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Domingo 24 de febrero de 2019

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Cultural El Duende

Regreso

24 feb 2019

Manuel Vargas

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Julio Párraga empuja la tranca escondida entre las enredaderas, los palos podridos se desploman en silencio. Avanza por el sendero verde, en el patio un perro le muestra los dientes, él sigue avanzando y su enemigo retrocede con un gruñido apagado. Julio empuja la puerta. No hay nadie en la entrada, ni en la cuadra, ni en la cocina. Sale al patio, la cara sudada, a punto de desinflarse en sollozos, mira a todas partes, ve unas gradas musgosas y comienza a bajar.

Yo soy Julio Párraga, hace siete años que he muerto, digo me mataron. Y ahora he decidido entrar a la casa blanca donde vive Lucila, mía la noche de mi muerte. Los muertos recientes me contaron que ella vivía aquí en la Rayuela y tenía un hijo: nuestro hijo.

Hace días llegó a este mundo un viejo, como yo estaba escondido en mis barbas de penas, no me reconoció y comenzó a contar: vea usté lo que es la trampa. Lucila era la hija querida de don Crisanto, hasta que llegaron las pestes y las sequías. El tata envejeció, la hija se metió con un cualquiera y comenzaron los escándalos. Sí, el viejo mató al gallo cuando lo pilló en la cama con su hija. Desde entonces ella desapareció. Unos creíamos que se fue a Santa Cruz con algún camba, otros que se enterró viva y se condenó... Al año apareció en una casa de la pampa de la Rayuela, con guagua y loca.

Hace días llegó a este mundo un viejo, como yo estaba escondido en mis barbas de penas, no me reconoció y comenzó a contar: vea usté lo que es la trampa. Lucila era la hija querida de don Crisanto, hasta que llegaron las pestes y las sequías. El tata envejeció, la hija se metió con un cualquiera y comenzaron los escándalos. Sí, el viejo mató al gallo cuando lo pilló en la cama con su hija. Desde entonces ella desapareció. Unos creíamos que se fue a Santa Cruz con algún camba, otros que se enterró viva y se condenó... Al año apareció en una casa de la pampa de la Rayuela, con guagua y loca.

Sólo espero que vuelva, que se acuerde de los senderos como víboras de la Rayuela... Volverá, vendrá silbando en medio del remolino, como esa vez... Mirará esta casa descascarada escondida entre los parrales verdes. Desde la ventana lo veré llegar con su barba de salvajina, sus ropas tiesas y su bastón. El fantasma de mi perro no podrá detenerlo. Se apegará y yo gritaré con toda mi alma. �l dará un salto, se perderá su barba y aparecerá brillante en su caballo blanco... y verá una flor de tarco en la ventana. Me desvestirá en la lluvia, abriré las piernas y él será un pedazo de mí y yo un pedazo de él...

Así hablaban de mi amor los viejos. Todavía no estaban tan muertos como para comprender la vida.

Hace poco murió también un muchacho y le pregunté qué sabía de Lucila Marón. Ah, ¿la Condenada?, me dijo. Pues vive en la pampa de la Rayuela, en la casa blanca. Mis mayores me recomendaron que no me acerque por ahí. Por lo mismo un día me acerqué, crucé los parrales y corrí hasta la Laguna Azul; desde entonces caí enfermo hasta que me morí. Dizque antes el camino a Guadalupe pasaba por cerca de esa casa, ahora lo han desviado...

Pobre mi hijito, dice mi mami. Yo no digo nada. La dejo hablar sola, subo las gradas y me pongo a jugar con el gato. ¡Santo, vení, dice mi mami. ¡Ese gato es la Trampa!

Así debe ser, porque llega la noche y comienzan a brillarle los ojos, su maullido se vuelve viento y desaparece. Entonces me pongo a mirar la luna ensartada en las espinas del chirimolle. Sopla el viento, la luna se desprende y queda colgando en la noche.

Mami Luz dice que al Julio le dio la luna y que mi gato es la Trampa y yo no digo nada.

Todas esas fantasías me empujaron a buscar a Lucila. Salí de mi cajón y me fui a Guadalupe a tomar chicha con los vivos. Al amanecer me vine a la Rayuela. Ahora toda la pampa está verde y húmeda. He pasado la muralla cubierta de enredaderas, más allá la yerba forma surcos torcidos hasta el patio, la senda entre dos hileras de flores lleva a la casa, tan blanca como a punto de esfumarse.

Me acerco al patio, los pelos se me encrespan al escuchar un ladrido. Comienzo a rondar la casa y no puedo evitar los quejidos de animal en celo. ¿Por qué la gente habla mal de Lucila? ¿Fui yo el culpable? ¿Su padre, la Trampa, el tiempo? Pero en mí la vida no pasa, metido en un cajón o metido en este animal sigo existiendo. Para muchos no existen los recuerdos ni los misterios. Para los niños sólo existen cuentos de condenados y almas en pena, les llenan de miedo y mentiras. Ahora vengo a encontrar mi vida. Dejo de dar vueltas y me enfrento a los ladridos de mi enemigo... Se acerca, lo amenazo con mis garras y comienza a retroceder hasta esfumarse. ¿Ya no hay vivos aquí? ¿No estará mi hijo jugando entre las flores? ¿No estará mi amor esperándome?

Desde el rincón del patio veo la puerta entornada. ¿No me esperas? ¿Está al fin la comida lista, la ropa lista, el cuerpo listo? Te veo siempre jovencita, te veo niña bailando la fiesta del amor. Yo también soy joven, estoy en cuerpo y alma, reluciente de sudor, respirando aire de lluvias. Me esperas desde siempre, me esperas desde ayer, después de cien años te vengo a ver. .. Mi mente se desenmarañó de los abrojos de ilusiones y recuerdos, crucé el patio y empujé la puerta, pasé a la cuadra, entré a la cocina, no había nadie, ¿o acaso era imposible mi vuelta? Entonces advertí que no podía tener llanto ni suspiros sino apenas ronroneos.

-¡Santo! ¡Ande vas! -la madre desde su encierro.

-¿Mami? -el niño en el patio.

-Vení a las gradas a botar este...

-Voy a buscar mi gatito. Lo he soñado rondando la casa.

-¡Vení a botar este gato muerto de las gradas!

Manuel Vargas Severiche.

Vallegrande, 1952. Escritor.

De: "Cuentos tristes" 2004

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