¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...
BiografÃa literaria - V
Cielo azul. Colores vivos. Tú riendo
de algo o alguien que está a la izquierda
del fotógrafo. Tal vez es domingo.
Claro que esa sensación de pérdida
no está en la foto, no -no está en la imagen
extremamente, absurdamente nÃtida.
¿Y si fuese menor la claridad,
o si estuviera desenfocada, o movida,
o si fuese en sepia, o en blanco y negro,
quizás la foto no doliese tanto?
Te rÃes a carcajadas. Del motivo
ni te acuerdas. La foto es muy buena.
En aquel entonces te reÃas sin más,
acuérdate. Aún estabas vivo.
Espiral
La noche es un murciélago manso
sobrevolando una ciudad casi adormecida,
tomando cada calle, cada casa,
como un olor dulzón de fruta
casi podrida que penetrase una casa,
entrase en cada cuarto, en cada sala,
como olor tenue de cosa muerta
que se diseminó hace bien poco
por una ciudad casi anquilosada,
como una noche descendiendo sobre casas
muertas, como una peste, como si
nunca hubiese habido dÃa.
La noche es un murciélago muerto.
Leer más
Siete sonetos simétricos - II
Tan limitado, estar ahora y aquÃ
sin poder salir de dentro de sÃ
dentro de un espacio mÃnimo que a duras penas
se consigue explorar, ese minúsculo
imperio sin territorio, Macao
siempre a merced del latido de un músculo.
¿Lo amo o lo dejo? SÃ: aunque amar
por falta de opción (la otra es el asco).
Que más allá de sus orillas hay un mar
hostil a toda nave exploratoria,
inmune incluso al más osado Vasco.
Porque ningún descubridor en la historia
(¿y alguien lo intentó?) jamás se desprendió
del puerto húmedo e Ãnfimo del yo.
VÃspera
En un bocata fútil la muerte aguarda.
En la esquiva oscuridad de la nevera
duerme a pierna suelta, bañada en mostaza.
El tiempo es tardo. La casa sueña. La noche entera
algo chirrÃa sin parar -¿son grillos?
La piña señorea en la frutera,
perfuma generosa, malgastando pinchitos.
La luna ficha al salir y se larga.
Incluso se ennegrecen los ladrillos.
La nevera tiembla. Pero aún no es hora.
Si hubiera un gato, éste serÃa pardo.
La muerte se demora. El dÃa tarda.
Siete estudios para la mano izquierda - 1
Existe un rumbo que las palabras toman
como si alguna mano las dibujase
en la blanca expectativa del papel
y sin embargo siguiesen pura y simplemente
la música de las cosas y los nombres
el canto irrecusable de lo real.
Y en esa trayectoria inesperada
la carne se hace verbo en cada esquina
resuélvase completa en tinta y sÃlaba
en súbitas bocanadas de sentido.
Tú asistes de lejos al espectáculo.
No reconoces los fuegos de artificio,
las notas que atragantan tus oÃdos.
No obstante relees. Y dices: ¡Fijo!
MÃnima poética - IV
No decirlo todo, que eso no se hace,
ni nada, lo que serÃa imposible;
decir solo todo lo que es sobrante
para callar y menos que indecible.
Decir solo lo que de no decirlo
serÃa una especie de mentira:
hablar, no por hablar, sino para vivir,
hablar (o escribir) como quien respira.
Decir tan solo lo que no repita
la textura del mundo vaciado:
sÃ, escribir, pero hacerlo con tinta;
pintar, pero no como aquel que pinta
de blanco el muro que ya fue encalado;
sÃ, escribir, pero sin caligrafÃa.
Tres epifanÃas triviales - III
La costumbre de estar aquà ahora
lentamente sustituye la compulsión
de ser todo el rato alguien o algo.
Un bonito dÃa -por algún motivo
siempre hace buen tiempo en estos casos-
abres la ventana, o abres un bote
de melocotón en almÃbar, o incluso un libro
que nunca será leÃdo hasta el final
y entonces la idea irrumpe, clara y nÃtida:
¿Es necesario? No. ¿Será posible?
De ningún modo. ¿Al menos da placer?
¿Será placer esa exigencia ciega
que late en la mente todo el rato?
¿Entonces por qué?
Y en ese exacto momento
por fin lo comprendes, y te repantigas
en la butaca, la más cómoda
de la casa, y piensas sin rencor:
Perdà el dÃa, pero gané el mundo.
(Aunque sea tan solo treinta segundos.)
Gajes del oficio
Lo que se piensa no es lo que se canta.
Es arduo sustentar un raciocinio
con rima atravesada en la garganta.
Ni tan siquiera el denuedo sirve de nada:
de la sensación a la idea hay un abismo,
y lo que se piensa no es lo que se canta.
Es arduo, sÃ. Y es por ello que encanta.
Hay que sentir -y de ahà el magnetismo-
con la rima atravesada en la garganta.
Tan solo esto justifica tanta
dedicación, tanto autodominio,
si lo que se piensa no es lo que se canta,
hasta porque (constatación que espanta
cualquier espÃritu más apolÃneo)
la rima atravesada en la garganta
es el estorbo que menos se agiganta
en este viaje nada rectilÃneo,
a cuyo fin se piensa lo que se canta,
después que la rima atraviesa la garganta.