Los valientes prelados de Venezuela denunciaron que el chavismo «en vez de limitarse a redactar una nueva Constitución, pretende erigirse en un suprapoder con funciones ejecutivas y judiciales»
El orden liberal ha dominado durante mucho tiempo el mundo moderno, ese orden, se basa en los pilares del Estado de Derecho, las libertades individuales, el gobierno representativo y el libre mercado.
Es lógico que esta concepción del hombre -común denominador de todos los «liberalismos»- alimenta en su seno el naturalismo y el racionalismo, el racionalismo y el irracionalismo, el individualismo y la posibilidad del socialismo, la auto-suficiencia del pensamiento y la igualación de todas las religiones, la disolución de la familia (sustituida por el «amor libre» de los iluministas) y el permisivismo moral. En pocas palabras, estamos ante una verdadera concepción del mundo que, en el orden práctico, implica una concepción del orden polÃtico-social» (Alberto Caturelli, Liberalismo y apostasÃa).
AsÃ, la libertad posmoderna tiene como bandera hacer aquello que agrada al instante, independientemente de las consecuencias. A las personas se les dice que pueden ser o autoidentificarse como lo que se imaginan ser.
Esta libertad distorsionada no necesita estar basada en la realidad, y engendra un odio intenso. Cuando las personas de todos lados se entregan a sus fantasÃas, se desconectan de aquellas instituciones morales que ayudan a frenar las pasiones, abandonan las normas de civismo y modestia, que les permiten trabajar juntas en la sociedad, pero, sà les importa que otros les digan que no pueden hacer (o ser) lo que quieran. Entonces son capaces de agitar el odio y ver en la autoridad y sus sÃmbolos una fuerza detestada que impugna su «libertad».
Esto crea un mundo infernal de desarmonÃa. Desata una guerra en la que cualquier persona puede ser etiquetada como racista, sexista, nacionalista o cualquier otra cosa: fóbica por aferrarse a lo que antes se consideraba valores tradicionales o normales. Da lugar a polÃticas de identidad en las que los grupos politizan todo. Este escenario individualista radical es la «guerra de todos los hombres contra todos los hombres», convirtiendo la irreverencia en virtud y la moral en herejÃa.
El liberalismo al prometer una libertad sin responsabilidad y leyes independientes de la ley natural pone el abono para el surgimiento de las más oprobiosas tiranÃas.
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