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Domingo 17 de enero de 2016

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Cultural El Duende

Claudio Peñaranda

17 ene 2016

Claudio Peñaranda. Sucre, 1883 - 1921. Poeta, periodista, político y docente de literatura. Laureado en los Juegos Florales de 1917 por su texto Oración a La Paz. La antología Poetas contemporáneos de Bolivia compilada por José E. Guerra (1920) afirma que Peñaranda se manifiesta como discípulo aventajado de Ricardo Jaimes Freyre y Rubén Darío. Conoce a fondo la técnica del verso y es prosista de buen cuño. Su labor periodística es agitada y robusta. Ha publicado Líricas (1907); Cancionero vivido (1919) y Ofrenda (1921).

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Mandolinata

Colombina colegiala,

la de suave cutis de ala,

y de seda y de jazmín,

¡colegiala, Colombina!

préstame la mandolina / de Arlequín.

Porque quiero de sus trinos,

de sus sones cantarinos

hacer lluvia de cristal,

lluvia con prisma de ensueño

que se irise en un risueño / madrigal.

Y decirte varias cosas

sutilmente primorosas

con que acierto a veces yo,

celebrando tu infinita

gracia cruel de duquesita / de Wateau.

Elogiar tu gran tesoro

de rizados bucles de oro,

sol que se baña en coñac,

cual dijera, cortesano,

el caballero Cyrano / Bergerac.

Hablar de tus ojos grises,

que tienen lumbres felices

de niña ya hecha mujer;

perlas de raro fulgor

con un oriente de amorÂ? / y de flirt.

Afirmarte -¡casi es nada!-

que eres la rosa rosada

del pensil del Rey Abril.

Y algo mejor: afirmarte

que eres viva rosa de Arte / juvenil.

Entre tus labios parleros

las rimas se hacen luceros.

Sortilegio hay en tu vozÂ?

¡Salud a la rosa viva,

sensitiva, comprensiva / y precoz!

Sobre el fausto de la escena

tu risa clara resuena.

Brilla tu pupila gris..

¡Palmas a la fina gracia

de esta flor de aristocracia / que es actriz!

Que se aromen en el aire

los aplausos al donaire;

mientras desciende el telón

y la figulina inquieta

va esfumando su silueta / de ilusión.

Colombina colegiala, la de suave cutis

de ala y de seda, y de jazmín,

¡recita, charla, fascina!...

Te sigue la mandolina / de Arlequín.

Elegía a Rubén Darío

Padre y Maestro mágico, liróforo celeste

que al instrumento olímpico y a la siringa agreste

diste tu acento encantador:

¡Panida! Pan tú mismo, que corros condujiste

hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,

al son del sistro y del tambor.

I

Así rezaste un día, con hondo desconsuelo,

cuando el divino sátiro quiso llevar al cielo

su pobre pierna de hospital;

cuando su última lágrima tornada en una nube

hecha de los pecados de un alma de querube,

fue todo el Bien y todo el Mal.

Así rezaste un día� Fue cuando Sor Quimera

era tu hermana monja, cuando la Primavera

querida fue del Rey Rubén;

cuando todo era AzulÂ?; cuando tristes campanas

lloraban con los sones de las Prosas Profanas

la santa muerte de Verlaine.

El abuelo sublime de la pierna anquilótica,

el de cara de diablo y de niña clorótica

te dio de herencia pena y sol;

esa pena risueña que es florida cadena,

ese sol de alegría que hace negra la pena,

y un dulce ensueño con alcohol.

Y el ladino veneno no mató tu energía,

y la mísera vida no robó tu alegría,

serena como un Partenón,

porque siempre te diste y el que da nada espera,

y cada rima nueva es la rima primera,

y luz, consuelo y oración.

Eras bueno, eras noble. ¡Padre y Maestro Darío!

Eras como si un águila, en pleno bosque umbrío

de oculta y torva ingratitud,

extendiera las alas que besara la aurora

y rizaran espumas de brava mar sonora

sobre un nidal de juventud.

Por eso sonreías con inmensa amargura

(amargura, vinagre de un vino de ternura)

ante el injusto frenesí�

Y mirabas sin odio cómo las cien portadas,

hechas para tus hijos caían, profanadas,

caían todas sobre ti�

¿Qué importa esa tristeza? Es la sombra del genio.

Es la fea tramoya del glorioso proscenio.

¡Velar la estrella con un tul!...

(Era un aire suaveÂ? Y un rumor de violines.

Una escena grotesca: centauros y arlequinesÂ?

Y un torpe insulto: "El indio azul".)

II

Yo quisiera cantarle a la sorda sordina,

ahogando en un sollozo, cual una golondrina

que en vano busca el nido fielÂ?

Yo quisiera llorarte con fervor infinitoÂ?

Y siento que se aduerme

la intención de mi grito

en una sombra de laurel.

¿Te acuerdas, Padre y Maestro,

de aquella Margarita

deshojando los pétalos en la primera cita

que nunca, nunca volverá?

¿Te acuerdas de los pinos,

como frailes ancianos,

hermanos por la gracia,

por la tristeza hermanos?

Y el cruel pensar del más allá?

¿Te acuerdas del coraje

de la Marcha triunfal

que cual mágica tromba

de tonante raudal

enciende flamas de valor?

¿Y aquel rojo leproso

a quien el caballero

Rodrigo de Vivar -a falta de dinero-

le da su mano, lis de amor?

¿Te acuerdas que has cantado

las risas y las bocas,

las lindas risas rosas,

las guindas bocas locas,

la carne blanca del placer?

Después, como el abuelo,

también sentiste el frío

del asco de las copas,

el bostezo de hastío

y el ansia rota del deber.

Y perdido ya el rumbo

de tu voluble aguja,

anhelaste la calma de fúnebre cartuja

cual un humilde hermano Asís�

Y tus sueños de fiebre

-alas, besos y aromas-

revolares de blondas y arrullo de palomas

fueron nostalgia de París�

Y así como termina un claro curso de agua,

llevaste tus dolores y amor a Nicaragua,

con ansias de apagar tu luzÂ?

(El sátiro contempla sobre un lejano monte

una cruz que se eleva cubriendo el horizonte

¡y un resplandor sobre la cruz!)

Para tus amigos: