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Domingo 19 de febrero de 2012

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Cultural El Duende

Cuatro diablos y un pepino

19 feb 2012

Fuente: La Patria

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Fue en el carnaval de 1947. Aún tenía vigencia y popularidad el PEPINO, aquel personaje protagonista de mil y un travesuras encarnado por una juventud anónima y sobre todo masculina; anónima porque el verdadero rostro del disfrazado lo cubría la sonriente, gozosa y risueña careta clásica del criollo y popular Pierrot.

Su voz forzosamente aflautada ocultaba la identidad del joven actor ávido de diversión.

Choorizo, peepino, choorizo, peepino, exclamaba mientras colocaba unas monedas en el suelo con una mano, y con la otra blandía amenazante su matasuegras o chorizo, ese embutido de trapo en cuyo extremo contenía oculta, con aviesas intenciones, una canica o un cuculuru y cuyas víctimas eran los niños que pretendían alzarse con las monedas ofrecidas. Sembrar el terror entre el público, particularmente jóvenes y señoritas, era otra de las ocupaciones del travieso pepino; sus víctimas recibían dolorosamente el impacto de su chorizo en la cabeza al ritmo de su chiflido entonado de peepino, chorizo, pepino, chorizo, pepino.

Sonaba la banda de música, una tradicional diablada, el rítmico bombo y el redoble del tambor invitaba al público a moverse al compás del baile.

Muchos de los diablos danzantes, adornados con serpentinas multicolores, están sin careta en una esquina del trayecto del corso de Domingo de Carnaval; surge repentinamente un osado pepino propinando en mi delicado cráneo protegido apenas por el sostén de mi peluca, un certero golpe de su cachiporra de trapo emitiendo su agudo y desagradable canto de choorizo, peepino, obligándome a ver hermosas y refulgentes estrellas. Logro mantener el equilibrio con ayuda de la música que me impulsa a seguir junto a mis compañeros danzantes.

Avanzamos media cuadra, alcanzo a ver cómo aquel pepino coloca su duro, violento e insolente artefacto sobre la cabeza de otro diablo, siempre repitiendo su ya odiado estribillo; avanzamos otro trecho y, a mansalva recibo otro golpe, esta vez sobre mi oreja, el pepino agresor se aleja un poco y repite su hiriente acción sobre otros dos diablos.

Ya en la Plaza Argentina (Socavón), luego de una ágil rueda deliberante de los agredidos diablos, decidimos dar una lección al odiado personaje con una dosis de su propia receta. Un claro entre la multitud es el escenario del acto de justicia en el momento de una nueva agresión pepinística del osado carnavalero; salimos de la bien disimulada indiferencia propinando al ahora sorprendido pepino, cual sándwich doble, sendos golpes en su humanidad, un buen puño en el rostro, un gancho al hígado, un rodillazo en el muslo y un codazo en la espalda que dan por tierra con el atrevido disfrazado que solamente atina a decir un cortito y débil ¡ay! con su aflautada agónica voz, quedando tendido en el piso maloliente de cerveza y otras cosas.

Ya en la Asistencia Pública donde fuimos a parar con la ayuda de un respetable carabinero para poner en sí al pepino noqueado, constatamos, luego de de cortar el listón anudado que aseguraba su sonriente careta, que se trataba ni más ni menos de la novia de uno de los cuatro diablos agredidos que no pensó en la imprudencia de su broma.

Como el final fue muy doloroso y pesado no hubo matrimonio, y, transitados muchos otros carnavales, todos vivieron felices a los pies de la Virgen del Socavón, aquí en Oruro, a 3706 metros sobre el nivel del mar.

Rodolfo Elías Peredo.

Danzarín de la Fraternidad Artística

y Cultural “La Diablada”.

Transcripción: Oscar Elías S.

Fuente: La Patria
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