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Domingo 06 de diciembre de 2015

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Cultural El Duende

El realismo no es prosaico: Augusto Roa Bastos y José María Arguedas

06 dic 2015

Jean Franco

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Augusto Roa Bastos (1917-2005) es paraguayo, José María Arguedas (1911-1969) era peruano. Ambos han escrito novelas que están muy pegadas a la "realidad", que son minuciosas observaciones de la sociedad en la que viven; pero la crudeza de los hechos que describen está mitigada por el lirismo del estilo. Y en ambos este estilo lírico deriva en cierta medida del uso que hacen de palabras indias y del ritmo de las lenguas indias.

Roa Bastos utiliza libremente expresiones guaraníes en su extraordinaria novela Hijo de hombre (1960; edición definitiva en 1985). Se trata de una novela que abarca cien años de la resistencia paraguaya a la dictadura, desde mediados del siglo XIX hasta la guerra del Chaco en el decenio de los treinta. Los hechos no se cuentan siguiendo un estricto orden cronológico, sino que se agrupan en torno a figuras o acontecimientos. La unidad de la novela se centra en dos símbolos: un Cristo tallado por un leproso que se convierte en el símbolo de la rebelión entre los habitantes de Itape, y la línea del ferrocarril, el símbolo moderno de la rebelión, ya que fue aquí, en la estación de Sapukai, donde dos mil paraguayos murieron a causa de una bomba gubernamental durante una rebelión armada. Cada generación diezmada, pero la lucha nunca termina del todo. La figura central de esta resistencia es el casi mítico Crisanto Jara, que sobrevive a la explosión del tren y sobrevive a las penalidades de las plantaciones de mate, y cuyo hijo prosigue la dura lucha.

A simple vista, estos materiales pueden hacer creer que Hijo de hombre es una novela de protesta del tipo de Huasipungo. Pero el estilo en que está escrita la obra impide que esta comparación tenga la menor base. Los hechos, incluso los más crueles y brutales, se cuentan con ternura, y la dimensión humana jamás se sacrifica a la teología. Está por ejemplo, la historia del disparatado viaje de Jara en un vagón de tren, poniendo él mismo las traviesas, sin que nadie denuncie el viaje.

En el caso del vagón todos se callaron. El jefe de estación, los inspectores del ferrocarril, los capataces de cuadrillas. Cualquiera, el menos indicado habría podido alzar tímidamente la voz de alerta. Pero eso no sucedió. Una omisión que a lo largo de los años borronea la sospecha de una complicidad o al menos un fenómeno de sugestión colectiva, sino un tácito consentimiento tan disparatado como el viaje. Es cierto que el vagón ya no servía para nada; no es más que un montón de hierro viejo y madera podrida. Pero el hecho absurdo estribaba en que todavía podía andar, alejare, desaparecer, violando todas las leyes de propiedad, de gravedad, de sentido común.

Este pasaje nos muestra cómo Roa Bastos adopta un símbolo convencional del progreso -el tren- y lo convierte en algo totalmente distinto. El tren ha sido el vehículo de la muerte durante la rebelión, pero Crisanto Jara lo convierte en el vehículo de un viaje prodigioso en el que la totalidad del pueblo paraguayo interviene como cómplice. Y su milagrosa supervivencia, a pesar de su decrépito estado, simboliza la perseverancia del pueblo, más allá incluso de la esperanza.

Yo el supremo (1974) es una de las obras mayores de la literatura del continente y representa un cambio sustancial en el desarrollo de la misma. En la novela se refiere la época de José Gaspar Rodríguez de Francia. El "doctor Francia", "dictador perpetuo" del Paraguay; sin embargo, no se trata de una "novela histórica". En el texto se establece un juego temporal entre pasado y presente por medio de la voz narradora, la del propio tirano, que resume y supera el conjunto de los discursos de su tiempo, revelando la complicidad de la escritura con el poder, a la vez que sus aspectos subversivos. El relato se abre con las consideraciones del Supremo Francia sobre un pasquín que, imitando su propia caligrafía y su propio estilo, pretende ordenar la decapitación de su cadáver. Planteada la indagación para identificar al autor del pasquín, el conjunto de la narración vendrá a demostrar que no hay "autores"; por contrapartida, la ambición de Francia de adueñarse de todos los discursos constitutivos de la historia de su nación se da de bruces con la imposibilidad de concebir un lenguaje monológico. Francia acaba por perder identidad neta, al trocarse en sujeto de varios discursos distintos, y objeto de otros en torno del Paraguay.

José María Arguedas, como Roa Bastos, se apoya en mitos populares y usa expresiones quechuas. En su obra primeriza, los cuentos de Agua (1935), trata de inventar un español sobre la base de los modismos y de las construcciones del quechua. Su primera novela, Yawar fiesta (1941), aunque mucho más lírica, estaba relacionada con las novelas indianistas y de protesta social, y hasta sus dos novelas principales, Los ríos profundos (1958) y Todas las sangres (1964), no consiguió acoplar el lirismo de las fuentes populares con temas de gran hondura.

Los ríos profundos se basaba en elementos autobiográficos y es un relato en primera persona de la adolescencia de Ernesto, gran parte de la cual transcurre en un pensionado católico de Abancay. Ernesto está dividido entre las culturas india y española y siente que pertenece a ambas. Desde el principio el lector advierte la existencia de dos sistemas diferentes de valores que se dan bajo la superficie de la vida. Al comienzo de la novela Ernesto y su padre visitan la casa de un anciano avaro pero piadoso, "El viejo", que vive en Cuzco. El Viejo les hace dormir en un catre de tijera habitualmente reservado a los indios, y de este modo les clasifica socialmente aun antes de haber cambiado unas palabras con ellos. Esta discriminación es solamente la manifestación superficial de profundos esquemas de la sensibilidad racial, que son visibles en las mismas piedras y edificios de la ciudad:

Era estético el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era cambiante, como la de los ríos en el verano, que tiene una cima así, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la más poderosa.

Los residuos incas están más cerca de la vitalidad de la naturaleza; la cultura hispánica, en cambio, intenta frenar los impulsos, contener el cambio. Hay una clase de espiritualidad que se asocia con las creencias incas, como está vinculada también al catolicismo español, pero por un motivo u otro ambos son incompatibles. Es evidente que Arguedas está buscando diferencias a niveles mucho más profundos que los de la novela indianista. Ernesto está en contacto con un mundo espiritual "cargado de monstruos de fuego, y de grandes ríos que cantan con la música más hermosa al chocar contra las piedras y las islas". Esta vida espiritual puede comprenderse en amplias nociones de movimiento y descanso, de río y de piedra, y a un nivel cultural en las canciones y la música, e incluso en los juguetes de los niños indios. El mundo de Ernesto está lleno de correspondencias invisibles y semicaptadas entre un mundo de la naturaleza y el de las instituciones y la cultura indias. Los "cholos" (que llevan en sus venas sangre india e hispánica), que conservan la música de arpa y que tienen sentimientos comunales instintivos, forman parte de este mundo de relaciones ocultas pero hondas. El mundo blanco, católico, hispánico, tiene una cultura y una espiritualidad más ambiguas. Arguedas no traza una división entre los indios y los crueles españoles, porque hay momentos en que lo católico también tiene profundidad y comprensión; pero la misma estructura del pensionado es como un símbolo de su manera de ver el mundo. Es un lugar completamente separado de la vida de la ciudad, oscuro, cerrado y más bien siniestro. La sexualidad degenera en perversión y los muchachos desahogan su sexualidad reprimida en la persona de una criada idiota que trabaja en la cocina. Mientras, al otro lado de sus paredes la vida sigue; hay un levantamiento de mujeres cholas, el ejército llega a la ciudad, se declara una epidemia, y la escuela no puede quedar completamente al margen de todo esto, aunque sus relaciones con la ciudad sean de signo paternalista. Por eso Ernesto siempre evoca los ríos como un sortilegio ante la atmósfera estancada y putrefacta de dentro.

Los ríos profundos tiene muchas cosas en común con las novelas de Asturias en su evocación de un mundo mítico, pero se diferencia de ellas en un aspecto. Arguedas no resuelve las contradicciones. En el curso de la novela, la actitud de Ernesto para con la escuela y el director es ambigua. El director forma parte de todo un orden establecido por los terratenientes, pero la misericordia cristiana también opera en su interior, y a veces le convierte en el sustituto del padre que Ernesto necesita. La iglesia, la escuela y su disciplina ofrecen la faceta masculina de la existencia, pero privan a los muchachos del mundo femenino del instinto y de los sentimientos. Ernesto trata de equilibrar estos dos mundos, como trata de equilibrar las dos culturas que hay dentro de él. De ahí que, aunque la novela tenga una estructura más o menos biográfica, la atención que presta a las verdades profundas la levanta por encima de la esfera psicológica o social. Las respuestas de Ernesto son estéticas, el color, la música, la canción, el lenguaje y la vida natural, y cuando responde es indiferente a las clases sociales y a las razas. Como en Wordsworth, la respuesta estética es también moral y natural. Así, al oír el canto de las alondras, Ernesto dice:

Los hombres del Perú, desde su origen, han compuesto música, oyéndola, viéndola cruzar el espacio, bajo las montañas y las nubes, que en ninguna otra región del mundo son tan extremadas.

Y añade que también él está hecho de "la materia" del canto de la alondra ya que pertenece a "la difusa región de donde me arrancaron para lanzarme entre los hombres" en este sentido profundo, el aspecto maternal indio de Ernesto debe triunfar. La separación, la orfandad, encuentra cierta satisfacción en el catolicismo, pero la totalidad y la integridad pertenecen al reino de lo maternal.

* Jean Franco. Profesora y crítica,

doctora por la Universidad de Londres

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