firme, y donde ha esparcido su resplandor el rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
para recomenzar
una tarea siempre inacabada.
Y odia después, si puedes.
II
Hombrecito, ¿qué quieres hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continúa engendrando
magníficas criaturas,
seres salvajes cuyos alaridos
rompen esta campana de cristal.
Lo cotidiano
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
Damos la vida sólo a lo que odiamos.
Agonía fuera del mundo
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen,
donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres
prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo?
¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados,
contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal,
inhumano.
Yo soy de alguna orilla,
de otra parte,
Soy de los que no saben
ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí,
hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos,
de los que mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
Destino
Matamos lo que amamos.
Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca.
A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia,
a veces menos.
Matamos lo que amamos.
¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos.
Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio;
su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber
y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen.
Se vuelve
–antes que lo devoren–
(cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Fuente: LA PATRIA
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