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Domingo 10 de noviembre de 2013

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Cultural El Duende

Rosario Castellanos

10 nov 2013

Fuente: LA PATRIA

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Dos meditaciones

I

Considera, alma mía, esta textura

áspera al tacto, a la que llaman vida.

Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos

y en el color, sombrío pero noble,

firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.

Piensa en la tejedora; en su paciencia

para recomenzar

una tarea siempre inacabada.

Y odia después, si puedes.

II

Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?

¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?

¿Castrar al potro Dios?

Pero Dios rompe el freno y continúa engendrando

magníficas criaturas,

seres salvajes cuyos alaridos

rompen esta campana de cristal.

Lo cotidiano

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;

este cabello triste que se cae

cuando te estás peinando ante el espejo.

Esos túneles largos

que se atraviesan con jadeo y asfixia;

las paredes sin ojos,

el hueco que resuena

de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche

no se vuelve, de pronto, respirable.

Y cuando un astro rompe sus cadenas

y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,

no por ello la ley suelta sus garfios.

El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla

el sabor de las lágrimas.

Y en el abrazo ciñes

el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.

Agonía fuera del mundo

Miro las herramientas,

el mundo que los hombres hacen,

donde se afanan,

sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres

prensado por los días,

su noche de ronquido y de zarpazo

y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra

y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo?

¿Una vértebra

que todavía la especie no produce?)

los hombres roban, mienten

como animal de presa olfatean, devoran

y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan

o cuando burlan una ley o cuando

se envilecen, sonríen,

entornan levemente los párpados,

contemplan

el vacío que se abre en sus entrañas

y se entregan a un éxtasis vegetal,

inhumano.

Yo soy de alguna orilla,

de otra parte,

Soy de los que no saben

ni arrebatar ni dar,

gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mí,

hombre que haces el mundo,

déjame, no es preciso que me mates.

Yo soy de los que mueren solos,

de los que mueren

de algo peor que vergüenza.

Yo muero de mirarte y no entender.

Destino

Matamos lo que amamos.

Lo demás

no ha estado vivo nunca.

Ninguno está tan cerca.

A ningún otro hiere

un olvido, una ausencia,

a veces menos.

Matamos lo que amamos.

¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos.

Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,

ciervo con una flecha en el ijar

que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne

de pupilas de vidrio;

su actitud

que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber

y en el agua aparece

el reflejo de un tigre.

El ciervo bebe el agua y la imagen.

Se vuelve

–antes que lo devoren–

(cómplice, fascinado)

igual a su enemigo.

Fuente: LA PATRIA
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