Buscar es equivocarse. Con mucha razón se podrÃa inferir que entonces lo válido es la obediencia, el seguir las pautas ya conocidas y sancionadas, el conformarse con las mentiras de turno y el plegarse a las modas del momento. Pero estas suelen ser casi siempre efÃmeras y, muchas veces, sangrientas. Aun a riesgo de equivocarse, hay que seguir buscando.
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No debemos cultivar el saber erudito, sino el crÃtico; por más que esforcemos nuestra inteligencia, nunca llegaremos a conocer cabalmente la realidad. La verdad reside, empero, en el anhelo de sondear esa profundidad. Y la ciencia no es mucho más que el intento renovado y, por lo tanto, metódico de aprehender lo ignoto y lo enigmático.
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Y, sin embargo, nuestra meta es aquella comunidad donde la aspiración exagerada no hace fracasar la realización de lo posible y donde lo que al fin se consigue no resulta demasiado inferior a los anhelos.
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Los siglos enterrarán lo que es sagrado y valioso para los hombres de mi generación. Lo que se transmita a nuestros descendientes lo decide un azar caprichoso e imprevisible. Y asà la historia no es más que la estrecha hebra trenzada por recuerdos aleatorios y sacudida por el huracán del olvido. El destino de los mortales es conservar una memoria arbitraria de sus fastos y contentarse con repetir cotidianamente los errores pasados.
La mejor voluntad no basta para entenderse, ya que el lenguaje oculta o, por lo menos, desfigura los pensamientos. Nuestros propósitos más nobles desembocan en resultados monstruosos. Hay dos extravagancias, decÃa Blaise Pascal: el excluir la razón y el admitir sólo la razón.
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Lo único envidiable de los conversos: son en cierto modo felices porque disfrutan de una consciencia serena y complaciente que jamás ha sido contaminada por el germen de la vacilación.
Por ser transitorio, el poder polÃtico no puede existir sin dar testimonio de crueldad y estulticia. Es la protesta de lo efÃmero contra lo perdurable. El poder y la muerte son dos caras de la misma medalla. El miedo es el aliado más fiel y más útil de los poderosos. Habita en el corazón de los súbditos, alimentado continuamente por pesadillas, recuerdos y experiencias. El hombre no necesita ser un insecto para ser tratado como tal. Todos somos hormigas prescindibles ante los ojos de los que detentan el poder.
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Los mortales no pueden vivir sin un pastor que los guÃe con mano segura y severa porque tienen miedo a la libertad y a servirse de su propia razón.
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Todo poder es un saco de pus, un cáncer, una gangrena, una inmundicia, un tumor sanguinolento, una pestilencia que corrompe todo lo que toca, la pesadilla interminable de un monstruo afiebrado. La lucha de los espÃritus preclaros contra el poder es el combate del recuerdo y del impulso crÃtico contra la multiforme fuerza del olvido y la debilidad colectiva.
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Los que cometen las acciones más infames, dice Demócrito, suelen elaborar los discursos más altisonantes y placenteros.
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