su brumoso impulso?

Pachamama me tiende con su abrazo kantutas

y un wayño se enternece, de pronto, en mi memoria.

Siento como si abejas de céfiro y garúa

escribieran su paso en mis comarcas

y siento que no siento y miro y miro

con candil de minero en mi cerebro.

Gastón Cornejo asume mi futuro,

Gastón Cornejo nauta en mi horizonte,

suelta en vuelo a su lámpara precisa

y abre con tino eléctrico de auroral diamante

un lado de mi tierra labrantía.

Artífice sutil rehace mis estambres,

pone imanes a músculos en fuga,

reconstruye telares inmediatos.

Detrás del labrador que sangro el surco,

Luis Loayza de pámpanos lozanos,

yendo a mi amanecer y paso a paso

rebuscando luciérnagas, enjambres,

recuperando zonas, ligamentos,

¿el eslabón perdido que requiero?,

pespunteando su pulso en mi epidermis.

Y oigo voces que apagan su sonido

o elevan en sinfónica raigambre

la orquestación de tactos y actitudes.

¿Qué costuras me advierten las palabras?

¿Unen mis latitudes separadas?

¿Rubricaron mi red terrazgo adentro?

¿Dieron su sepultura a la hernia que pugnaba

por echar diques míos?

y hondonadas cautivas y caricias.

Del Barco en vecindad de nuevas playas

me libera con aire, aire como de huerto

y respiro azucenas y me miro

más me miro sin verme.

De nuevo en su labor de colibríes,

de nuevo hojas pacientes las manos timoneles

del bajel-bisturí, rayo que orienta

Gastón Cornejo en mí, en mi geografía…

Me voy por mis orillas

y penetro en el confín de la conciencia:

“padre”, invoco a mi padre que pervive

en lo más repentino de mi arcilla.

¿Tal vez soy en sus márgenes el niño que una noche

lo vio en los volcanes de sus morteros justos,

ya no entre las seguras de la fusilería

o en trémula efusión de codornices ígneas,

ay, de ametralladoras con ebriedad felina

volver –nueva Odisea– de las fraguas del Chaco?

¡Mi padre es más mi padre, más me inunda su savia!

Mi fervor que eclosiona: “¡tío Jesús!”, mi tío,

raíz de la raíz que me sostiene,

mi tío, paternal, va hacia las cúspides

de “Surumi” y me extiende brazadas de insurgencia

y cóndores que dejan su coraje en mis sienes.

¡Mi tío en la simiente de sus huesos tan fértiles!

Y el corazón roturan palomas mensajeras

del primer amor, beso que me besa

con labios de frutilla y brasa adolescente

y surge de un cuaderno de laderas rosáceas

la colegiala diáfana de margaritas íntimas.

Tomo la espiga rubia que se eleva en mi pecho

sembrando aún de luceros mis nocturnos

y su incendio me quema con magnolias

y hondonadas cautivas y caricias.

Y la que fue ternura de ojos grandes,

más dulce que la miel, la leche misma,

con magnetismo de alba en sus miradas,

sensible como el lirio, fuego en rosas,

retocando en los pianos del aura golondrinas.

Y aquella que era brisa, coral en acuarelas,

silabario de trinos, pincel de maizales,

clavel en mis inviernos y oquedades,

cosecha en lo más dulce del domingo.

Y la mozuela, tierna, con suavidad de poma,

traviesa, juguetona de lloviznas,

con las manos abiertas en la gleba,

sembrando mariposas en el aire,

lozana de palomas,

Samaritana en trance, siempre en trance

de colmar al sediento que en mí existe.

Vuelvo de mis praderas interiores,

pliega el reloj sus alas al llegar a la meta

mientras en mí se cierra el calendario

de las manos que enlazan la vida con la vida

que me hará frutecer más en la tierra,

esta tierra que llevo en las arterias,

tan mía de charangos y chilijchis.

Fuente: LA PATRIA
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