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Domingo 14 de enero de 2018

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Cultural El Duende

Herencias de la literatura boliviana

Las instantáneas

14 ene 2018

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Segunda y última parte

Para eso quizá es que uno viaje. No lo ignoro. Pero mientras reviso la primera tanda de fotos tomadas, al asalto quizá de lo impensable, especialmente la serie que me acomete desde hace años, con ínfulas más de coleccionista que de documentador, aunque algo de esto también pueda estarle gravitando el asunto, aparecen los detalles que "componen", en cada foto, algo, que en el instante de la supuesta captura imagética, haría al aura, esto es a los campos vibratorios que acompañan la dichosa, pero raras veces mentada experiencia intraimagen.

Y cuánto más si siendo también imagen la vida se propaga y se hace de imágenes inaudita: la pasión por los detalles en la arquitectura o en la intervención anónima del espacio urbano -el graffitti, el stencil, el trazo, el garabato por supuesto, la mueca del cartel arrancado o la mancha intencional sobre la imagen consagrada por los usos, sea cuales fueren, en tanto veros aceleradores, tanto de la experiencia visual como una intervención del sensorio en relación, además, a modificaciones concretas del tiempo, a partir de su percatación, a la manera de una cata- que en las tomas del amateur extranjero quiere, de toda identidad asignada, busca producir un material plástico-plasmático para la transformación sensible del entendimiento. Como en el cultivo de una alígera agitación únicamente modificante al interior de un cuerpo que se concaviza y se abisala al unísono de su remolino sensorial, que incluye por supuesto a la percatación en su propio primer plano, aunque en exacta desmedida o a contraescala, dentro de las posibilidades viajeras del más que preverbal ya-no-saber.

Ahora que miro estas fotos encuentro conscientes cosas que estaba viendo sin percatarme. Ahí se persigue uno la cola de humo, se atisba el fantasma del propio doble, en la desaparición de la presencia en su nebulosa de fábulas bien reales, como transitar las calles de una ciudad cuya historia se agolpa a las puertas de la percepción. Es el sabor de la espiral.

La percepción inmediatamente posterior va borrando a la sucesivamente ulterior en un reverso anterior no menos calidoscópico, con momentos privilegiados por el encuentro, siempre alerta, desplazando el cuerpo-cámara ecoica. También: los rostros infinitos de los amigos a la luz de las derivas en la conversación multicentrada, los interjuegos del sonido de las voces, la voz humana, tan amada cuanto inhóspita, en ciertos espejeos su laberinto de nosotros.

Quizá por esto o por nada la compulsión afectiva de tales registros, velocidades que la desmemoria no logró retener, parte de pharmakon en la imagen retenido: pulsación inevitablemente irrepetible, que toda experiencia es y nada más y ninguna otra cosa que experiencia, con todo el deshábito involucrador, todas y cada una de las palpitaciones, risas, sacudones, relámpagos del otro en la desaparición de cercanías y de opuestas lejanías, modestas presencias de paredes, muy fuertemente en Berlín, con el expresionismo de esa sierpe inesperada y arbitraria del Muro -ingenuamente lo trazaba como una línea más o menos vertical, pero lo retorcido de su signo me ha devuelto mucha incógnita al respecto como para continuar, siempre dentro de lo posible, ampliándola.

Las capas superpuestas de la historia, en una mezcla que iguala los tiempos a través de un enredamiento similar al de los tejidos vegetales y su entrelazar en ciertas enredaderas. Berlín quizá como posible vivero de velocidades. Sigo sin explicarme. Recorrer específicas calles de Berlín, descubrirlas al descuido -y es esto lo estrictamente necesario- un octubre cualquiera de un siglo cualquiera. Este mismísimo destiempo.

Por eso revuelvo las fotos. Noto cosas que veía, estaba viendo con el escozor, ahora veo, por haberlas sentido acechando, y todo ese amasijo postverbal constituyendo, "componiendo" la imagen, la cual salta a la vista sólo a posteriori cual pepa o semilla, no menos transmigrante, del fruto-foto. Se lo reconoce, como si pudiera interesar, después. Siempre después. Pero después que reactualiza, presentifica la representación, reabsorbe las energías renovadamente habitadas en la desnuda emoción incalculable, a la que mantiene despierta el propio sumergirse en lo que llamaría, entonces sí, con un toque de habitual impaciencia, y a falta de mejores términos a la mano, imagen.

Las cosas que estaba viendo en tal instante más aquello que la foto, de pronto en el después, muestra inhollado, y fresco, ya con frescura antigua, pues no sabía que estaba viendo lo que veía, pero que luego, mucho más ciego que entonces, veo, si en principio veo que puedo ver, me percato que puedo, el sensitivo, pasar al destiempo de la imagen, pues la foto acá lo devuelve, en lo todavía nunca del acontecimiento, que siendo un souvenir ciertamente, es otra cosa y otra y otra primera vez primera.

Momentos de y en apariencia separados del movimiento, pero gestantes a un tiempo de una circulación internalizadora que les irá a devolver movimiento, en nuevo andarivel, en alterna dimensión ahora al ahora librada, aun si pompa de jabón la circunstancia infinita de la imagen. Hilvanados se reconectan a ojos vista los momentos, en destiempo sincrónico, por cierto ninguna cosa de otro mundo, gracias a la irresponsable vigilancia del fotógrafo amador, buscavidas en tanto pescador fortuito de relámpagos.

Ningún ensamble de tiempos se podría planear. La constancia estará en los preparativos. Pasear podría seguir la pista de un continuo disponerse a fugas. Caminar por el propio ritmo quizá disponga a perder el susto con que inicia la cultura. A perder la previsión de los bordes identitarios y hasta la misma preparación, a medida en que el paso� Caminando nace el verso. Y en cuanto práctica, pasear andando no deja de ser transancestral. El supuesto azar colaborará en la colocación de algunos que otros signos sin alfabeto previo, como al seguirle hilo a esas cosas que llaman, repentistas ellas como la vida misma, la llamativa, mientras se mantenga prendida la atención.

En la baraja barata del juego de abalorios sensorial-memorísticos, puedo especular tontamente: quizá nunca hayamos estado en Berlín y las fotos del viaje atestigüen en definitiva los lugares vacíos de los supuestos nosotros. Quizá viajar y pasear sean variables en que, al jugarnos una estética gozosa de tiempos confluyentes, cultivamos, de forma especial, el precioso don de la atención.

El viaje proporciona un intervalo que nos pone entre paréntesis.

Por la encrucijada dimensional -adónde concurriría la escena fotografiada, qué habría en la foto que nos permite recorrerla y habitarla al mirarla- se desemboca, y a flor de piel ya es la vertiginosa experiencia de la foto o ninguna foto sino alterno mirar por la experiencia. Se juntan, eso sí, y en la instantánea se juntan la "contemplación" de ciertos momentos privilegiados y este remolino sensorial, que no ajusta necesariamente con mi persona o la comprensión de sus intenciones al tomar estas fotos y no otras.

Semoviente, irrepetible, la experiencia de ir sintiendo atraviesa y vincula tiempos de diversa consistencia. Las distintas realidades temporales que la foto-de-viaje capta precisamente sin capturarlas, son facetas posibles del instante.

Tomado de Transtierros

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