Siria es un país ubicado en el Medio Oriente (Asia) que limita con Israel, Jordania, Líbano, Irak y Turquía. Participó activamente en las guerras contra el estado hebreo en 1948, 1967 y 1973, hechos que le hicieron perder una parte de su territorio: las alturas del Golán. Es un país rodeado de desiertos con excepción de su costa mediterránea. En el campo de la política, en 1957 se hizo del poder el Partido Baath, cuyo líder decidido, Hafez al-Assad, se erigió como presidente en 1950 a partir de complejas luchas internas y fue el que construyó un estado laico moderno en una región donde predominan tendencias fundamentalistas musulmanas. En el 2000, después de su muerte, le sucedió su hijo, educado en Europa, Bachar al-Assad.
Para hablar y escribir pertinentemente de Siria hay que referirse en primera instancia a su origen y devenir. En su historia, muy ligada, con Israel, al nacimiento de la Humanidad, estuvo inserta, como víctima, en las guerras de conquista de grandes imperios como Babilonia, Persia y Macedonia. Con Mahoma y su “después”, los árabes la transformaron cruentamente, en el primer milenio de la historia moderna, aplicándole el dogma del Islam con sus vertientes sunní y chiíta incluidas, además de algunas derivaciones no menos importantes.
La “Primavera árabe” ha implicado, de cerca y de lejos, un cuestionamiento profundo a los regímenes árabes tiránicos, lo que es consubstancial a su religión atrabiliaria. Así cayeron los regímenes laicos de Egipto y Túnez (naturalmente por su obsecado despotismo y corrupción) y Libia, con la intervención descarada de la OTAN que convirtió al país donde las mujeres gozaban de la mayor libertad del mundo musulmán en un régimen que no controla prácticamente nada y todavía proclama sumisión a la “Sharia”, un sistema de conculcación de todas las libertades democráticas, con especial incidencia en las acciones de la mujer. Y Rusia y China avalaron, con su abstención en el voto de la intervención en Libia, un cambio radical de la correlación mundial de fuerzas.
Ahora, le tocaría el turno a Siria. Lo paradójico es que esas supuestas revoluciones llegan impulsadas por redes sociales: Facebook y Twitter, además de otras, las que están registradas en países donde los problemas del mal manejo de la economía son serios. Puede ser que jóvenes, damas y caballeros, liberales conscientes del valor de los principios democráticos hayan participado desde el principio, pero no se debe olvidar el papel de los grupos islámicos fundamentalistas que en todo momento han visto su oportunidad. Son supuestamente democráticos en la coyuntura y fascistas en la perspectiva. No se debe olvidar que el musulmán común y corriente no acepta otras religiones, las rechaza y condena y, en condiciones propicias, las destruye brutalmente. Y ahí está Al-Qhaeda con su filosofía retrógrada y criminal.
Y en Siria no es diferente. Se están dando las condiciones de la guerra civil llana y pura, la que se debería dejar que siga su curso natural. No obstante, sin hablar de la OTAN, Turquía se ha entrometido de manera directa, la que detenta un régimen musulmán laico que no se puede cambiar de pronto, pero sí de a poco, y, al tener una frontera extensa con Siria, se ha dedicado a la tarea innoble de organizar, preparar e ingresar a territorio sirio a grupos armados irregulares que destruyen objetivos civiles en sus ciudades para provocar el caos con la venia de la OTAN. Además, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Qatar, países no precisamente democráticos, participan con una gran cantidad de recursos económicos en la desestabilización y, en caso final, en la caída de Bachar al-Assad.
La posición de China y Rusia puede cambiar, de acuerdo a sus devaneos pro-imperialistas, pero si permiten que Siria caiga en poder de fundamentalistas, entonces partes importantes de sus territorios, con población afecta a Alah, un Dios simbólico, parecido al cristiano, pero más humano en sus debilidades, estarían en peligro. Su cobardía o estupidez en el caso de Libia, les hace entender que no deben ser tan incautos. Para un observador crítico, el que escribe este análisis, el problema de Siria debe resolverse internamente, preferiblemente vía diálogo con elecciones democráticas. Bachar al-Assad debe entender que si tiene apoyo lo debe ratificar en las urnas o irse. Lo otro es la “guerra civil”, igual de legítima, aunque cruenta.
Al final, todo lo que debe pasar, pasará, pero tiene que ser sin intervención extranjera. Un país tan milenario como Siria se merece un futuro de paz y libertad.
(*) Politólogo
Fuente: Por: Adhemar Ávalos Ortíz
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