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Mandolinata
Colombina colegiala,
la de suave cutis de ala,
y de seda y de jazmÃn,
¡colegiala, Colombina!
préstame la mandolina / de ArlequÃn.
Porque quiero de sus trinos,
de sus sones cantarinos
hacer lluvia de cristal,
lluvia con prisma de ensueño
que se irise en un risueño / madrigal.
Y decirte varias cosas
sutilmente primorosas
con que acierto a veces yo,
celebrando tu infinita
gracia cruel de duquesita / de Wateau.
Elogiar tu gran tesoro
de rizados bucles de oro,
sol que se baña en coñac,
cual dijera, cortesano,
el caballero Cyrano / Bergerac.
Hablar de tus ojos grises,
que tienen lumbres felices
de niña ya hecha mujer;
perlas de raro fulgor
con un oriente de amorÂ? / y de flirt.
Afirmarte -¡casi es nada!-
que eres la rosa rosada
del pensil del Rey Abril.
Y algo mejor: afirmarte
que eres viva rosa de Arte / juvenil.
Entre tus labios parleros
las rimas se hacen luceros.
Sortilegio hay en tu vozÂ?
¡Salud a la rosa viva,
sensitiva, comprensiva / y precoz!
Sobre el fausto de la escena
tu risa clara resuena.
Brilla tu pupila gris..
¡Palmas a la fina gracia
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de esta flor de aristocracia / que es actriz!
Que se aromen en el aire
los aplausos al donaire;
mientras desciende el telón
y la figulina inquieta
va esfumando su silueta / de ilusión.
Colombina colegiala, la de suave cutis
de ala y de seda, y de jazmÃn,
¡recita, charla, fascina!...
Te sigue la mandolina / de ArlequÃn.
ElegÃa a Rubén DarÃo
Padre y Maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olÃmpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador:
¡Panida! Pan tú mismo, que corros condujiste
hacia el propÃleo sacro que amaba tu alma triste,
al son del sistro y del tambor.
I
Asà rezaste un dÃa, con hondo desconsuelo,
cuando el divino sátiro quiso llevar al cielo
su pobre pierna de hospital;
cuando su última lágrima tornada en una nube
hecha de los pecados de un alma de querube,
fue todo el Bien y todo el Mal.
Asà rezaste un dÃaÂ? Fue cuando Sor Quimera
era tu hermana monja, cuando la Primavera
querida fue del Rey Rubén;
cuando todo era AzulÂ?; cuando tristes campanas
lloraban con los sones de las Prosas Profanas
la santa muerte de Verlaine.
El abuelo sublime de la pierna anquilótica,
el de cara de diablo y de niña clorótica
te dio de herencia pena y sol;
esa pena risueña que es florida cadena,
ese sol de alegrÃa que hace negra la pena,
y un dulce ensueño con alcohol.
Y el ladino veneno no mató tu energÃa,
y la mÃsera vida no robó tu alegrÃa,
serena como un Partenón,
porque siempre te diste y el que da nada espera,
y cada rima nueva es la rima primera,
y luz, consuelo y oración.
Eras bueno, eras noble. ¡Padre y Maestro DarÃo!
Eras como si un águila, en pleno bosque umbrÃo
de oculta y torva ingratitud,
extendiera las alas que besara la aurora
y rizaran espumas de brava mar sonora
sobre un nidal de juventud.
Por eso sonreÃas con inmensa amargura
(amargura, vinagre de un vino de ternura)
ante el injusto frenesÃÂ?
Y mirabas sin odio cómo las cien portadas,
hechas para tus hijos caÃan, profanadas,
caÃan todas sobre tiÂ?
¿Qué importa esa tristeza? Es la sombra del genio.
Es la fea tramoya del glorioso proscenio.
¡Velar la estrella con un tul!...
(Era un aire suaveÂ? Y un rumor de violines.
Una escena grotesca: centauros y arlequinesÂ?
Y un torpe insulto: "El indio azul".)
II
Yo quisiera cantarle a la sorda sordina,
ahogando en un sollozo, cual una golondrina
que en vano busca el nido fielÂ?
Yo quisiera llorarte con fervor infinitoÂ?
Y siento que se aduerme
la intención de mi grito
en una sombra de laurel.
¿Te acuerdas, Padre y Maestro,
de aquella Margarita
deshojando los pétalos en la primera cita
que nunca, nunca volverá?
¿Te acuerdas de los pinos,
como frailes ancianos,
hermanos por la gracia,
por la tristeza hermanos?
Y el cruel pensar del más allá?
¿Te acuerdas del coraje
de la Marcha triunfal
que cual mágica tromba
de tonante raudal
enciende flamas de valor?
¿Y aquel rojo leproso
a quien el caballero
Rodrigo de Vivar -a falta de dinero-
le da su mano, lis de amor?
¿Te acuerdas que has cantado
las risas y las bocas,
las lindas risas rosas,
las guindas bocas locas,
la carne blanca del placer?
Después, como el abuelo,
también sentiste el frÃo
del asco de las copas,
el bostezo de hastÃo
y el ansia rota del deber.
Y perdido ya el rumbo
de tu voluble aguja,
anhelaste la calma de fúnebre cartuja
cual un humilde hermano AsÃsÂ?
Y tus sueños de fiebre
-alas, besos y aromas-
revolares de blondas y arrullo de palomas
fueron nostalgia de ParÃsÂ?
Y asà como termina un claro curso de agua,
llevaste tus dolores y amor a Nicaragua,
con ansias de apagar tu luzÂ?
(El sátiro contempla sobre un lejano monte
una cruz que se eleva cubriendo el horizonte
¡y un resplandor sobre la cruz!)