Promesas de erradicar la corrupción en los políticos

Es incontrovertible la realidad que se emprenden denodados esfuerzos para extirpar la corrupción, endémico mal de la humanidad con diferentes penalizaciones para los transgresores según su gravedad: leyes draconianas; defenestraciones de cargos públicos; pérdida de derechos sociales; considerables multas pecuniarias; prohibición de ejercicio de la profesión por un tiempo; muerte civil, inhabilitación definitiva de la profesión; censuras a las altas autoridades hasta decantar en penas privativas de libertad con variabilidad de tiempo de purgar.

Observe la lectora o el lector que todas estas medidas han sido instauradas por el comportamiento de los políticos, no para el pueblo que se abstiene en su pequeño reducto de posibilidades de contaminarse con este mal universal.

El lector asiente que le produce profunda desazón las precitadas graves sanciones que no generan la atenuación y la definitiva erradicación de la corrupción como legitima espiración teleológica de la población, sobre todo de los olvidados, desposeídos de fortuna y discriminados, pues la corrupción depaupera la distribución equitativa de la riqueza de un país.

La ley moral en sentido estricto no es una ley humana positiva (del Estado), ni se apoya en el contrato social de Jean J. Rousseau, como convenio tácito de los hombres, sino que emana necesariamente del orden natural u ontológico con total independencia de la voluntad humana ¿Entonces por qué se incrementa la corrupción?, porque los humanos disponemos de la voluntad que se puede doblegar o dominar, empero, también disponemos del libre albedrio ¡Dios no nos la puso fácil!

La ley moral por su contenido coincide con los Diez Mandamientos de la Biblia que, aunque no se profese el cristianismo son postulados conmovedores y extraordinarios, cuya causa intrínseca y concepción es reservada a un Ser Supremo. Aquella parte de la ley moral puede ser urgida o sobrepujada por medio de leyes positivas o concretadas, siempre que ella misma tolere diversas formas de cumplirla por los usos morales que es la moralidad o por medio de la ley positiva.

El fundamento profundo de la ley moral radica, para apropiarse, poseerla y aplicarla, es decir, en nuestro espíritu, en las disposiciones buenas o malas. Si no se asimila este proceso interior como fundamento insoslayable de vida unida a la exigencia del deber y a todos los valores necesarios en orden la bondad moral de los humanos, y comprender intelectivamente que el mal (la corrupción), es ineluctablemente algo que no debe ser; la corrupción no cesará.

(*) Es abogado corporativo, posgrados en Arbitraje y Conciliación, Filosofía y Ciencia Política (maest), Alta gerencia de abogados(UCB-Harvard), Derecho Aeronáutico, Interculturalidad y Educación Superior, doctor honoris causa(IWA-Cambridge University, USA)

Fuente: Raúl Pino-Ichazo Terrazas