Cicatrices verdes

Estaba cumpliendo mis primeros dos meses como Comandante de Puesto en Ascensión de la Frontera, un pueblo hermoso, pequeño pero divino en la provincia Ángel Sandoval del departamento de Santa Cruz. Este poblado de no más de 400 habitantes por aquel entonces, era un punto clave en la ruta entre San Ignacio de Velasco y San Matías, el lugar más septentrional y distante del pantanal nacional.

Esta ciudad tiene como rasgo patriótico más interesante el hecho de que aún le pertenece a Bolivia debido a que en sus arranques de locura sin igual de Don Mariano Melgarejo, permutó con el Brasil todo el territorio al borde de esta especie de cabecita geográfica por un caballo y un título honorario, pero más bien pidió conservar este paraíso puesto a que al igual que mi persona, sirvió a la Patria como soldado en este remoto confín.

Preparé a mis hombres, cuatro soldados, (debo aclarar que los 9 que estaban a mi mando en este puesto habían sido todos ellos mis reclutas en formación cuando fui su Comandante de Sección, por lo que los conocía casi de memoria), de manera que opté por formar a dos cochabambinos bastante empeñosos y dos de San Matías, uno de ellos mi leal, el "Trapito", un petiso que hacía a uno reflexionar tratando de averiguar dónde había metido la mitad de hombre que faltaba, pero que cuando uno le encomendaba una misión la cumplía a la perfección.

Partimos alrededor de las 4 de la mañana, la oscuridad de la noche no tenía nada que ver con la temperatura que era de unos 18 grados, e invitaba a una jornada con muy buen clima. Avanzamos a buen tranco aprovechando lo fresco y que por dónde íbamos aún había camino bueno. Cuando aclaró la mañana ya estábamos entrando a la selva y el calor y la humedad empezaban a ser el complemento ideal para aquel verde paraje al que estábamos ingresando.

Realmente me cuesta entender como no fui capaz de llevar una cámara fotográfica conmigo y poder retratar paisajes que lastimosamente solo viven en mi mente y mis sentidos, como aquella alfombra de orquídeas azules que ponían en el aire un olor a vainilla profundo como los flanes que me preparaba mi mamá cuando había sacado una buena nota en el colegio (muy de vez en cuando para mi infortunio), o la selva de toborochis que apenas dejaban pasar los rayos de luz al punto de hacernos pasear unos cientos de metros casi a tientas, o cuando al ingresar a una especie de curichi despertamos de su letargo a un millar de mariposas amarillentas que impedían ver al frente pues eran tantas que no había espacio en el aire ni para ellas mismas.

Nos faltaban según lo programado unas tres horas para llegar a la meta trazada para ese día por lo que decidí racionar un poco el líquido elemento pese al calor reinante que para ese momento ya rondarían los 42 grados.

Fue de repente que al acabarse el sendero de un pajonal tupido cuando se presentó ante nosotros el verdadero Edén, pues si este realmente existió o se parecía mucho al lugar donde estábamos o al menos debía hacerlo, pues se trataba nada más y nada menos que del paraíso en la tierra. Una laguna inmensa de agua cristalina con vegetación pantanera a todo el rededor, garzas encima de troncos por la mitad y miles de hojas circulares flotantes en las que cientos de aves reposaban o se aprestaban a pescar. Por los cielos parabas de todos los colores del arco iris volaban en contra sentido de los tucanes que me encantaron siempre por ese hemoso perfil y su sin igual revolotear, quien haya visto un tucán en el cielo sabe de lo que hablo. Caimanes y antas jugaban al gato y al ratón en las orillas y el ruido de monos chilladores y loros hacían que la paz del lugar tenga su propia armonía. Fue la primera vez que vi un pájaro carpintero que dejó de machacar un árbol seguramente por la curiosidad que le causaban estos cinco extraños diferentes a lo que veían usualmente. Decidí acampar ahí y llegar al objetivo al día siguiente, pues no permanecer en ese lugar por una noche era realmente un sacrilegio, y como yo estaba a cargo de la misión pues hice la mejor decisión y realmente me fue muy bien,porque cuando cayó la noche y las luciérnagas comenzaron su fiesta en torno a nosotros el manto del cielo negro nos regaló el espectáculo estelar más alucinante que pudieron ver mis ojos.

Cuando uno tiene la fortuna de entran en contacto de esa forma con la naturaleza y tener la facultad de entender que toda esa maravilla es obra del hacedor, se da cuenta que es tan pequeño, casi insignificante frente a toda su obra, y que si tenemos los 5 sentidos para apreciar su magnánima creación, deberíamos demostrar nuestro agradecimiento día a día respetando su voluntad, que no es otra cosa que vivir en comunión y armonía con todo lo que él nos regaló para nuestro beneficio y disfrute.

La sociedad ha ido generando a lo largo de su existencia cada día más y mayores necesidades, y su inteligencia y creatividad se han demostrado al máximo debido justamente a la enorme destreza que muestra a la hora de satisfacerse. Las urbes crecen y con ella sus miles de necesidades para cobijar y dar confort a sus habitantes y muchas veces estas necesidades no se llevan de la mano con el medio ambiente.

Hace mucho que el hombre se dio cuenta que no puede dar curso a sus requerimientos de vida sin cuidar la naturaleza y en su ingenio ideó las políticas medioambientales que hoy rigen muchas culturas y legislaciones a nivel mundial. Nuestro actual gobierno llegó al poder acompañado de un discurso pachamamista con versos muy arraigados en la comunión del hombre con la naturaleza, sin embargo en los hechos viene demostrando de varias maneras que su verso no trasciende las palabras o los papeles y que en la realidad es muy diferente, o mejor dicho muy parecido a los peores enemigos de la naturaleza.

El proyecto en la ciudad de La Paz del teleférico no solo ha logrado muchos adeherentes como mi persona y más de un visitante, incluidos los mismos chukutasque han quedado maravillados con las vistas que se generancon este medio de transporte cuando se sube por las escarpadas laderas paceñas rumbo a la ciudad de El Alto. No sé a ciencia cierta si cumple con su objetivo como medio de trasporte pero si sé que es una nueva y hermosa característica de la ciudad maravillosa. Sin embargo cuando la gerencia se obstinó en la construcción de la "Línea Blanca" por la avenida Germán Busch (proyecto que no tiene sentido alguno ni como transporte ni como aporte turístico), a toda costa, pese a la oposición de la vecindad, y más aún cuando sin respeto por la poca naturaleza que tiene la ciudad se dispuso a talar árboles centenarios para su ejecución, dio una clara muestra de la enorme irracionalidad que a veces genera el poder.

No se puede justificar el aniquilar un árbol con 120 años de existencia aduciendo que se plantaran 20 nuevos por él, es un insulto a la inteligencia humana, no existe punto de comparación. Nunca se debió haber hecho lo que se hizo en la zona de Miraflores. Los humanos deberíamos ser más respetuosos con la obra del Señor y no necesitar tener la suerte que tuve yo de poder estar en aquella selva para maravillarme con tanta belleza. Deberíamos más bien, cada día dedicarnos a que su obra se manifieste en nuestro entorno citadino con nuestra obra, creando cada día más espacios verdes y no destruyendo los pocos que hay.

En La Paz hay una nueva cicatriz hecha por el hombre y va a sangrar mucho cada día, pues dudo que podamos hacer algo para cerrarla pronto.

(*) Paceño, stronguista y liberal