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Esta es la historia de una dama rica de bienes y pobre de cerebro que sentÃa dentera por el color de los cabellos, que emulaba la talla y la postura de todos cuantos se le aproximaban cuando su cuerpo magro sentÃa la rivalidad de los ojos grandes, generándose de ese modo en su inquebrantable ambición, un aborrecimiento gratuito a todo aquello que ella no tenÃa.
Sin talento, garbo ni prestancia, miraba con malos ojos todo lo que sobresalÃa, pero fingiendo siempre urbanidad para aquietar la pelusa de su codicia, caminaba como quien lo hace sobre alfombras y alucinaba con los clarines que regulaban su paso.
Aunque era dueña de un espÃritu andrajoso, disfrazaba su cuerpo de opulencia fingiendo igualdad para ocultar su apetencia de relieve y bajo la argucia del engolamiento ritual, cubrÃa su pellejo con pieles, a semejanza de una corteza que ocultaba su epidermis encogida de encarrujamiento.
Cultivando su apariencia de dama de la sociedad respingada, su presencia se hizo regla en todo acontecimiento cultural y cuando se abrió aquella exposición de IconografÃa Mitológica, se hizo presente acompañada de su paje conyugal.
Este es Júpiter, este otro Minerva, y asà fue pasando el registro de Apolo, Diana, Venus y Vulcano. Luego recorrió la imagen de los dioses auxiliares como Cupido, Plutón. Pasó por los dioses subalternos haciendo pucheritos al ver la imagen de las Gracias y encendiendo su atención al mirar la representación de los Faunos y los Centauros.
Donde su vista adquirió solemnidad fue al identificar a los vicios. Con la impresión de que el mundo se habÃa detenido, se halló frente a la hija de Palas y Estigia. Del modo que la describe Ovidio, la diosa infernal mostraba su rostro pálido con el cuerpo macilento y demacrado, lleno el pecho de hiel y la lengua de ponzoña, tenÃa la cabeza rizada de serpientes que traducÃan sus ideas perversas. Se miraron detenidamente y al fisgonear en sus intimidades, ambas evidenciaron que tenÃan sus corazones atrofiados.
Frente a la representación del sexto pecado capital, sintió un grave desorden moral y percibió como nunca que aquella imagen carcomÃa su alma y, siendo jurista, identificó que su ansiedad no era otra cosa que la representación de una sensación de injusticia y sintió que se morÃa de envidia, porque aquella diosa era más que ella.
Primero, para ocultar el paroxismo de una rivalidad, intentó fingir igualdad, e inmediatamente dijo:
-Estoy frente a un espejo
Pero la imagen respondió:
-Yo no soy sarna. A mi lado están tus hermanas. MÃralas, esa mujer enteca de rostro falaz es la HipocresÃa, ahà tienes a la Mentira y la Calumnia, hijas del Averno y de la Noche, son las cómplices de tus invenciones y del daño que acrecientas difamando. Estás perdiendo el tiempo al envidiar a la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Ira, la Gula y la Pereza. Anda tú, embaucadora, que la dignidad y honorabilidad que predicas ya te hace difÃcil la mirada y antes de enceguecer más tu inmodestia, admite que esos atributos no te pertenecen. Antes que rivalizar conmigo, la diosa de la Envidia, debes ir y leer el "Hospital de los podridos" de don Miguel de Cervantes Saavedra y reconocer el origen de tu pudrición y, como allà dice el Rector, andad con Dios y pudrÃos todo el tiempo que os diere gusto, porque tu envidia es excesiva al no entender nunca que no sólo debes sentir como yo, tristeza del bien ajeno. Lo que te ha perdido es tu aflicción por la prosperidad de los otros y por ello tú no eres causa de envidia sino de lástima...
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