Solemnidad del Corpus Christi

La Iglesia Católica celebra cada año la fiesta del Corpus Christi o sea del Cuerpo y la Sangre de Cristo, reviviendo la institución de la Eucaristía que tuvo lugar el Jueves Santo, cuando Jesús durante la �ltima Cena con sus apóstoles convirtió el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre y se lo dio para que pudieran recibirlo y así estar íntimamente unidos con Jesús.

Pero, además, la Iglesia Católica a lo largo del tiempo fue descubriendo que Jesús no sólo quiso que lo recibamos en la Sagrada Comunión cuando se celebra la Santa Misa, sino que también podamos adorarlo como el Hijo de Dios hecho hombre, visitándolo y acompañándolo en las Iglesias donde las hostias consagradas se guardan en el Sagrario o se exponen a la adoración de los fieles.

Jesús había prometido a sus discípulos que después de su muerte �l nos enviaría al Rúaj Santa (Espíritu) para que habitase en los corazones de los creyentes mediante el bautismo y los demás sacramentos de la Iglesia. Pero también se dio cuenta de que era conveniente su presencia sacramental en la Sagrada Hostia expuesta a la adoración de los fieles.

De esta manera los fieles no solo podemos comer el cuerpo y la sangre de Cristo, sino también estar con �l como nuestro mejor amigo. Jesús quiere estar con nosotros mientras vivamos y luego acoger nuestras almas hasta que llegue nos ha hecho al quedarse con nosotros visible de modo sacramental hasta el final de los tiempos. �l quiere que lo visitemos y adoremos.

Pasaron varios siglos hasta que la Iglesia descubrió la importancia de la adoración pública y solemne a Jesús sacramentado. Para ello movió a Juliana, niña huérfana nacida en 1193, cerca de Lieja en Bélgica en 1193 y educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando fue mayor ingresó en el convento e hizo su profesión religiosa, siendo luego superiora de su comunidad, aunque por diferentes intrigas tuvo que dejar del convento y murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses.

Juliana, desde joven, sintió una gran devoción al Santísimo Sacramento y siempre añoraba que se celebrase una fiesta especial en su honor. Según ella relata ese deseo se intensificó en una visión en la que vio a la Iglesia como una luna llena brillante, pero con una mancha negra, que significaba la ausencia de la celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Comunicó su mensaje a varias personalidades de la Iglesia entre ellas al obispo de Lieja, Roberto de Thorete y también a Jacques Pantaleón que más tarde sería elegido Papa con el nombre de Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de iniciar fiestas en sus diócesis, convocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración del Cuerpo de Cristo se tuviera al siguiente año, pero él murió y no pudo celebrar la primera fiesta.

Una ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y que también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Lieja, para que pidiera al Papa extender la celebración de esa fiesta al mundo entero. Urbano IV, el 8 de septiembre de 1264, por medio de la bula "Transiturus", después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó celebrar la solemnidad del "Corpus Christi" en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad.

Al mismo tiempo otorgó muchas indulgencias a todos los fieles que en ese día asistieran a la santa misa y a la liturgia de las horas. El gran teólogo, santo Tomás de Aquino, compuso la letra de varios himnos eucarísticos, admirados también por otros grupos cristianos.

El Papa Clemente V en el Concilio General de Viena (1311), ordenó la celebración de esta fiesta. Al principio no se hacía la procesión con el Santísimo, pero luego se empezó a realizar, enriquecida por las indulgencias que concedieron los papas a los fieles que celebrasen el Corpus Christi.

Las procesiones se propagaron con celeridad en muchos países europeos y también latinoamericanos. Una de las más importantes fue la celebrada en Potosí, que gracias al descubrimiento de minas de plata se convirtió en una de las ciudades más importantes del mundo. Las fastuosas procesiones en la que participaban varias cofradías, tenían como centro la custodia artística costosísima, elaborada por distinguidos orfebres con metales preciosos y diamantes, donde se insertaba la Hostia consagrada.

Hoy también en Bolivia se siguen manteniendo estas tradiciones, ya sin tanto fasto, pero se han añadido los tapetes florales que grupos de jóvenes elaboran por la noche en las calles por las que va a pasar la procesión con el Cuerpo de Jesús en la Hostia consagrada. Quiera el Señor que estas fiestas no se queden como meras celebraciones rituales, sino que el amor a Jesús sacramentado nos haga solidarios de las personas que sufren necesidades corporales o espirituales y busquemos la verdadera paz familiar y social, basada en la justicia y en la fraternidad.