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Domingo 25 de febrero de 2018

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Cultural El Duende

Más vale causar envidia que lástima

25 feb 2018

Una vieja tradición � Rolando Costa

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Esta es la historia de una dama rica de bienes y pobre de cerebro que sentía dentera por el color de los cabellos, que emulaba la talla y la postura de todos cuantos se le aproximaban cuando su cuerpo magro sentía la rivalidad de los ojos grandes, generándose de ese modo en su inquebrantable ambición, un aborrecimiento gratuito a todo aquello que ella no tenía.

Sin talento, garbo ni prestancia, miraba con malos ojos todo lo que sobresalía, pero fingiendo siempre urbanidad para aquietar la pelusa de su codicia, caminaba como quien lo hace sobre alfombras y alucinaba con los clarines que regulaban su paso.

Aunque era dueña de un espíritu andrajoso, disfrazaba su cuerpo de opulencia fingiendo igualdad para ocultar su apetencia de relieve y bajo la argucia del engolamiento ritual, cubría su pellejo con pieles, a semejanza de una corteza que ocultaba su epidermis encogida de encarrujamiento.

Socialmente se presentaba con su esposo que al modo de escudero cuidaba sus hinchados tobillos ofreciéndole el brazo, condición que a ella le otorgaba la sensación de ser distinguida. El rostro severo con rasgos rígidos, mostraba aspereza en sus pómulos yertos y su mirada esclerótica.

Siendo mujer de leyes pronto descubrió que la reputación de los demás puede depender de quien no la tiene y poseída por una pasión, hija del orgullo y la malquerencia, acuchillaba el crédito de los demás y envidiaba hasta las lagañas de las mujeres que ocasionalmente dependían de su soberbia.

Cultivando su apariencia de dama de la sociedad respingada, su presencia se hizo regla en todo acontecimiento cultural y cuando se abrió aquella exposición de Iconografía Mitológica, se hizo presente acompañada de su paje conyugal.

Como quien descansa de la fatiga del trabajo que aparentaba como funcionaria de alta categoría estatal, inició la visita ignorando la simpatía de otras mujeres y gozando del deleite de que el blanco de su pasión sea satisfecho. Buscó el resquicio de engalanar sus méritos señalando con el dedo, primero las divinidades primitivas y luego a los dioses mayores en tanto melindrosamente leía con su voz meliflua la titulación de los cuadros.

Este es Júpiter, este otro Minerva, y así fue pasando el registro de Apolo, Diana, Venus y Vulcano. Luego recorrió la imagen de los dioses auxiliares como Cupido, Plutón. Pasó por los dioses subalternos haciendo pucheritos al ver la imagen de las Gracias y encendiendo su atención al mirar la representación de los Faunos y los Centauros.

Los semidioses como Jasón, Medea, Orfeo y Prometeo, como héroes de tercer orden, fueron objeto de menor atención y sin ningún interés pasó delante de los personajes mitológicos como Edipo, Sísifo y Pigmalión, señalando casi con desprecio los cartelitos que anunciaban a Helena y Casandra.

De pronto sus gestos se hicieron frenéticos al llegar a los dioses alegóricos. La imagen de la Justicia y de la Ley, despertaron su curiosidad. La diosa Temis empuñando su cetro y con un código abierto a sus pies provocó su altivez, y cautiva de la pasión que se aflige de la prosperidad ajena, miró en su entorno como queriendo despejar el escenario inmediato, como quien se siente dueña de la instancia. Pero muy pronto su arrogancia se vio aplacada al ver las imágenes vecinas que representaban las virtudes y con ojos zafios miró las representaciones comenzando por la Verdad, luego el Honor, la Amistad, la Fidelidad, la Piedad y la Prudencia.

Donde su vista adquirió solemnidad fue al identificar a los vicios. Con la impresión de que el mundo se había detenido, se halló frente a la hija de Palas y Estigia. Del modo que la describe Ovidio, la diosa infernal mostraba su rostro pálido con el cuerpo macilento y demacrado, lleno el pecho de hiel y la lengua de ponzoña, tenía la cabeza rizada de serpientes que traducían sus ideas perversas. Se miraron detenidamente y al fisgonear en sus intimidades, ambas evidenciaron que tenían sus corazones atrofiados.

Frente a la representación del sexto pecado capital, sintió un grave desorden moral y percibió como nunca que aquella imagen carcomía su alma y, siendo jurista, identificó que su ansiedad no era otra cosa que la representación de una sensación de injusticia y sintió que se moría de envidia, porque aquella diosa era más que ella.

Primero, para ocultar el paroxismo de una rivalidad, intentó fingir igualdad, e inmediatamente dijo:

-Estoy frente a un espejo

Pero la imagen respondió:

-Yo no soy sarna. A mi lado están tus hermanas. Míralas, esa mujer enteca de rostro falaz es la Hipocresía, ahí tienes a la Mentira y la Calumnia, hijas del Averno y de la Noche, son las cómplices de tus invenciones y del daño que acrecientas difamando. Estás perdiendo el tiempo al envidiar a la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Ira, la Gula y la Pereza. Anda tú, embaucadora, que la dignidad y honorabilidad que predicas ya te hace difícil la mirada y antes de enceguecer más tu inmodestia, admite que esos atributos no te pertenecen. Antes que rivalizar conmigo, la diosa de la Envidia, debes ir y leer el "Hospital de los podridos" de don Miguel de Cervantes Saavedra y reconocer el origen de tu pudrición y, como allí dice el Rector, andad con Dios y pudríos todo el tiempo que os diere gusto, porque tu envidia es excesiva al no entender nunca que no sólo debes sentir como yo, tristeza del bien ajeno. Lo que te ha perdido es tu aflicción por la prosperidad de los otros y por ello tú no eres causa de envidia sino de lástima...

La visitante retornó al brazo del esposo... y dicen que hasta ahora anda pudriéndose por esas calles de Dios.

* Rolando Costa Arduz. La Paz, 1932. Médico, escritor e historiador.

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