Loading...
Invitado


Domingo 14 de enero de 2018

Portada Principal
Cultural El Duende

Paulo Henriques Britto

14 ene 2018

Paulo Henriques Britto. Río de Janeiro, Brasil, 1951. Poeta, profesor y traductor. Ha publicado los poemarios: Liturgia de la materia (1982), Lírica mínima (1989), Trovar claro (1997), Macau (2003), Tarde (2007), Lo que quiero es botar mi bloque en la calle (2009) y Formas de la nada (2012). En narrativa: Paraísos artificiales (2004). Ha traducido más de un centenar de obras, entre ellas las de William Faulkner, Elizabeth Bishop, Byron, John Updike, Thomas Pynchon y Charles Dickens

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Biografía literaria - V

Cielo azul. Colores vivos. Tú riendo

de algo o alguien que está a la izquierda

del fotógrafo. Tal vez es domingo.

Claro que esa sensación de pérdida

no está en la foto, no -no está en la imagen

extremamente, absurdamente nítida.

¿Y si fuese menor la claridad,

o si estuviera desenfocada, o movida,

o si fuese en sepia, o en blanco y negro,

quizás la foto no doliese tanto?

Te ríes a carcajadas. Del motivo

ni te acuerdas. La foto es muy buena.

En aquel entonces te reías sin más,

acuérdate. Aún estabas vivo.

Espiral

La noche es un murciélago manso

sobrevolando una ciudad casi adormecida,

tomando cada calle, cada casa,

como un olor dulzón de fruta

casi podrida que penetrase una casa,

entrase en cada cuarto, en cada sala,

como olor tenue de cosa muerta

que se diseminó hace bien poco

por una ciudad casi anquilosada,

como una noche descendiendo sobre casas

muertas, como una peste, como si

nunca hubiese habido día.

La noche es un murciélago muerto.

Siete sonetos simétricos - II

Tan limitado, estar ahora y aquí

sin poder salir de dentro de sí

dentro de un espacio mínimo que a duras penas

se consigue explorar, ese minúsculo

imperio sin territorio, Macao

siempre a merced del latido de un músculo.

¿Lo amo o lo dejo? Sí: aunque amar

por falta de opción (la otra es el asco).

Que más allá de sus orillas hay un mar

hostil a toda nave exploratoria,

inmune incluso al más osado Vasco.

Porque ningún descubridor en la historia

(¿y alguien lo intentó?) jamás se desprendió

del puerto húmedo e ínfimo del yo.

Víspera

En un bocata fútil la muerte aguarda.

En la esquiva oscuridad de la nevera

duerme a pierna suelta, bañada en mostaza.

El tiempo es tardo. La casa sueña. La noche entera

algo chirría sin parar -¿son grillos?

La piña señorea en la frutera,

perfuma generosa, malgastando pinchitos.

La luna ficha al salir y se larga.

Incluso se ennegrecen los ladrillos.

La nevera tiembla. Pero aún no es hora.

Si hubiera un gato, éste sería pardo.

La muerte se demora. El día tarda.

Siete estudios para la mano izquierda - 1

Existe un rumbo que las palabras toman

como si alguna mano las dibujase

en la blanca expectativa del papel

y sin embargo siguiesen pura y simplemente

la música de las cosas y los nombres

el canto irrecusable de lo real.

Y en esa trayectoria inesperada

la carne se hace verbo en cada esquina

resuélvase completa en tinta y sílaba

en súbitas bocanadas de sentido.

Tú asistes de lejos al espectáculo.

No reconoces los fuegos de artificio,

las notas que atragantan tus oídos.

No obstante relees. Y dices: ¡Fijo!

Mínima poética - IV

No decirlo todo, que eso no se hace,

ni nada, lo que sería imposible;

decir solo todo lo que es sobrante

para callar y menos que indecible.

Decir solo lo que de no decirlo

sería una especie de mentira:

hablar, no por hablar, sino para vivir,

hablar (o escribir) como quien respira.

Decir tan solo lo que no repita

la textura del mundo vaciado:

sí, escribir, pero hacerlo con tinta;

pintar, pero no como aquel que pinta

de blanco el muro que ya fue encalado;

sí, escribir, pero sin caligrafía.

Tres epifanías triviales - III

La costumbre de estar aquí ahora

lentamente sustituye la compulsión

de ser todo el rato alguien o algo.

Un bonito día -por algún motivo

siempre hace buen tiempo en estos casos-

abres la ventana, o abres un bote

de melocotón en almíbar, o incluso un libro

que nunca será leído hasta el final

y entonces la idea irrumpe, clara y nítida:

¿Es necesario? No. ¿Será posible?

De ningún modo. ¿Al menos da placer?

¿Será placer esa exigencia ciega

que late en la mente todo el rato?

¿Entonces por qué?

Y en ese exacto momento

por fin lo comprendes, y te repantigas

en la butaca, la más cómoda

de la casa, y piensas sin rencor:

Perdí el día, pero gané el mundo.

(Aunque sea tan solo treinta segundos.)

Gajes del oficio

Lo que se piensa no es lo que se canta.

Es arduo sustentar un raciocinio

con rima atravesada en la garganta.

Ni tan siquiera el denuedo sirve de nada:

de la sensación a la idea hay un abismo,

y lo que se piensa no es lo que se canta.

Es arduo, sí. Y es por ello que encanta.

Hay que sentir -y de ahí el magnetismo-

con la rima atravesada en la garganta.

Tan solo esto justifica tanta

dedicación, tanto autodominio,

si lo que se piensa no es lo que se canta,

hasta porque (constatación que espanta

cualquier espíritu más apolíneo)

la rima atravesada en la garganta

es el estorbo que menos se agiganta

en este viaje nada rectilíneo,

a cuyo fin se piensa lo que se canta,

después que la rima atraviesa la garganta.

Para tus amigos: