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Primera de dos partes
Wiesbaden, viernes, 28 de abril de 1871
Ania, por el amor de Cristo, por el amor de Liuba [su hija], por todo nuestro futuro, no empieces a preocuparte y a sentirte enfadada; lee esta carta cuidadosamente hasta el final. Verás al final que el desastre no el al final un motivo de desesperación, sino, por el contrario, se puede obtener algo de él, algo que puede ser mucho más valioso que el precio pagado. asà que tranquilÃzate, ángel mÃo, escúchame y lee esto hasta el final. Por el amor de Cristo, no te hundas.
Tú, preciosa mÃa, mi amiga de toda la vida, mi ángel celestial, por supuesto, has deducido que lo he perdido -los 30 táleros que me enviaste-. Recuerda que eres mi única salvación y que no hay nadie más en el mundo que me ame. Recuerda también, Ania, que hay desgracias que conllevan su propio castigo. Mientras escribo me estoy preguntando: ¿Qué significa para ti?, ¿cómo te lo tomarás? ¡Espero que nada terrible te suceda! Y si sientes pena por mà en este momento, olvÃdala, me lo podrÃas todavÃa más difÃcil.
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No me atrevà a enviarte un telegrama -y ahora tampoco me atrevo-, después de tu última carta, en la que me cuentas que estarás preocupándote por mÃ. Sólo puedo imaginarme qué habrÃa pasado si hubieras recibido un telegrama mañana diciendo Schrieben sie mierÂ? ¡qué habrÃa sido de ti entonces!
Ah, Ania, ¿por qué tuve que marcharme?
Esto es lo que ha pasado hoy. En primer lugar, recibà tu carta a la una del mediodÃa, pero no el dinero. Después fui a casa y te contesté (una carta desagradable y cruel; bien; casi te deshonraba en ella). Supongo que la recibirás mañana sábado, si te pasas por la oficina de correos después de las cuatro. Llevé mi carta a correos y el encargado me dijo de nuevo que no habÃa dinero para mÃ; eran las dos y media. Pero cuando me volvà a pasar, por tercera vez, a las cuatro y medio, me dio el dinero y, cuando le pregunté a qué hora habÃa llegado, me respondió tranquilamente "a eso de las dos". ¿Por qué no me lo dio cuando habÃa estado allà antes, bien pasadas las dos? Entonces, cuando vi que tenÃa que esperar hasta las seis y media para coger el próximo tren que me sacara de allÃ, me dirigà al casino.
Ahora, Ania, me puedes creer o no, pero ¡te juro que no tenÃa la intención de jugar! Para convencerte, te lo confesaré todo: cuando te envié un telegrama pidiéndote que me enviaras 30 táleros en vez de 25, pensé que todavÃa podÃa arriesgar otros 5, pero ni siquiera estaba decidido a hacerlo. Pensé que si me sobraba algún dinero, lo llevarÃa de vuelta conmigo. Pero cuando hoy recibà los 30 táleros, no querÃa jugar por dos razones: primero, estaba muy afectado por tu carta e imaginé el efecto que te producirÃa (¡y me lo estoy imaginando ahora!); y segundo, anoche soñé con mi padre y se me apareció de una terrible guisa, de una manera que sólo se me ha aparecido dos veces en la vida, las dos profetizando un terrible desastre, y en las dos el sueño se hizo realidad. (Y ahora, cuando pienso en el sueño que tuve hace tres noche, cuando vi tu pelo volviéndose blanco, mi corazón deja de latir, ah, Dios mÃo, ¡qué será de ti cuando recibas esta carta!).
Pero, cuando llegué al casino, fui a una mesa y me quedé allà de pie, haciendo apuestas imaginarias sólo para ver si podÃa adivinar el resultado. Y, ¿sabes qué, Ania? Acerté diez veces seguidas, y hasta acerté el Cero. Me quedé tan asombrado que empecé a jugar y en cinco minutos gané 18 táleros. Entonces, Ania, me puse muy nervioso y pensé que podÃa irme en el último tren, pasar la noche en Frankfurt y, como mÃnimo, llevarÃa algún dinero a casa conmigo. ¡Estaba tan avergonzado por los 30 táleros que te habÃa robado! Créeme, ángel mÃo, he estado soñando todo el año con comprarte un par de pendientes, como aquellos que ni siquiera te he podido devolver. Has estado empeñando todas tus posesiones para mà durante los últimos cuatro años y me has seguido en mis vagabundeos con la nostalgia en tu corazón. Ania, Ania, ten en cuenta, también, que no soy un sinvergüenza sino sólo un hombre dominado por el juego.
(Pero hay algo más que quiero que recuerdes, Ania: voy a acabar con esta afición para siempre. Ya sé que te he escrito antes que habÃa terminado y que lo habÃa olvidado, pero nunca me habÃa sentido de la forma que me siento ahora cuando escribo esto. Ahora estoy libre de esta ilusión, y bendecirÃa a Dios porque las cosas hayan acabado tan desastrosamente como lo han hecho si no estuviera terriblemente preocupado por ti en este momento. Ania, si está enfadada conmigo, piensa sólo en lo mucho que he tenido -y todavÃa tendré- que sufrir durante los próximos tres o cuatro dÃas. Si, en algún momento, más adelante, crees que soy desagradecido e injusto contigo, enséñame esta carta.)
A las nueve y media lo habÃa perdido todo y hui como un loco. Me sentÃa tan desdichado que corrà a ver al sacerdote (no te preocupes, no le vi, no, ¡ni siquiera lo pretendÃ!). Mientras corrÃa hacia su casa a través de la oscuridad por calles desconocidas, iba pensando: "Bien, él es el pastor del Señor y yo hablaré con él, no como con una persona corriente, sino como se hace cuando uno se confiesa". Pero me perdà en la ciudad y cuando llegué a una iglesia, que tomé por rusa, me dijeron en una tienda que no era tal. Fue como si alguien me hubiera echado un jarro de agua frÃa. Corrà de vuelta a casa. Y ahora es medianoche y estoy sentado escribiéndote. (Y no voy a ir a ver al sacerdote, no iré, ¡juro que no iré!)
Me quedaba un tálero y medio en monedas. Eso habrÃa bastado para un telegrama (15 groschen) pero tengo miedo enviarlo. ¡No sé cómo te lo tomarÃas! Asà que he decidido escribirte una carta y mandártela mañana a las ocho, y para asegurarme de que la recibirás sin retraso el domingo por la mañana, la voy a enviar directamente a tu casa en lugar de a la poste restante (porque ¿qué pasarÃa si, esperando que llegara, no te preocuparas de ir a la oficina de correos?). Pero, aun asÃ, te enviaré otra carta poste restante mañana, aunque tardaré en mandarla. Pero te escribiré seguro pasado mañana, el domingo.
Continuará