Tiranías socialistas, ¿por qué?

I. La Iglesia Católica y los socialistas del siglo XXI

El opositor Antonio Ledezma, que ejerció como alcalde de Caracas entre 2008 y 2015, ahora exiliado en Madrid después de catorce meses de prisión por el simple hecho de oponerse a Maduro, afirma que el régimen liderizado por Nicolás Maduro es una «narco-dictadura».

Aunque el Obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio, ha volcado la cara al otro lado respecto de la extremadamente crítica situación social y política de Venezuela, como también respecto de Nicaragua, casi la totalidad de las jerarquías eclesiásticas venezolana, así como la nicaragüense están a la vanguardia de la oposición en ambos países, -salvo excepciones tanto en uno como en el otro país, de miembros del clero marxistizados e identificados con los gobiernos de Maduro y Ortega, en la corriente de la «teología de la revolución».

La Conferencia Episcopal venezolana, en 2018 se refirió en contundentes declaraciones a la gravísima situación, hoy sin precedentes, de Venezuela el país con mayor inflación del mundo, con un éxodo de tres millones de venezolanos, y con una crisis humanitaria que ha llegado a niveles catastróficos.

Los valientes prelados de Venezuela denunciaron que el chavismo «en vez de limitarse a redactar una nueva Constitución, pretende erigirse en un suprapoder con funciones ejecutivas y judiciales»

Se «vive una situación dramática y de extrema gravedad por el deterioro del respeto a sus derechos y de su calidad de vida, sumido en una creciente pobreza y sin tener a quien acudir. Es un pecado que clama al cielo querer mantener a toda costa el poder y pretender prolongar el fracaso e ineficiencia de estas últimas décadas: ¡es moralmente inaceptable!» (Exhortación del Episcopado Venezolano. 9-01-2019, n.2).

Uno se pregunta, ¿cómo es posible que se haya llegado a esa situación oprobiosa y tiránica?

II. El liberalismo abre el camino para las dictaduras marxistas

«La Ilustración lleva al Liberalismo, que consiste en la afirmación de la libertad del hombre por sí misma, independiente de la voluntad de Dios y del orden natural por �l creado. Implantado en las antiguas naciones cristianas desde finales del siglo XVIII, hasta nuestros días, en un crecimiento cada vez más acelerado, fue entendido desde el principio por el Magisterio apostólico como el rechazo de la soberanía de Dios sobre el hombre y el mundo. Es, pues, un modo histórico del naturalismo militante, un ateísmo práctico, una rebelión contra Dios (1888, León XIII, encíclica Libertas 1,11,24). Y es muy importante entender bien que del liberalismo nacen el socialismo y el comunismo: son hijos suyos naturales (1937, Pío XI, encíclica Divini Redemptoris). Liberalismo, socialismo y comunismo son entre sí familiares de la misma sangre» (José María Iraburu, Naturalismo liberal).

El orden liberal ha dominado durante mucho tiempo el mundo moderno, ese orden, se basa en los pilares del Estado de Derecho, las libertades individuales, el gobierno representativo y el libre mercado.

El liberalismo clásico prometía libertad individual ilimitada y la autorrealización. Esta afirmación exagerada tenía que tener alguna base en la realidad y usualmente involucraba mucho trabajo y determinación. También presupone una noción clásica de libertad que sostiene que la verdadera libertad proviene de controlar las pasiones desenfrenadas. Una persona sin vicios esclavizantes es verdaderamente libre.

«En la autosuficiencia del orden temporal inaugurada por el Iluminismo y el espíritu burgués, y habida cuenta del "alejamiento" del Dios cristiano sustituido por el anónimo Arquitecto, la libertad o se convierte con la necesidad cósmica y se niega a sí misma, o se hace absoluta convirtiéndose de medio en fin. Esta libertad no "ligada" a nada (absoluta) expresa la plena autosuficiencia del mundo en el cual el hombre se convierte en su Demiurgo� Esta libertad ya nada tiene que ver con la libertad cristiana ni con la libertad metafísica, y es la libertad que proclamará la trilogía masónica: "libertad, igualdad, fraternidad".

Es lógico que esta concepción del hombre -común denominador de todos los «liberalismos»- alimenta en su seno el naturalismo y el racionalismo, el racionalismo y el irracionalismo, el individualismo y la posibilidad del socialismo, la auto-suficiencia del pensamiento y la igualación de todas las religiones, la disolución de la familia (sustituida por el «amor libre» de los iluministas) y el permisivismo moral. En pocas palabras, estamos ante una verdadera concepción del mundo que, en el orden práctico, implica una concepción del orden político-social» (Alberto Caturelli, Liberalismo y apostasía).

Así, la libertad posmoderna tiene como bandera hacer aquello que agrada al instante, independientemente de las consecuencias. A las personas se les dice que pueden ser o autoidentificarse como lo que se imaginan ser.

Esta libertad distorsionada no necesita estar basada en la realidad, y engendra un odio intenso. Cuando las personas de todos lados se entregan a sus fantasías, se desconectan de aquellas instituciones morales que ayudan a frenar las pasiones, abandonan las normas de civismo y modestia, que les permiten trabajar juntas en la sociedad, pero, sí les importa que otros les digan que no pueden hacer (o ser) lo que quieran. Entonces son capaces de agitar el odio y ver en la autoridad y sus símbolos una fuerza detestada que impugna su «libertad».

Esto crea un mundo infernal de desarmonía. Desata una guerra en la que cualquier persona puede ser etiquetada como racista, sexista, nacionalista o cualquier otra cosa: fóbica por aferrarse a lo que antes se consideraba valores tradicionales o normales. Da lugar a políticas de identidad en las que los grupos politizan todo. Este escenario individualista radical es la «guerra de todos los hombres contra todos los hombres», convirtiendo la irreverencia en virtud y la moral en herejía.

El liberalismo al prometer una libertad sin responsabilidad y leyes independientes de la ley natural pone el abono para el surgimiento de las más oprobiosas tiranías.