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Domingo 10 de marzo de 2019

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Prórroga presidencial

10 mar 2019

El 15 de febrero de 1925, la señora Julia Bustillos de Saavedra, esposa del Dr. Bautista Saavedra Mallea, quien fuera Presidente de Bolivia entre el 28 de enero de 1921 y el 3 de septiembre de 1925, dirigió una misiva al Dr. Daniel Salamanca Urey haciéndole reclamaciones por el "manifiesto condenatorio" que este escribiera a propósito de la prórroga presidencial y donde, en su criterio, abundaban juicios exagerados sobre el Mandatario

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Primera parte

La Paz 15 de febrero de 1925

Señor Dr. Daniel Salamanca

Ciudad

Señor:

He leído el manifiesto escrito por usted, condenando la anunciada prórroga presidencial. Ningún espíritu bien intencionado, ningún patriota dejará de pensar como usted sobre asunto de tan vital importancia para el país.

Pero, ha de perdonar usted una breve rectificación en lo que se refiere al gobierno de mi esposo, don Bautista Saavedra. Una frase condenatoria suya, contenida en dicho manifiesto, me obliga a tal rectificación. Ante todo, debo llamar su atención sobre el recuerdo, siempre elogioso que diariamente se hace por amigos y adversarios, de las altas condiciones de gobernante que tuvo don Bautista Saavedra. Ha sido suficiente un breve lapso, apenas de un período presidencial, para que se pronuncie el fallo justiciero en su favor. La opinión pública en todas sus manifestaciones, así lo ha establecido. A esta hora, cuando el país se halla agobiado moral y materialmente, es Saavedra indudablemente, aunque no sea yo la llamada a constatarlo, el hombre que encarna las aspiraciones populares y el ansia de mejores días para la nación.

Pero, ha de perdonar usted una breve rectificación en lo que se refiere al gobierno de mi esposo, don Bautista Saavedra. Una frase condenatoria suya, contenida en dicho manifiesto, me obliga a tal rectificación. Ante todo, debo llamar su atención sobre el recuerdo, siempre elogioso que diariamente se hace por amigos y adversarios, de las altas condiciones de gobernante que tuvo don Bautista Saavedra. Ha sido suficiente un breve lapso, apenas de un período presidencial, para que se pronuncie el fallo justiciero en su favor. La opinión pública en todas sus manifestaciones, así lo ha establecido. A esta hora, cuando el país se halla agobiado moral y materialmente, es Saavedra indudablemente, aunque no sea yo la llamada a constatarlo, el hombre que encarna las aspiraciones populares y el ansia de mejores días para la nación.

¿Por qué, doctor Salamanca? No será por cierto porque "gobernó a patadas". Creía que el correr del tiempo había borrado de su ánimo los exagerados juicios que en días de lucha intensa, supo usted lanzarlos al comentario público.

Estuve segura de que por la fuerza misma de los acontecimientos, por la lógica deducción de lo que se hace hoy y se hizo antes del gobierno de Saavedra, usted había rectificado ya al menos una parte de sus convicciones, y en el sereno estudio de los hombres y de las épocas, ese gobierno había merecido también de sus labios una indulgente aprobación.

Veo que estuve engañada. Y usted perdone mi franqueza. La pasión domina aún sus juicios. Porque no de otra manera se puede pensar de un aserto tan fuera de lugar como de justificación. El rencor, tanto tiempo contenido, ha encontrado en esta ocasión una fácil válvula de escape para dañar a Saavedra, quien fue siempre en horas de lucha, su "mejor amigo" según afirmaba usted reiteradas veces.

Pero, ¿qué es lo que ha hecho don Bautista Saavedra para merecer tal condenación, de quien consideraba yo un alma grande y noble? El manifiesto de usted lo está diciendo entre líneas: fue un hombre respetuoso de la constitución, no se prorrogó ni intentó hacerlo, en su periodo presidencial, a pesar de la voluntad de sus amigos, reconociendo su progresista administración. Bastaría esto para dejar establecido que Saavedra está a cien codos sobre cualquier gobernante ambicioso. Hoy, según verá usted por el documento que le incluyo, está combatiendo, con los mismos razonamientos que usted aduce, la funesta prórroga.

Dejando de lado la cuestión prórroga, ha querido usted referirse a los "actos de violencia" de aquel gobierno, queriendo comparar con los iguales del actual. ¡Cuánta diferencia! Juzgando con criterio ecuánime, Saavedra, en efecto, sin violencias, cometió, no fue sin duda por el deseo de gobernar a patadas. Usted sabe, doctor Salamanca, cómo fue combatido ese gobierno. Y con cuánta injusticia. Desaparecieron todos los sentimientos de amistad, de lealtad para con el correligionario, de amor a la patria y de respeto al progreso político, para dar paso a los egoísmos, al desenfreno de las pasiones, a la intentona revolucionaria perpetua y hasta al crimen.

Saavedra tuvo que luchar no sólo contra el adversario político, sino principalmente contra los amigos de la víspera, contra sus mejores amigos. Y, ¿por qué? Sin saber todavía lo que haría en el gobierno, sin conocer uno solo de sus actos, sin medir por algún hecho aislado sus intenciones de buen o mal gobernante, desde el día mismo de su ascensión al gobierno, mejor dicho, desde mucho antes, todo el camino que debía recorrer durante su pesada tarea, estuvo sembrado de odios y rencores. No hubo el más ligero rasgo de hidalguía y de patriotismo en sus detractores. Todo fue declararle la guerra a muerte. Usted, doctor Salamanca, lleva en esa hostilidad sañuda, la peor parte, porque las consecuencias las estamos palpando aún. Fue su retiro de la dirección del partido, su negativa a toda la colaboración, la que imitada por otro grupo de amigos, trajo la división de aquella fracción política tan poderosa antes, y más tarde la serie de planes revolucionarios, la diatriba periodística, en fin, la enorme actividad bélica que tuvo que afrontar Saavedra, llegando muchas veces -él no lo niega- a dictar medidas enérgicas, de elemental prudencia, en defensa del orden y de la autoridad constituida. A pesar de todo, esas medidas jamás llegaron a perpetuarse ni a servir como norma de gobierno. Ellas fueron eventuales, a medida que los sucesos las imponían. Por un lado, la prédica revolucionaria constante, la revolución misma, y por otra ¿debía quedar cruzado de brazos el encargado de velar por el orden y el respeto a las leyes? Los que así pensaban creyeron encontrar todo género de abusos de poder. Hoy, sin embargo, son los primeros en confesar su intervención armada contra ese mandatario. ¿Cabe mayor injusticia y falsedad que comparar con los desaciertos de la hora actual en la que predomina el estado de sitio permanente, la mordaza a la prensa, los destierros, los confinamientos, etc., también permanentes?

Mucho tendría que escribirle sobre este y otros puntos análogos que atañen directamente a mi esposo. No deseo iniciar una polémica para la cual ni soy la capacitada, ni creo que ha llegado la oportunidad. Me reduzco a puntualizar lo que en ausencia de mi esposo creo mi deber hacerlo. El hombre que por fuerza de las circunstancias llegó a gobernar el país, como consecuencia de la revolución del 12 de julio de 1920 está deseoso de que se lo juzgue en la forma más amplia e imparcial posible. A eso venía al país, sereno y tranquilo, porque en su conciencia nada pesa que no sea la satisfacción de haber hecho cuanto estuvo en su voluntad hacerlo en bien del país. Si no pudo más, no fue porque esa voluntad se doblegó, sino porque sus horas de trabajo fueron distraídas en la atención de la enconada campaña a la que se le invitó contrarrestar.

Mientras pueda ingresar libremente al país, no cesará en su actividad patriótica desde la frontera. Es una fuerza irresistible para él fuera de que su parte de responsabilidad, como hombre de Estado y jefe político, le obliga a seguir velando por la institucionalidad de su patria. Por suerte, en este silencio, en esta quietud de las fuerzas intelectuales de Bolivia, su voz y ya no está aislada. Es la palabra muy autorizada de usted que ha venido a dar mayor fuerza a la cuestión palpitante del momento, que es la defensa del país contra el enorme atentado que está para sufrir con la prórroga.

Quiera usted, doctor Salamanca, recibir mis más sinceras felicitaciones por su levantada actitud.

Julia Bustillos de Saavedra

Para tus amigos: