Virgen de la Dulce Espera

Después de Jesús y al lado de �?l, como protagonista, la mujer más representativa en el tiempo litúrgico del Adviento es la Virgen María. Vale decir que de su "Sí" dependió la encarnación del Verbo de Dios que se hizo uno de nosotros. Por eso la Iglesia vuelve durante el Adviento la mirada a aquella mujer, sencilla y humilde, en cuyo seno purísimo habitó durante nueve meses el Hijo del Padre Celestial. Por ello muchos fieles fijan la mirada en María bajo la advocación de la "Virgen de la Dulce Espera", cuya devoción se ha ido incrementando en las últimas décadas.

Se trata de una advocación de antigua data, cuyos orígenes se pierden en la historia del cristianismo primitivo con profundas raíces bíblicas. Ya en el Antiguo Testamento el profeta Isaías anunció la gran señal divina de la "doncella encinta que dará a luz un hijo al que se pondrá por nombre ´Emmanuel´, que significa ´Dios con nosotros´" (Is 7, 14). Está profecía se cumplió plenamente en la Virgen María, en cuyo primer óvulo, habilitado por la Rúaj Santa, se encarnó el Hijo de Dios y se hizo hombre (Lc 1, 35).

A partir de ese momento María, es la Madre del Hijo de Dios, colaboradora íntima del Dios Padre y de la Rúaj Divina, protagonizando el gran misterio de la religión cristiana, que abre el estricto monoteísmo judaico, aceptado por la religión islámica, hacia una nueva visión de Dios como Familia Trinitaria.

Avisada de otra señal extraordinaria por el ángel Gabriel, María encinta visitó a Isabel, también encinta. �?sta, llena de la Rúaj Santa, sintió en su vientre los altos de alegría de su hijo, el futuro Juan el Bautista, al escuchar la voz de saludo de la Virgen María. Isabel exclamó: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (�?). Feliz tú que has creído porque todas las cosas que te fueron dichas de parte del Señor se cumplirán" (Lc 39-45). De este diálogo la piedad popular ha compuesto el "Ave María", la oración mariana más rezada en la Iglesia Católica.

En el décimo Concilio de Toledo, celebrado en el año 656, los obispos de la península ibérica, recogiendo la devoción ya existente en muchas iglesias, establecieron el día octavo antes de la Navidad como fiesta en honor del embarazo de la Virgen Madre, manteniendo también la fiesta de la Encarnación el 25 de marzo. Con el tiempo esta fiesta ha ido creciendo en popularidad con el nombre de la "Expectación del parto" o también de la "Virgen de la Esperanza", "Virgen de la Dulce Espera" o "Virgen de la O, este último título en razón del vientre redondeado de María embarazada. La fiesta se celebra el 18 de diciembre y hasta el día 25, las oraciones de la tarde comienzan con las palabras ¡Oh Sabiduría!, ¡Oh Señor!,�? ¡Oh Emmanuel! ¡Ven!, con el ruego insistente de que nazca el Salvador.

Aunque algunas tendencias más rigoristas trataron de suprimir las imágenes de la Virgen encinta por considerarlas menos apropiadas, la fiesta se expandió también a laS tierras latinoamericanas, donde se celebra en muchas iglesias, también en Bolivia. María juntamente con su casto esposo José fueron los grandes defensores de la vida del niño Jesús, amenazado por el cruel rey Herodes, quien ordenó el infanticidio de los niños inocentes nacidos en Belén, a quienes la Iglesia declaró santos.

Dada la grave amenaza del aborto, el mayor genocidio a escala mundial, la devoción de la Virgen de la Dulce Espera ha adquirido una importancia capital ya que se la reconoce, juntamente con su esposo San José, como Protectores de los infantes por nacer y de las mamás y papás que acuden a Ella suplicando un feliz nacimiento de sus hijos. Dada la magnitud del "abominable crimen" del aborto se recomienda celebrar cada 25 de mes una Eucaristía con la bendición de las mamás y papás que esperan y desean consagrar a sus infantes a la Sagrada Familia para que sean protegidos de todo mal. Pidamos a la Virgen de la Dulce Espera y a San José que no permitan que Bolivia se deje llevar por la presión de los grupos abortistas que, desconociendo la dignidad humana desde la concepción, quieren enmudecer el grito de la vida de los infantes por nacer, condenados a morir cruel e injustamente.