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Primera parte
La Paz 15 de febrero de 1925
Señor Dr. Daniel Salamanca
Ciudad
Señor:
He leÃdo el manifiesto escrito por usted, condenando la anunciada prórroga presidencial. Ningún espÃritu bien intencionado, ningún patriota dejará de pensar como usted sobre asunto de tan vital importancia para el paÃs.
Pero, ha de perdonar usted una breve rectificación en lo que se refiere al gobierno de mi esposo, don Bautista Saavedra. Una frase condenatoria suya, contenida en dicho manifiesto, me obliga a tal rectificación. Ante todo, debo llamar su atención sobre el recuerdo, siempre elogioso que diariamente se hace por amigos y adversarios, de las altas condiciones de gobernante que tuvo don Bautista Saavedra. Ha sido suficiente un breve lapso, apenas de un perÃodo presidencial, para que se pronuncie el fallo justiciero en su favor. La opinión pública en todas sus manifestaciones, asà lo ha establecido. A esta hora, cuando el paÃs se halla agobiado moral y materialmente, es Saavedra indudablemente, aunque no sea yo la llamada a constatarlo, el hombre que encarna las aspiraciones populares y el ansia de mejores dÃas para la nación.
Pero, ha de perdonar usted una breve rectificación en lo que se refiere al gobierno de mi esposo, don Bautista Saavedra. Una frase condenatoria suya, contenida en dicho manifiesto, me obliga a tal rectificación. Ante todo, debo llamar su atención sobre el recuerdo, siempre elogioso que diariamente se hace por amigos y adversarios, de las altas condiciones de gobernante que tuvo don Bautista Saavedra. Ha sido suficiente un breve lapso, apenas de un perÃodo presidencial, para que se pronuncie el fallo justiciero en su favor. La opinión pública en todas sus manifestaciones, asà lo ha establecido. A esta hora, cuando el paÃs se halla agobiado moral y materialmente, es Saavedra indudablemente, aunque no sea yo la llamada a constatarlo, el hombre que encarna las aspiraciones populares y el ansia de mejores dÃas para la nación.
Veo que estuve engañada. Y usted perdone mi franqueza. La pasión domina aún sus juicios. Porque no de otra manera se puede pensar de un aserto tan fuera de lugar como de justificación. El rencor, tanto tiempo contenido, ha encontrado en esta ocasión una fácil válvula de escape para dañar a Saavedra, quien fue siempre en horas de lucha, su "mejor amigo" según afirmaba usted reiteradas veces.
Dejando de lado la cuestión prórroga, ha querido usted referirse a los "actos de violencia" de aquel gobierno, queriendo comparar con los iguales del actual. ¡Cuánta diferencia! Juzgando con criterio ecuánime, Saavedra, en efecto, sin violencias, cometió, no fue sin duda por el deseo de gobernar a patadas. Usted sabe, doctor Salamanca, cómo fue combatido ese gobierno. Y con cuánta injusticia. Desaparecieron todos los sentimientos de amistad, de lealtad para con el correligionario, de amor a la patria y de respeto al progreso polÃtico, para dar paso a los egoÃsmos, al desenfreno de las pasiones, a la intentona revolucionaria perpetua y hasta al crimen.
Quiera usted, doctor Salamanca, recibir mis más sinceras felicitaciones por su levantada actitud.
Julia Bustillos de Saavedra
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