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Domingo 03 de julio de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

Fiódorov Dostoievski a Ania Grigorievna

03 jul 2016

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Primera de dos partes

Wiesbaden, viernes, 28 de abril de 1871

Ania, por el amor de Cristo, por el amor de Liuba [su hija], por todo nuestro futuro, no empieces a preocuparte y a sentirte enfadada; lee esta carta cuidadosamente hasta el final. Verás al final que el desastre no el al final un motivo de desesperación, sino, por el contrario, se puede obtener algo de él, algo que puede ser mucho más valioso que el precio pagado. así que tranquilízate, ángel mío, escúchame y lee esto hasta el final. Por el amor de Cristo, no te hundas.

Tú, preciosa mía, mi amiga de toda la vida, mi ángel celestial, por supuesto, has deducido que lo he perdido -los 30 táleros que me enviaste-. Recuerda que eres mi única salvación y que no hay nadie más en el mundo que me ame. Recuerda también, Ania, que hay desgracias que conllevan su propio castigo. Mientras escribo me estoy preguntando: ¿Qué significa para ti?, ¿cómo te lo tomarás? ¡Espero que nada terrible te suceda! Y si sientes pena por mí en este momento, olvídala, me lo podrías todavía más difícil.

No me atreví a enviarte un telegrama -y ahora tampoco me atrevo-, después de tu última carta, en la que me cuentas que estarás preocupándote por mí. Sólo puedo imaginarme qué habría pasado si hubieras recibido un telegrama mañana diciendo Schrieben sie mier� ¡qué habría sido de ti entonces!

Ah, Ania, ¿por qué tuve que marcharme?

Esto es lo que ha pasado hoy. En primer lugar, recibí tu carta a la una del mediodía, pero no el dinero. Después fui a casa y te contesté (una carta desagradable y cruel; bien; casi te deshonraba en ella). Supongo que la recibirás mañana sábado, si te pasas por la oficina de correos después de las cuatro. Llevé mi carta a correos y el encargado me dijo de nuevo que no había dinero para mí; eran las dos y media. Pero cuando me volví a pasar, por tercera vez, a las cuatro y medio, me dio el dinero y, cuando le pregunté a qué hora había llegado, me respondió tranquilamente "a eso de las dos". ¿Por qué no me lo dio cuando había estado allí antes, bien pasadas las dos? Entonces, cuando vi que tenía que esperar hasta las seis y media para coger el próximo tren que me sacara de allí, me dirigí al casino.

Ahora, Ania, me puedes creer o no, pero ¡te juro que no tenía la intención de jugar! Para convencerte, te lo confesaré todo: cuando te envié un telegrama pidiéndote que me enviaras 30 táleros en vez de 25, pensé que todavía podía arriesgar otros 5, pero ni siquiera estaba decidido a hacerlo. Pensé que si me sobraba algún dinero, lo llevaría de vuelta conmigo. Pero cuando hoy recibí los 30 táleros, no quería jugar por dos razones: primero, estaba muy afectado por tu carta e imaginé el efecto que te produciría (¡y me lo estoy imaginando ahora!); y segundo, anoche soñé con mi padre y se me apareció de una terrible guisa, de una manera que sólo se me ha aparecido dos veces en la vida, las dos profetizando un terrible desastre, y en las dos el sueño se hizo realidad. (Y ahora, cuando pienso en el sueño que tuve hace tres noche, cuando vi tu pelo volviéndose blanco, mi corazón deja de latir, ah, Dios mío, ¡qué será de ti cuando recibas esta carta!).

Pero, cuando llegué al casino, fui a una mesa y me quedé allí de pie, haciendo apuestas imaginarias sólo para ver si podía adivinar el resultado. Y, ¿sabes qué, Ania? Acerté diez veces seguidas, y hasta acerté el Cero. Me quedé tan asombrado que empecé a jugar y en cinco minutos gané 18 táleros. Entonces, Ania, me puse muy nervioso y pensé que podía irme en el último tren, pasar la noche en Frankfurt y, como mínimo, llevaría algún dinero a casa conmigo. ¡Estaba tan avergonzado por los 30 táleros que te había robado! Créeme, ángel mío, he estado soñando todo el año con comprarte un par de pendientes, como aquellos que ni siquiera te he podido devolver. Has estado empeñando todas tus posesiones para mí durante los últimos cuatro años y me has seguido en mis vagabundeos con la nostalgia en tu corazón. Ania, Ania, ten en cuenta, también, que no soy un sinvergüenza sino sólo un hombre dominado por el juego.

(Pero hay algo más que quiero que recuerdes, Ania: voy a acabar con esta afición para siempre. Ya sé que te he escrito antes que había terminado y que lo había olvidado, pero nunca me había sentido de la forma que me siento ahora cuando escribo esto. Ahora estoy libre de esta ilusión, y bendeciría a Dios porque las cosas hayan acabado tan desastrosamente como lo han hecho si no estuviera terriblemente preocupado por ti en este momento. Ania, si está enfadada conmigo, piensa sólo en lo mucho que he tenido -y todavía tendré- que sufrir durante los próximos tres o cuatro días. Si, en algún momento, más adelante, crees que soy desagradecido e injusto contigo, enséñame esta carta.)

A las nueve y media lo había perdido todo y hui como un loco. Me sentía tan desdichado que corrí a ver al sacerdote (no te preocupes, no le vi, no, ¡ni siquiera lo pretendí!). Mientras corría hacia su casa a través de la oscuridad por calles desconocidas, iba pensando: "Bien, él es el pastor del Señor y yo hablaré con él, no como con una persona corriente, sino como se hace cuando uno se confiesa". Pero me perdí en la ciudad y cuando llegué a una iglesia, que tomé por rusa, me dijeron en una tienda que no era tal. Fue como si alguien me hubiera echado un jarro de agua fría. Corrí de vuelta a casa. Y ahora es medianoche y estoy sentado escribiéndote. (Y no voy a ir a ver al sacerdote, no iré, ¡juro que no iré!)

Me quedaba un tálero y medio en monedas. Eso habría bastado para un telegrama (15 groschen) pero tengo miedo enviarlo. ¡No sé cómo te lo tomarías! Así que he decidido escribirte una carta y mandártela mañana a las ocho, y para asegurarme de que la recibirás sin retraso el domingo por la mañana, la voy a enviar directamente a tu casa en lugar de a la poste restante (porque ¿qué pasaría si, esperando que llegara, no te preocuparas de ir a la oficina de correos?). Pero, aun así, te enviaré otra carta poste restante mañana, aunque tardaré en mandarla. Pero te escribiré seguro pasado mañana, el domingo.

Continuará

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