En medio de este pandemonio, no deja de preocuparme una figura diminuta apoyada en el antepecho de una ventana. La distancia no me permite apreciar detalles, sin embargo su inmovilidad y su resignación dejan adivinar el busto de una mujer joven cuyo rostro vuelto hacia la parte destruida de la ciudad tiene los rasgos de aquellas personas que desde temprana edad han mostrado signos de madurez y melancolÃa sin causa aparente.
No quiero continuar siendo espectador de la catástrofe. Tampoco puedo, como es mi deseo, dar media vuelta y refugiarme en la penumbra de mi cuarto, pues allá está la carta que espera ser abierta desde hace varios dÃas. No me resta más que examinar lo que acontece aquà abajo, en este laberinto formado por edificios y callejones vetustos que se intersectan caóticamente, mostrando una increÃble mezcla de arquitectura y una falta absoluta de lógica en su disposición. Aquà hay estructuras semiderruidas, paredes que se yerguen sobre cimientos despedazados, contrafuertes inclinados, columnas que cuelgan en lugar de sostener, techos hundidos, escaleras que no conducen a ninguna parte y que, sin embargo, se penetran unas en otras para sostenerse y salvar las profundas grietas que corren en zigzag por las estrechas callejuelas.
No quiero continuar siendo espectador de la catástrofe. Tampoco puedo, como es mi deseo, dar media vuelta y refugiarme en la penumbra de mi cuarto, pues allá está la carta que espera ser abierta desde hace varios dÃas. No me resta más que examinar lo que acontece aquà abajo, en este laberinto formado por edificios y callejones vetustos que se intersectan caóticamente, mostrando una increÃble mezcla de arquitectura y una falta absoluta de lógica en su disposición. Aquà hay estructuras semiderruidas, paredes que se yerguen sobre cimientos despedazados, contrafuertes inclinados, columnas que cuelgan en lugar de sostener, techos hundidos, escaleras que no conducen a ninguna parte y que, sin embargo, se penetran unas en otras para sostenerse y salvar las profundas grietas que corren en zigzag por las estrechas callejuelas.
Es entonces cuando escucho, con el aliento entrecortado y los ojos velados por unas lágrimas involuntarias, unos golpes tÃmidos que resuenan detrás de mà con marcada cadencia. Me doy la vuelta, balbuceo unas palabras incoherentes y, antes de que se abra la puerta, adivino la visita de alguna persona o delegación que viene expresamente a conversar conmigo.
En realidad, no es necesario adivinar, pues los demás no se molestan en llamar; simplemente abren la puerta sin pedir permiso; ignorando mi presencia, atraviesan la estancia hacia la derecha o hacia la izquierda conforme a sus propias necesidades y caprichos; alguno inclusive se detiene en medio camino y argumenta en voz alta consigo mismo antes de continuar su marcha.
Al principio esto me provocaba arrebatos de indignación. Clamaba por mi intimidad y mi independencia, protestando contra la invasión de mi aposento, insultando a los transeúntes que por entonces mostraban todavÃa cierta timidez y se deshacÃan en disculpas y cumplidos. Los pobres no tenÃan otra alternativa, pues las escaleras y pasillos que conectaban el exterior y el resto de la casa con los departamentos interiores, habÃan sido destruidos por el hundimiento que formó un gran abismo donde antes se hallaba la parte más poblada del edificio; y la única manera de transitar era atravesando mi cuarto que, por casualidad, quedó a guisa de puente colgante entre lo que subsistÃa de los departamentos del quinto piso y un corredor lindante con una escalera de servicio.
Debo darle algunas indicaciones; pues, posteriormente a la última visita que me hicieron, tuve que reordenar mis enseres, despejando el lugar que ahora sirve de paso común.
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