En las alas de un pájaro

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Algarabía de trinos, píos, aleteos de va y viene contra los barrotes de las jaulas. Es el corredor de un patio y el hombre está siempre frente a un pequeño banco lleno de sierras, martillos, listoncitos, alambres y menudos clavos.

–¿De dónde saca usted tantos pájaros? –pregunta el niño al hombre.

–Del campo. Salgo muy temprano cuando la ternura del amanecer acaricia el pecho de los cerros, cargo mis jaulas y mis flechas de liga –contesta el hombre, mientras continúa limando los palitos de una jaula que en su interior tendrá bebederos, comederos y bastoncitos muy finos para los malabarismos de los alados huéspedes.

El niño se mantenía absorto observando la multicolor alegría de los pájaros.

–Oye, niño, ¿tú no quisieras comprarte uno? Pues los tengo un tiempo y después los vendo. Hay gente que paga por oír en la mañana el canto de los pájaros. Se llevan de aquí jaula y pájaro –afirma el hombre entre distraído y atento.

–Y… ¿los tiene presos, metidos en jaulas?

El niño se queda pensativo. Casi sufrido. El pecho le late muy rápido. Lo saca de sus meditaciones el bullicioso trinar de los prisioneros.

–Yo también quisiera tener muchos, muchísimos, de variados colores; pero los tendría libres, sueltos. Y para que se acostumbren a mí les daría comida, agua y alpiste y a cambio… solo les pediría la melodía de sus trinos, la caricia de sus cantos y no los vendería jamás ¡nunca!

–¿Se imagina usted una casa llena de pájaros que vuelen por todas partes, sobre los cuadros, sobre las perillas de mi catre, en el clavo que sostiene los calendarios de mi mamá… en fin, por donde ellos quisieran volar?

A la mañana siguiente, como respuesta a su deseo, del gran árbol del cielo entran infinidad de pájaros para cantarle al niño junto a su velador.

Rosario Quiroga de Urquieta. Profesora, narradora y ensayista cochabambina.