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Domingo 19 de febrero de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

Havel y otras hierbas

19 feb 2012

Fuente: La Patria

TAMBOR VARGAS

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El pasado diciembre falleció Václav Havel, escritor, opositor al régimen comunista y presidente por bastantes años desde 1990 hasta 2003 en que se retiró de la escena pública. En el país la noticia no ha pasado ciertamente desapercibida y no sólo como noticia, sino también en las columnas de opinión; pero no de una forma contundente, sino que los textos comentando el hecho pueden considerarse excepcionales. Y es que Chequia queda muy lejos, dirán algunos; y tienen razón; pero no se trata de distancias físicas, sino de otro tipo. Y es que el palo fuerte del pensamiento boliviano, dejando de lado la zigzagueante trayectoria de las militancias partidarias, lleva una dirección contraria a la que ha representado Havel.

¿Qué dirección? Hacia la revolución (ahora le llaman ‘cambio’, pero no ha perdido nada de su engañoso atractivo); hacia la ‘novedad’: por esto los conservadores simbolizan cuanto hay de más frustrante para los hambrientos de innovación. Aunque el tema merecería una atención que ahora no le puedo dedicar, tampoco puedo entrar como debería en el tema de los ‘engaños revolucionarios’ (tema sobre el que ya se han publicado toneladas de papel); pero no me resisto a mencionar la recopilación de trabajos Kultur als Vehikel und als Opponent politischer Absichten (La cultura como instrumento y como obstáculo de los objetivos políticos) (Essen, Klartext, 2010, 587 p.). Aun limitado al ámbito que se ha propuesto analizar (alemanes, checos y eslovacos), en él se pone de manifiesto la naturaleza políticamente manipulada que bajo el comunismo tuvo cualquier actividad aparentemente cultural; y la enormidad de esfuerzos, de personal y, finalmente, de recursos, que se destinaban para lograr un perfecto control. Ante esa enormidad, ya puede imaginarse qué podían lograr ‘disidentes’ como Havel. Exactamente, como David y Goliat; pero más que esa desigualdad, lo que destaca todavía con mayor evidencia es la perversión cínica de palabras, ideales, movimientos. Y frente a esa degeneración los ingentes recursos invertidos por los gobiernos quedaban indefensos, simplemente porque la verdad no estaba de su parte (no olvidemos aquel ensayo de Havel titulado cabalmente “Ensayo de vivir en la verdad. Del poder de los impotentes”, editado en alemán en 1980).

Havel, en cambio, fue uno de los que se pasó la vida, primero sufriendo en carne propia las iniquidades de los ‘revolucionarios’; luego, descubriendo la insuperable eficacia de la imperativa lucha moral contra las injusticias; una lucha declarada ya desde el momento en que, no sólo parecía no tener ninguna posibilidad de triunfar, sino que sólo le acarreaba nuevas discriminaciones, penas, derrotas. En una palabra: Havel y cuantos coincidieron con él tuvieron que hacer el negro descubrimiento que las dictaduras sólo se derrumban cuando hay suficiente número de ciudadanos dispuestos a ‘arruinar’ sus vidas por la causa que creen justa. Y así llegó la ‘revolución de terciopelo’ de noviembre de 1989.

Otra cosa ha sido después del derrumbe del comunismo, cuando ha tenido que desempeñar la presidencia de su país (todavía Checoslovaquia). A una sociedad cuya mayoría sólo había conocido las mentiras y las imposiciones de la ideología oficial, ahora se le ofrecía la posibilidad de vivir en libertad. Y a Havel, que nunca fue capa de sentirse un ‘político’ profesional’, le tocó ahora recordar la necesidad que tiene toda sociedad de una base moral, prepolítica y, cuando hace falta, impolítica. Porque para ser ‘libre’ no basta con que desaparezcan las cadenas externas; hay que librarse de las servidumbres propias; y de las trampas de mala ley (entre otras, los engaños que uno mismo se tiende). ¿Le han entendido? ¿Le han hecho caso? Aparentemente, más bien poco. También ahí Havel ha tenido que atenerse a su propia teoría: quien cumple con su deber ya no necesita que los demás sigan sus consejos: pues esto ya no corre de su cuenta (sino de la de los demás). Cada uno sostiene su propia vela en la procesión de la historia; es decir: su responsabilidad, de la que la conciencia (y Dios) le pedirá cuenta.

Y a quienes han podido llegar a viejos y se encuentran con sus vidas arruinadas ‘por el bien del pueblo’, ante el espectáculo de una sociedad más preocupada por el consumo y el bienestar que por el goce de la libertad, no les deja en paz la pregunta suprema: ¿valió la pena? Cada uno ha de darle su respuesta, también propia e intransferible; por serlo, resulta una historia vieja, repetida. Cada uno se la responde de acuerdo a su propia base moral: ¿política? ¿humanista? ¿religiosa? Y con la que tenga tendrá que enfrentar la muerte.

Todo lo dicho hasta aquí todavía ha de superar un obstáculo supremo: ¿en qué medida la ‘ruina’ de tantas vidas (entre ellas, la de Havel) ha tenido eficacia para que la dictadura comunista dejara de existir? Porque para los ‘arruinados’ la respuesta a tal pregunta debió tener un peso de consideración. No me atrevería a poner en duda que sus acciones hayan tenido alguna eficacia para el objetivo que se proponían; pero, ¿podemos ir hasta afirmar que fueron los causantes del derrumbe de 1989? Al respecto pienso que habría que precisar el nivel de realidad en que uno sitúa el análisis: en el plano de la consciencia personal, de lo que Kant llamó el ‘imperativo categórico’ (único que considera digno de la conducta moral), es evidente que los actos reciben su justificación al margen de su eficacia tangible y, porque es así, el sujeto moral no necesita de ella.

En cambio, desde una perspectiva política, ¿podemos sostener que el imperio soviético quedó hecho trizas por la oposición de una ínfima minoría de sus súbditos? En concreto, pienso que la actitud práctica adoptada desde 1975, cuando los gobiernos occidentales de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) quisieron dar al Acta de Helsinki en el seguimiento y fiscalización del respeto a los derechos humanos (la ‘tercera canasta’ humanitaria), contribuyó más a ir acorralando y descubriendo todas las trapacerías ‘socialistas’ que los sacrificios de los disidentes; pero éstos aportaron la prueba necesaria para hacer patente la mentira. Es decir que hizo falta un trípode: 1) un instrumento internacionalmente suscrito; 2) la decisión de una parte de los firmantes de no tomarlo como ‘papel mojado’; y 3) la carne de cañón de los súbditos laminados por los regímenes soviéticos.

Pero volvamos a la pregunta angustiante de las víctimas. Entre ellas hubo ateos, agnósticos (muchos de ambos grupos, bautizados) y todo el arco imaginable de creyentes. Los dos primeros grupos deben haber oscilado entre los cálculos puramente políticos y el aludido imperativo kantiano; los terceros, en cambio, en algún momento tuvieron que plantearse aquello de ‘si el grano de trigo… no muere…” (Jn 12, 24), máxima expresión de la ‘autoarruina’ de la vida; o aquello otro, todavía más trágico: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46; Mc 15, 34).

Todo esto se aplica a Havel y a cuantos como él hicieron lo que creían que debían hacer cuando esto parecía estar condenado a la más absoluta ineficacia; luego, conquistada la fortaleza, fue fácil ‘vivir de renta’ y lucrar con el dolor ajeno; Havel disponía de suficiente honestidad como para señalar a sus conciudadanos las nuevas ciudadelas, recién visibles con la caída de las anteriores. En julio de 1990, pude conversar en mejores o peores condiciones con varios compañeros de combate de Havel: el teólogo Josef Zvĕřina, los filósofos Ladislav Hejdánek (evangélico) y Stanislav Sousedík (católico), el jesuita Jan Pavlík, los sacerdotes clandestinos Václav Malý y Václav Ventura. Lo pude hacer gozando de aquella nueva libertad, todavía inocente: uno de los síntomas más claros de la nueva situación era cabalmente que podías encontrar a la gente porque ésta se dejaba encontrar, pues no estaba amenazada por la policía secreta o las denuncias del más imprevisible vecino. Havel no ha sido el primero en desaparecer, pues otros ya le habían precedido, como Václav Benda, quien también me recibió en su casa, por entonces flamante parlamentario y jefe de los demócratas cristianos.

En la Bolivia ‘del cambio’, ¿es posible aprender de las experiencia acumulada por quienes ‘arruinaron’ sus vidas para reconquistar la libertad y la dignidad? That is the question.

Fuente: La Patria
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