Nuestra expresión comunicativa

Las fiestas de Navidad y del Año Nuevo son el tiempo y espacio propicios para que surja la epifanía del otro, el otro desposeído que no tiene sino una mano para extender y un quejido humano que impetra ser reconocido por nosotros; pues, el otro, en términos ontológicos, no es un ser tan ajeno que no pueda apropiarse, es más bien nuestro prójimo y por ello es pensable radicalmente como parte de nosotros que nos falta, y es esta disponibilidad la que determina la expresividad humana; mas al mismo tiempo ese ser es ajeno a nosotros, de donde emerge la necesidad de inaugurar el diálogo.

Sin embargo, son aquellos que en cada esquina y acera de las calles y mercados se apuestan como pueden, mostrándose, así como son, sin ningún prejuicio, pero al mismo tiempo con grandes expectativas de diálogo. Sin duda, es el tiempo de la presencia del otro marginado por un sistema económico que ni nosotros, muchas veces, logramos entender suficientemente.

Aquellas manos extendidas y vacías de niños o ancianas pidiendo algo de moneda, expresan la inmediata comunicación del ser, comunicación entendida como la participación activa y productiva de ese ser; asimismo, aquellos rostros cansados evidencian la primera declaración de la presencia del ser de las personas, porque expresar es comunicar al ser y la comunicación sólo es posible desde ese ser, y así cuando ellos se exponen ante nosotros cara-a-cara no es sino el querer comunicar o compartir algo; sin embargo, nosotros pasamos de largo sin la intencionalidad de reconocerlos como nuestros prójimos.

Aquellos quejidos humanos que acompañan a esas manos vacías no son otras que palabras negadas, marginadas y excluidas por nosotros; no obstante, aquí, el lenguaje humano tiene la capacidad de hacer presente la realidad (el ser) en la palabra, de ahí que aquellos rostros sean las expresiones que inmediatamente comunican el ser que nos falta; aunque la complementariedad será insuficiente porque insuficiente es el hombre.

Al vernos así interpelados cara-a-cara por aquellos rostros y manos vacías, sea en las pensiones o en las calles, nos vemos invadidos en lo más íntimo de nuestro ser. Así, nuestra egoísta mismidad queda cuestionada ante la presencia de ese otro ser al cual no se le ha dejado crecer en el diálogo; por lo tanto, más allá del hecho de llenar esas manos con cosas o centavos implica en el fondo la manifestación óntica de quienes demandan diálogo. Es esta la vocación del hombre, como un ser irremediablemente incompleto, pero en permanente proceso de completarse no con las cosas ni monedas sino en y con los otros hombres.

Ciertamente, en las ciudades hemos desarrollado y crecido únicamente con los valores egoístas identificables con los indicadores de una existencia inauténtica; por el contrario, la comunicación en tanto acción devela aquel lado auténtico que demanda el con-vivir el uno con el otro en incesante diálogo, como la expresión óntica y radical expresada en y por la comunicación que es en sí misma una acción comprometida que conlleva el responsabilizarse como uno mismo y con el otro; he aquí una de las formas básicas de responsabilidad ética.