Roa Bastos utiliza libremente expresiones guaranÃes en su extraordinaria novela Hijo de hombre (1960; edición definitiva en 1985). Se trata de una novela que abarca cien años de la resistencia paraguaya a la dictadura, desde mediados del siglo XIX hasta la guerra del Chaco en el decenio de los treinta. Los hechos no se cuentan siguiendo un estricto orden cronológico, sino que se agrupan en torno a figuras o acontecimientos. La unidad de la novela se centra en dos sÃmbolos: un Cristo tallado por un leproso que se convierte en el sÃmbolo de la rebelión entre los habitantes de Itape, y la lÃnea del ferrocarril, el sÃmbolo moderno de la rebelión, ya que fue aquÃ, en la estación de Sapukai, donde dos mil paraguayos murieron a causa de una bomba gubernamental durante una rebelión armada. Cada generación diezmada, pero la lucha nunca termina del todo. La figura central de esta resistencia es el casi mÃtico Crisanto Jara, que sobrevive a la explosión del tren y sobrevive a las penalidades de las plantaciones de mate, y cuyo hijo prosigue la dura lucha.
En el caso del vagón todos se callaron. El jefe de estación, los inspectores del ferrocarril, los capataces de cuadrillas. Cualquiera, el menos indicado habrÃa podido alzar tÃmidamente la voz de alerta. Pero eso no sucedió. Una omisión que a lo largo de los años borronea la sospecha de una complicidad o al menos un fenómeno de sugestión colectiva, sino un tácito consentimiento tan disparatado como el viaje. Es cierto que el vagón ya no servÃa para nada; no es más que un montón de hierro viejo y madera podrida. Pero el hecho absurdo estribaba en que todavÃa podÃa andar, alejare, desaparecer, violando todas las leyes de propiedad, de gravedad, de sentido común.
Los rÃos profundos se basaba en elementos autobiográficos y es un relato en primera persona de la adolescencia de Ernesto, gran parte de la cual transcurre en un pensionado católico de Abancay. Ernesto está dividido entre las culturas india y española y siente que pertenece a ambas. Desde el principio el lector advierte la existencia de dos sistemas diferentes de valores que se dan bajo la superficie de la vida. Al comienzo de la novela Ernesto y su padre visitan la casa de un anciano avaro pero piadoso, "El viejo", que vive en Cuzco. El Viejo les hace dormir en un catre de tijera habitualmente reservado a los indios, y de este modo les clasifica socialmente aun antes de haber cambiado unas palabras con ellos. Esta discriminación es solamente la manifestación superficial de profundos esquemas de la sensibilidad racial, que son visibles en las mismas piedras y edificios de la ciudad:
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