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Viernes 25 de marzo de 2016

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Editorial y opiniones

Necesidades húmedas

25 mar 2016

José Luis Bolívar Aparicio

Libros y relatos sobre la guerra hay miles, pero pocos tienen la virtud de detallar las sensaciones del hombre, del protagonista, del héroe o del villano, que padece las millones de vicisitudes que le toca vivir cuando debe ir al frente.

Las guerras en todas sus variedades, de tiempo, de lugar, de contendientes, de razones y de amores o pasiones entre tantas otras causas, toca los dinteles mismos de la razón humana, y suele hacer de ella brotar sus peores pasiones y miserias.

No hay hombre que no sea capaz de hacer cosas que no las hubiera imaginado nunca a la hora de salvar su vida o saciar algunas necesidades durante la contienda, y también hay otros que son capaces de tolerar y mostrar resistencias más allá de lo concebible y aún bajo condiciones infrahumanas, seguir luchando, muchas veces con heroísmos supremos dignos de los monumentos más grandes que sus descendientes puedan levantar en su honor.

Es justamente en esas lides donde el cuerpo humano se dobla o se yergue más altivo, su preparación, o su constitución pueden ser factores determinantes a la hora de ver, de qué está hecho el organismo, pero sin lugar a dudas es la mente la indomable, es la idea, la que puede hacer que un cuerpo diminuto lo resista todo, o en cambio uno colosal, se derrumbe mucho antes incluso de que sus fuerzas se acaben.

Las necesidades en un campo de batalla son innumerables y las hay de las más variadas. El hambre, el cansancio, el sueño, la soledad, la angustia, el aseo son algunas de las más urgentes cuando el hombre se enfrenta a otro por los motivos que lo hayan llevado a la lucha. Pero si hay necesidades que son capaces de lastimar tremendamente el cuerpo y el alma, pienso sinceramente que una es la sed.

Cuando ella aparece y la saciamos fácilmente, no sólo con agua pura y simple, sino muchas veces con bebidas refrescantes y hasta con elíxires espirituosos, pasa desapercibida y no nos deja por lo general saber lo que nos puede suceder cuando empieza a carcomer las entrañas de un organismo que es 70% agua.

La sequedad en la boca es la primera de las sensaciones, y son los labios los primeros en resentirse, la falta de humedad provocada por una lengua cada vez menos animada a visitarlos provoca que se sequen, se vayan escamando y con el paso del tiempo, agrietarse, comenzando el dolor cada vez que se parten en pedazos.

El paladar también reclama su parte y la poca saliva que se va produciendo lastima las inflamadas amígdalas y campanilla ya hinchadas de por sí.

A medida que pasan las horas, los miembros inferiores comienzan a flaquear, y con el tiempo cuando pasan los días, la ausencia de electrolitos, hace que los calambres hagan su aparición provocando temblores y que se sienta una debilidad general.

Hay sueño y desgano, pero muchas veces la necesidad de estar alertas, hace que este tenga que ceder a un cuerpo que cada vez va a ir consumiendo más y más las reservas de agua que le quedan, sin contar que obviamente si se está en combate o en ejercicio permanente, y lógicamente dependiendo de la temperatura que haya, la traspiración hará su tarea provocando que la polidipsia sea mucho mayor cada vez.

Los ojos se hunden, la piel se reseca y pierde su elasticidad, la presión arterial baja y el cuerpo pierde casi el 30% de su fuerza normal, y es en ese momento cuando la mente empieza también a jugarle en contra al cuerpo.

A cada momento el pensamiento se centra en cómo saciar la angustia por agua, de dónde buscar el líquido elemento que sea capaz de calmar el enorme deseo que beber algo. Y cuando se sabe que no existen los medios para obtener con qué paliarla por lo menos en lo inmediato, al igual que cuando lo que se tiene es hambre, la mente empieza a elucubrar lugares y situaciones en que lo que abunda es lo que necesitamos. Grifos de gran poder soltando agua en enormes cantidades, lagos y ríos extensos que saciarían lo que se siente en un instante, oasis donde se pondría fin rápidamente al suplicio, se dibujan en la cabeza de quien debe paliar su deseo con fantasías y esperar el momento de hacer realidad esa voluntad.

Pero mientras pasa el tiempo, el cuerpo le avisa a la mente que ya no puede más, y la mente cuyo primer fin es la sobrevivencia a cualquier precio, comienza a asumir medidas por encima del riesgo. El estatismo no es buen consejero, y en nada ayuda, por lo tanto reclama acción al organismo y éste emprende marcha y tareas en pos de poder dar fin al calvario.

El primer recurso casi siempre es la propia orina, pero ésta, aparte de su mal sabor tiene al ingerirla tremendas consecuencias en los riñones que ya empezaron a flaquear por la grave deshidratación. Es como beber agua de mar, su alto contenido de cloruro y otros minerales que el mismo cuerpo deshecha le juegan a los filtros del organismo una mala pasada, el estómago también se resiente por la acción del ácido úrico y los dolores de cabeza, estómago y los interminables calambres le hacen comprender al sediento que no ha sido la más sabia de las soluciones.

Y entonces el hombre sabe que lejos de los riesgos que puedan haber al buscar agua, si es que ésta se encuentra protegida por el fuego del enemigo, sabe que en ese instante, es lo mismo morir de un tiro que morir de sed, por lo tanto las ocasiones desesperadas piden soluciones desesperadas y así en esas situaciones, miles de hombres sino millones, han sobrevivido saciando su sed o han muerto en el intento y lo peor, cayendo fulminados muchas veces sobre la fuente de vida a la que acudieron y como consecuencia de la imposibilidad de aproximarse, pudriendo su cuerpo sobre el líquido elemento haciendo que éste sea también un veneno para quienes intenten luego aproximarse a él.

En lo personal, me ha tocado sentir sed, alguna vez casi al extremo, pero afortunadamente nunca he padecido la que por ejemplo sufrieron nuestros antepasados en las candentes arenas del Chaco, y muchos otros en tantas contiendas bélicas. Por eso cuando siento sed de verdad, vuelvo siempre a reflexionar sobre lo mismo.

Hace pocos días se celebró en el planeta entero el Día Internacional del Agua, proclamado por las Naciones Unidas en un afán de hacer que los seres humanos tomemos conciencia de la importancia que tiene el compuesto de hidrógeno y oxígeno, no solo a la hora de paliar la sed, sino fundamentalmente en el desarrollo y prosperidad de la especie humana.

Ya mucho se ha hablado del calentamiento global, del cambio climático, de la cada vez menos existencia de los glaciares, y Oruro está viendo en sus narices la consecuencia del desarrollo sin conciencia ecologista.

Es hora de tomar conciencia y pensar que estos pasajes descritos en esta columna, sean sólo el registro de historias pasadas y no el diario vivir de nuestras futuras generaciones.

(*) Paceño, stronguista y liberal

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