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Viernes 27 de enero de 2017

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EDITORIAL
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Editorial y opiniones

Omisiones por conveniencia

27 ene 2017

José Luis Bolívar Aparicio

La última vez que tuve la oportunidad de ver civiles enfrentados a los militares sin más defensa que piedras fue en las barricadas de la Avenida Baptista en la zona Garita de Lima el 1 de noviembre de 1979.

Resulta que ese jueves, víspera del día de Todos los Santos, los noticiosos despertaron a la población indicando que el Cnl. Alberto Natusch Busch al mando del Regimiento Tarapacá había tomado el mando del Gobierno "Inconstitucional" del Dr. Walter Guevara Arze y con el fin de mantener la institucionalidad dada por las elecciones del 1 de julio de aquel año, a diferencia de otros golpes de Estado anteriores, donde se dictaban estados de sitio, toques de queda y otras medidas que suspendían varios derechos civiles, esta vez la orden era que la gente asista a sus fuentes de empleo, colegios o universidades de manera obligatoria, pues la seguridad de la gente estaba garantizada.

Mi madre trabajaba en los almacenes de la Caja Nacional de Seguridad Social detrás del Cementerio General y ante dicha orden se dio medios para asistir a su fuente de empleo ante una escasez terrible de medios de transporte (en aquel entonces no habían ni minibuses, ni trufis y sólo los micros y colectivos llevaban a la gente de un punto a otro a bajo costo) y decidió por seguridad llevarme con ella a su empleo.

A las 11 de la mañana las noticias eran de verdad alarmantes y optaron porque la gente abandone el lugar y se ponga a salvo cuanto antes. No era para menos, a las 3 de la tarde de esa jornada el número de muertos superaría la centena y ni qué decir de los heridos.

La imagen que no se pierde de mi mente, es cómo las oleadas de muchedumbre trataban de saquear los negocios de telas de los coreanos que dominaban el sector. Estos amigos de ojos rasgados y muy mal carácter a plan de nunchacazos hacían volar la cabeza del que osaba acercarse y más de uno engrosó la lista de heridos a cargo del Ejército.

El enfrentamiento en serio fue en la San Francisco y en la Av. Camacho, ambos escenarios se convirtieron en auténticos camposantos y la fuerza de las balas ganó en las primeras jornadas. Una huelga general de la COB durante 15 días terminó por retirar a Natusch del poder, pero el pueblo contra la metralla no pudo hacer nada.

Lo de El Alto el año 2013 es un tema al que me referiré en otra ocasión pues el caso amerita un mejor análisis, pero de lo que escribiré en esta ocasión es del periodo entre 1935 y 1979.

En la época de la post guerra del Chaco hasta el año 1952, las circunstancias eran diferentes. Las revoluciones y levantamientos armados eran tan comunes como los cambios de estación, en una década podíamos tener más presidentes que años y nos costaba mucho realmente ponernos de acuerdo. Pasamos de la barbarie el 46 a la ignominia durante el sexenio y en todo este tipo de confrontación entre pueblo y entes del orden o simplemente entre facciones de la sociedad civil, el factor común mayoritariamente eran los ex combatientes de la Guerra del Chaco.

Su experiencia de combate, su camaradería, su organización, su conocimiento sobre tácticas y estrategias militares aprendidas durante la conflagración, el dominio en el manejo de armas de guerra y sobre todo su valor, hacían de estos hombres un elemento humano gravitante a la hora de decidir los rumbos políticos del país.

Por eso cuando el MNR logró convertir una intentona de golpe de estado a cargo de la policía en una revolución nacional, fue la capacidad bélica de los beneméritos del Chaco la que volcó el peso de la balanza. Desde la toma del Polvorín en Villa Pabón hasta el asalto a la Brigada Aérea, todas fueron maniobras militares de mucho coraje y arrojo que no la hubieran hecho civiles armados y nada más. Se necesitó de toda su experiencia acumulada durante los tres años que duró la lid en el sudeste boliviano.

Las experiencias de este tipo en las ocasiones posteriores ya fueron todo lo contrario. El golpe del 64 que se transformó en una masacre de los milicianos en el cerro Laikakota, el golpe del 71 con un joven Marcelo Quiroga tratando de liderar a la gente en la zona del estadio sin conseguirlo, los universitarios atestados en las barricadas de adoquines sin poder hacer nada contra las balas, o las jornadas de noviembre a las que ya me referí y que sólo sirvieron para fabricar viudas, huérfanos y padres que con llanto despedían a sus hijos, fueron testigos de que se necesitaba algo más que valor para enfrentarse a los militares. No había duda, sólo los beneméritos eran civiles capaces de enfrentarse casi en igualdad de condiciones a las fuerzas armadas, cosa que hace mucho ya no podía darse.

Y es que los ex combatientes dejaron en el país muchas huellas, historias por miles, de valor y coraje en las ardientes arenas del Chaco, y fuerza de trabajo que fue forjando la Patria, pero sobre todo un factor que hoy en día ya no se toma en cuenta, por el simple hecho que para las arcas nacionales dejaron de ser una carga y se convirtieron solamente en un recuerdo.

Y es que, desde que el Estado decidió reconocer el sacrificio que habían realizado sus hombres y mujeres que lucharon por su honor y riquezas así como a las viudas de guerra, la renta que se les pagaba, mínima como era para quien la percibía, fue durante décadas un peso muy difícil de arrastrar para un tesoro como el nacional, que luego de auges económicos como aquel de los 70´s, durante la crisis de los 80´s y gran parte de los 90´s, su pago fue una hemorragia tremenda en la economía nacional.

Era un gasto corriente de 13 pagos al año, sin tomar en cuenta el seguro de salud y otros beneficios con los que contaban estos hombres que habían dado la vida por la Patria y a quienes justificadamente se debía reconocer su sacrificio, pero vaya que fue difícil para los gobiernos sostener esta enorme carga social.

Por eso, cuando este 22 de enero durante su largo, realmente largo, discurso presidencial, quien se califica como ganador de las elecciones en las que ya no debería estar, hizo un análisis de lo malo que era antes y de lo bueno que es hoy, me dio tristeza escuchar que su análisis carecía de reconocimiento a este aspecto, entre tantos otros, que por conveniencia prefirió omitir.

Es muy fácil vanagloriarse de que antes se percibía 1 y ahora se percibe 100 sin analizar las razones o motivos del porqué las cifras eran tan pequeñas otrora y magnánimas ahora. Es muy fácil decir por ejemplo que antes Entel generaba una octava parte de lo que genera ahora, sin analizar que en la Bolivia de hoy hay casi tantas líneas de celulares como habitantes y más de la mitad de ellos consume Internet y no recalcar que la empresa de telecomunicaciones de antes sólo servía para las llamadas de larga distancia.

Es muy fácil compararse con el derrotado cuando eres el triunfante, pero qué difícil es verse al espejo y compararse con uno mismo, porque si algo debería hacer un buen gobierno a la hora de la evaluación no es compararse con los anteriores 180 años, sino tener el valor de preguntarse así mismo: Desde que nos hicimos cargo del gobierno el 22 de enero de 2006 y recibir más de 50 mil millones de dólares ¿Cuánto ha mejorado cada uno de los bolivianos? ¿Ha mejorado la educación? ¿Ha mejorado la salud? ¿Ha mejorado la justicia? ¿Ha mejorado el empleo? ¿Hemos aprendido a leer?

(*) Paceño, stronguista y liberal

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