En Cochabamba en el mes de febrero ha habido un conflicto escolar suscitado en el Colegio Bolívar, establecimiento fiscal masculino con 99 años de reconocido prestigio por la formación disciplinada que ha preparado a muchos jóvenes para la universidad o para dedicarse a la escuela militar o al atletismo. Dada esa aureola cada año la demanda de nuevos ingresos supera a las posibilidades estructurales del colegio. Tal es así que los padres de familia deben apuntar a sus hijos en las listas de espera hasta con un año antelación y con seguimiento casi semanal, llegando a pernoctar en los días anteriores a la inscripción. Este año, sin embargo, la Dirección Distrital Escolar, sin respetar el procedimiento normal, envió una nota con una lista de 17 candidatos, incluyendo a 10 chicas, con la exigencia de inscripción.
Lógicamente los padres de familia denunciaron esa imposición que, además, rompía la tradición de educación masculina de casi 100 años. Hubo varios amagos de enfrentamientos físicos con improperios verbales que obviamente no se pueden justificar. El Ministro de Educación intervino personalmente y amenazó con clausurar el colegio y relocalizar a docentes y alumnos a otros colegios. Ante esa amenaza se llegó a un acuerdo de admitir a las chicas amigablemente e incluso con flores. Lamentamos que haya habido algunos gestos de discriminación y nos alegramos por haber llegado a un final feliz.
Sin embargo, más allá de este incidente, es conveniente reflexionar sobre una cuestión importante que no se ha tenido en cuenta por las personas involucradas y ni siquiera por los comentaristas en los medios de comunicación y por las autoridades del sector. La protesta se ha ensañado contra el régimen masculino del Colegio Bolívar presuponiendo que la educación debe ser mixta, abierta a chicos y chicas para que compartan la misma aula como el único modelo válido que prepara para la igualdad profesional. Por lo tanto, el modelo de separación equivaldría a una discriminación sexista y en este caso machista.
No nos parece correcto ese planteamiento que cada vez está siendo más cuestionado a la luz de los avances en la neurociencia, la psicología y la pedagogía que muestran las diferencias importantes entre chicos y chicas. La neuróloga inglesa Anne Moir, doctora en genética, en su libro “Sexo cerebral” afirma que gracias a los avances tecnológicos, entre ellos la resonancia magnética, se han obtenido en tiempo real imágenes del cerebro en funcionamiento donde se ven las diferencias cerebrales estructurales entre mujeres y varones que provienen de procesos genéticos, hormonales y funcionales que deben ser tenidas en cuenta en la educación primaria y secundaria.
Ya desde antes de nacer el cerebro femenino y el masculino, aunque iguales en inteligencia, son diferentes estructural y funcionalmente, habiendo una conexión incontrovertible entre cerebro, hormonas, aptitudes y comportamientos. Lo que provoca que “los varones y las mujeres, piensen, sientan, perciban, reaccionen, respondan, amen, necesiten y valoren de manera totalmente diferente” (John Gray; psicólogo).
En general el cerebro masculino madura entre los 20 y los 25 años; mientras que el cerebro femenino lo hace más rápido a los 16 ó 17 años. Las niñas, en primaria, son más hábiles en destrezas verbales, aventajando a los niños en lectura y escritura. Por eso la coeducación basada en la comunicación verbal puede hacer que los chicos se sientan inferiores por no poder seguir la clase al igual que las chicas y que éstas los ignoren o los tomen por tontos.
En cambio los chicos tienen mayor habilidad para pensar en tres dimensiones. Los chicos, en secundaria, aventajan a las chicas de su misma edad, en lógica matemática, en capacidad espacial y en razonamiento abstracto. El pensamiento masculino es más deductivo, mientras que el femenino es más inductivo. En la explicación de una misma materia, los chicos retienen mejor los datos objetivos y las chicas los subjetivos. Los chicos desarrollan la inteligencia emocional mucho más tarde que las chicas de su edad.
La relación docente-alumnado también es diversa. Debido a la influencia que ejerce la testosterona sobre el cerebro y al desarrollo más lento de las áreas cerebrales que favorecen el autocontrol, los varones en general son más movidos, inquietos e indisciplinados. Tienden al riesgo y a la confrontación, por ello precisan un régimen de mayor disciplina y autoridad. Por el contrario las chicas desarrollan la capacidad de adaptación y buscan más la comprensión y afectividad, facilitando así la colaboración con los docentes. Además en la actual cultura globalizada los chicos sufren más el impacto del creciente erotismo, lo cual en los colegios mixtos se plasma en acosos, abusos sexuales e incluso embarazos de las adolescentes.
Todas estas investigaciones has sugerido ofrecer como una alternativa a la coeducación la educación diferenciada masculina y la femenina sin excluir algunas actividades comunes. Se han creado asociaciones internacionales y ya hay experiencias en distintos países, entre ellos Estados Unidos, donde existen más de 500 establecimientos de educación “single-sex” o sea diferenciada. Con docentes especializados en esa nueva perspectiva se ha comprobado que los resultados son positivos con un mejor aprendizaje, reduciéndose las tasas del fracaso escolar tanto para los chicos como para las chicas.
Por todo ello creemos que el incidente arriba mencionado puede ser útil para revisar el eslogan, convertido en dogma intocable, de la exclusividad del modelo mixto y para abrirse al modelo diferenciado. Creemos, pues, conveniente, que, afirmando la igualdad en dignidad de ambos géneros, la educación primaria y secundaria, tanto privada como pública, pueda ofrecer ambos modelos educativos para que los padres de familia en uso de su legítimo derecho puedan elegir aquél que consideren mejor para sus hijos de acuerdo a sus propias convicciones. Esta apertura facilitaría realizar posteriores investigaciones comparativas.
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