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Domingo 06 de diciembre de 2015

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Cultural El Duende

Al mismo tiempo desprecio y cultivo los aforismos

06 dic 2015

H.C.F. Mansilla

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Epigramas, aforismos, proverbios, sentencias, adagios, máximas y apotegmas constituyen la parte más deleznable, fugaz y condenable de la filosofía y las bellas letras. La brillantez de numerosas formulaciones, el carácter incisivo de muchos dichos y la fama de algunos autores han conferido a este género una importancia y una seriedad que no merece de ninguna manera. Los epigramas resplandecen, infunden un cierto respeto, nos complacen y hasta llegan a deslumbrar, pero no convencen, no sirven para armar un raciocinio más o menos decente, no contribuyen a buscar la verdad ni a profundizar el saber. Contienen generalidades, perogrulladas, vaguedades, que, en cuanto tales, siempre son correctas, pero nebulosas. Los aforismos no pueden ser vinculados a ningún caso concreto; los apotegmas no nos ayudan en ninguna situación específica. Hasta las sentencias más ilustres son demasiado simples y por ello inadecuadas a la complejidad de nuestra existencia. Son fragmentos fáciles, filosofía para comerciantes y amas de casa, luces engañosas, señales que desorientan, como todo lo que es cómodo y rutilante. Constituyen la única forma del saber que por su índole corruptible ha llegado al ágape de los poderosos, a la boca de los necios y a las manos de los rústicos.

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¿Por qué entonces fatigo la paciencia del público con textos similares a los aforismos? Inventamos argumentos para alejar, aunque sea por un adarme de tiempo, el fantasma de lo absurdo, hilvanamos teoremas para que nuestra vida y nuestro mundo no se diluyan en lo funesto. El dar un sentido limitado a nuestros afanes, que de todas maneras se inscriben en el marco del sinsentido universal, nos hace concebir evangelios y epopeyas, mitos y reflexiones, magia y ciencia.

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Buscar es equivocarse. Con mucha razón se podría inferir que entonces lo válido es la obediencia, el seguir las pautas ya conocidas y sancionadas, el conformarse con las mentiras de turno y el plegarse a las modas del momento. Pero estas suelen ser casi siempre efímeras y, muchas veces, sangrientas. Aun a riesgo de equivocarse, hay que seguir buscando.

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No debemos cultivar el saber erudito, sino el crítico; por más que esforcemos nuestra inteligencia, nunca llegaremos a conocer cabalmente la realidad. La verdad reside, empero, en el anhelo de sondear esa profundidad. Y la ciencia no es mucho más que el intento renovado y, por lo tanto, metódico de aprehender lo ignoto y lo enigmático.

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Y, sin embargo, nuestra meta es aquella comunidad donde la aspiración exagerada no hace fracasar la realización de lo posible y donde lo que al fin se consigue no resulta demasiado inferior a los anhelos.

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Los siglos enterrarán lo que es sagrado y valioso para los hombres de mi generación. Lo que se transmita a nuestros descendientes lo decide un azar caprichoso e imprevisible. Y así la historia no es más que la estrecha hebra trenzada por recuerdos aleatorios y sacudida por el huracán del olvido. El destino de los mortales es conservar una memoria arbitraria de sus fastos y contentarse con repetir cotidianamente los errores pasados.

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Al comienzo los hombres vivían en los bosques, después en chozas, más tarde en palacios y finalmente en grandes ciudades. Primeramente se dedicaron a lo indispensable, luego a lo útil, después a lo cómodo, más tarde a lo lujoso y por último se volvieron locos y estropearon su herencia. Cuando el sol de la cultura se pone, hasta los pigmeos dan largas sombras.

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La mejor voluntad no basta para entenderse, ya que el lenguaje oculta o, por lo menos, desfigura los pensamientos. Nuestros propósitos más nobles desembocan en resultados monstruosos. Hay dos extravagancias, decía Blaise Pascal: el excluir la razón y el admitir sólo la razón.

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Lo único envidiable de los conversos: son en cierto modo felices porque disfrutan de una consciencia serena y complaciente que jamás ha sido contaminada por el germen de la vacilación.

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Originalidad es aquella fuerza cuyos descubrimientos trastornan el orden estéril de lo previsible. La originalidad requiere de la tolerancia del corazón, ya que sin bondad adquiere rasgos de intransigencia y ceguera. Original es aquel pensamiento risueño que duda de sí mismo y que puede entrever los límites de su alcance. La fuente del fanatismo es aquel orgullo del espíritu -la verdadera soberbia luciferiana- que pretende analizar y aclarar todo misterio y todo principio. Otra raíz de la obstinación reside en una sed exagerada de justicia que, para ganar tiempo, no repara en los medios y aparta de sí con indignación toda manifestación de piedad y conmiseración.

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El hombre es el animal que vive de esperanzas. La fortuna es errática, el azar preside nuestro destino, la naturaleza es caprichosa, de nuestros esfuerzos salen sólo equivocaciones. Ningún mortal logra seguir su camino incólume hasta su término, y los dioses nos observan desde el Olimpo de su indiferencia.

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Por ser transitorio, el poder político no puede existir sin dar testimonio de crueldad y estulticia. Es la protesta de lo efímero contra lo perdurable. El poder y la muerte son dos caras de la misma medalla. El miedo es el aliado más fiel y más útil de los poderosos. Habita en el corazón de los súbditos, alimentado continuamente por pesadillas, recuerdos y experiencias. El hombre no necesita ser un insecto para ser tratado como tal. Todos somos hormigas prescindibles ante los ojos de los que detentan el poder.

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Los mortales no pueden vivir sin un pastor que los guíe con mano segura y severa porque tienen miedo a la libertad y a servirse de su propia razón.

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Todo poder es un saco de pus, un cáncer, una gangrena, una inmundicia, un tumor sanguinolento, una pestilencia que corrompe todo lo que toca, la pesadilla interminable de un monstruo afiebrado. La lucha de los espíritus preclaros contra el poder es el combate del recuerdo y del impulso crítico contra la multiforme fuerza del olvido y la debilidad colectiva.

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Los que cometen las acciones más infames, dice Demócrito, suelen elaborar los discursos más altisonantes y placenteros.

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Si no puedes llevar el ideal a la praxis, puedes idealizar lo que existe en un momento dado. Siempre podrás contar con la ayuda de los fanáticos, quienes redoblan sus esfuerzos cuando han olvidado sus intenciones originales. Los que tienen que ganarse el sustento diario con el sudor de la frente y los callos de las manos no son menos ambiciosos de poder que los miembros de las élites tradicionales. Las ansias más atroces de dominación -y las más morbosas- suelen surgir del alma de los sometidos. La propia miseria genera una codicia desproporcionada. Cuando los humillados de la Tierra conquistan el poder político, jamás lo ceden voluntariamente y se recrean en él hasta el último instante. Se concentran en lo esencial y descuidan los detalles artísticos, los aspectos estéticos y todo aquello que tiene que ver con la cultura y el refinamiento.

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El arte auténtico es la apoteosis de la soledad.

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El arte genuino sobrevive a toda forma de poder.

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El hombre pregunta, y el universo calla.

Hugo Celso Felipe Mansilla Ferret.

Filósofo y académico de la lengua.

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