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Domingo 05 de noviembre de 2017

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Cultural El Duende

Corto circuito

05 nov 2017

Paul Gabriel

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Franco se llevó la mano diestra hacia la cabeza muy pausadamente. Sintió una leve protuberancia en la región parietal, a la que describió como algo blando en sus inicios, pero ahora su contextura era sólida, generándole leves impulsos eléctricos que se extendían por todo su cuerpo, y que le ocasionaban graves espasmos musculares y fuertes dolores estomacales.

"Hasta el momento no he podido descubrir las causas de este extraño fenómeno", describía Franco en su diario, "pero aún creo que se debe a una malformación orgánica producida por frecuencias eléctricas sobrecargadas: y que provienen de fuentes externas desconocidas o incluso de otra dimensión paralela". Asentó al lápiz sobre el escritorio y, llevando nuevamente la misma mano sobre la superficie de su cabeza comenzó a recapitular sus múltiples teorías, describiendo repetidamente sus observaciones sobre el papel. "Es obvio, después de repasar los sobrios conceptos vertidos por pensamientos anteriores, que mis actuales aseveraciones son el producto de mi constante y determinado interés por ir perfeccionando la verdadera respuesta sobre esta intrigante deformación orgánica". En un acto de ira, se puso de pie arrojando violentamente su silla contra la ventana, a su izquierda. Un agudo crujido de vidrios colisionando contra el piso arrebataron los sentidos de Franco, que comenzó a tranquilizarse paulatinamente.

Después de algunos minutos de silencio, Franco curiosamente se inclinó al suelo para capturar temblorosamente con su mano izquierda un pequeño pedazo de vidrio, en cuyo traslúcido reflejo se proyectaba la imagen de una borrosa mancha azul.

Apavorado y con una clara muestra de ansiedad, lo soltó inmediatamente dirigiendo ambas manos a su rostro.

-¡Santo Dios! -exclamó, mientras percibía escurrir un líquido caliente de color azul de su enigmático abultamiento craneal. Sintió un fuerte dolor intercostal que se transmitía, a su vez, por su abdomen y piernas, y cayó inmediatamente rendido por el dolor.

Una marea de imágenes invadió sus pensamientos. Su mirada se enfocó en recuerdos cercanos que parecían alejarse cada vez más. Aquellas interminables orgías del recuerdo se hundían irremediablemente en el olvido, y su visión extenuada de tanto observar aquellos distorsionados atavíos que adornaban la sala se fue apagando lentamente. En un último esfuerzo por contrarrestar la extinción de sus signos vitales, se levantó del suelo y comenzó a correr desesperadamente por la sala, derribando y rompiendo los objetos que se oponían a su paso.

Entonces, Franco se precipitó violentamente contra una de las paredes de ladrillo que constituían la habitación. Su cuerpo quedó inarticulado y su cabeza se fragmentó en múltiples y pequeñas partes que terminaron esparcidas por todos los recodos del lugar. La extraña substancia azul emanaba profusamente de su base encefalocraneal, la que conformaba, por la presión, olas que llevaban a los pequeños pedazos de su cerebro a sitios más apartados.

De pronto todo oscureció, y en la lejanía de su abatimiento, una voz se escuchó:

-¡Octavio! Ven a ver toda esta tragedia.

-Era previsible... Hacía un buen tiempo que venía acarreando serios problemas.

-Es lamentable. ¡Además, no pienso gastar un centavo en su reparación! -exclamó Juan, dudando en parte de sus palabras.

-Lo mejor que puedes hacer, mi querido hermano, es conseguir un nuevo modelo generacional. Te aconsejo uno de materia verde.

-¿Cómo? No entiendo.

-Sí, los que poseen materia verde en sus intrincados procesadores cerebrales ocasionan menos problemas -aseveró Octavio.

-No lo sé. Franco me hacía recuerdo a los prototipos de materia gris. ¿Te acuerdas?

-No vengas con esa refutable sensibilidad sobre la vida-. Octavio se detuvo por unos segundos, observó más detenidamente los restos de Franco a sus pies y luego prosiguió: -Mira, Juan, los que tenían materia gris ya pasaron a la historia. Acepto que fueron los primeros modelos concebidos. Incluso ahora, algunos ejemplares pueden ser encontrados en exhibiciones especiales, vitrinas comerciales o museos de antropología, pero son especímenes raros y muy particulares. La gran mayoría era torpe e imprevisible y muy aptos a cometer graves errores involuntarios. ¡Acéptalo!

-Es difícil. Todavía me viene a la memoria esa hermosa pieza de arte -titubeó por unos segundos y luego prosiguió con voz entrecortada-, esa... doncella automática.

-Creo que eres un verdadero tonto, Juan. Hasta comienzas a comportarte como ellos. Menos mal que las autoridades estipularon la inmediata sustitución de la gran mayoría de los autarcas de materia gris. Los azules han desempeñado un buen trabajo, aunque también han tenido sus fallas operacionales. Pero te digo que los nuevos modelos verdes con incomparables.

-No lo sé -replicó Juan, torciendo sus labios en un gesto de duda.

Franco, en un silencio abrumador, intentó poner en marcha su programa de emergencia. Una violenta descarga eléctrica, proveniente de sus circuitos auxiliares le obligó a retorcerse y contraerse angustiosamente en medio del charco azul que envolvía su desencajado cuerpo. Fue como el grito de ayuda que no podía pronunciar. No deseaba ser desechado o abandonado en un cementerio artificial como otros autarcas. Sentía que su programa era aún vigente y, con el adecuado reacondicionamiento de sus partes defectuosas, sabía que continuaría cumpliendo su labor eficazmente. Un prolongado bip escapó de sus cuerdas bucales, atrayendo brevemente las perdidas miradas de Juan y Octavio.

-¡Está luchando por sobrevivir! -sostuvo Juan con un cierto júbilo atrapado en su voz-. Creo que podríamos intentar reprogramar sus patrones psicosomáticos. Eso le daría mayor resistencia emocional en el futuro.

-¡Tonterías! Los nuevos autarcas carecen de toda esa superfluidad -afirmó Octavio-. ¡Observa! Habría que suplirle nuevamente con la misma materia azul. Cualquier otra, lo liquidaría por su incompatibilidad biotérmica y los procesos sensitivos que aquello conlleva. En sí, es un procedimiento costoso y delicado.

-Juan permaneció meditativo por unos segundos. Reconocía la veracidad en las palabras de Octavio, pero él no dejaba un instante de pensar en la substancia gris, que tanto añoraba.

-¡Veremos! -exclamó Juan secamente, al momento de juntar los pequeños retazos cerebrales de Franco y colocarlos en un frasco de vidrio.

-Pienso que necesitas un nuevo ajuste de frecuencia neuronal, hermanito -fue lo último que Juan alcanzó a escuchar, mientras empapaba una esponja con el líquido azul que inundaba el cuarto e iba exprimiéndola lentamente dentro del envase. Lo amarró a su cintura y comenzó a hacer un esfuerzo desmedido para mover el pesado cuerpo de Franco a través del pasillo.

El molesto bip seguía escapando afligidamente de aquella máquina de carne y hueso. Juan se tomó la cabeza, palpó su frente lisa y metálica, e inflamó sobresaltando sus centellantes ojos esféricos y nebulosos. "¡No!", gritó. Luego pateó violentamente el cuerpo de Franco, una y otra vez, hasta que la fastidiosa señal se detuvo.

...Y arrastró lo que quedó de él hasta la enfermería, como si fuese un muñeco alelado y maltrecho; uno más, de entre los tantos que deambulaban diariamente a su alrededor, en las oficinas, en los comercios, en las calles...

* Paul Gabriel. Escritor cruceño. Narrador de ciencia ficción

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