Después de la fastuosa demostración de devoción y fe, el Sábado de Peregrinación y de alegría y colorido en el Domingo de Corso tras lo que sucederá en los dos últimos feriados del Carnaval con el cumplimiento de otros rituales paganos, hay que hacer un balance sencillo de lo que le queda a Oruro por esos días de intenso movimiento que cambia completamente la tradicional condición de ciudad tranquila, aunque de permanentes movimientos sociales.
Los orureños sabemos que todo el año en la Capital del Folklore de Bolivia no faltan demostraciones propias de tal nominación, aunque las mismas causan una serie de problemas en las calles, en el tráfico y la organización urbana, conjuntos folklóricos siempre están en las calles con bandas y todo.
El último Carnaval como en otros años dejará un saldo financiero de análisis profundo, aunque ahora se habló de la realización de un serio trabajo de investigación a cargo de profesionales en la materia para establecer los beneficios y perjuicios reales de la preparación y realización carnavalera, es posible que ésta vez se conozca un resultado más concreto sobre el fenómeno sociocultural que se produce cada año en Oruro. Una unidad de la Facultad de Economía de la UTO realizó hace años un interesante trabajo sobre el proceso económico que se produce en Oruro y que, seguramente, servirá de base para un nuevo y actualizado análisis de ese punto neurálgico en lo que constituye el Carnaval, cuánto se gasta, cómo se invierte y qué saldo real se tiene al final del acontecimiento que mueve a miles de personas y una millonada de dinero.
Este año se han introducido algunas mejoras en lo que se denomina la infraestructura del Carnaval, por lo menos funcionó regularmente su comité organizador, se conjuró un problema con las bandas y se desarrolló el programa de acuerdo a normas establecidas, aunque quedan interrogantes sobre el verdadero monto de inversión por parte de la Comuna, el movimiento económico de la entidad de conjuntos folklóricos, el gasto directo de los protagonistas del Carnaval, danzarines y la familia orureña, todo un conjunto de responsabilidades que al final no sabemos cómo acaba, salvo el gusto de haber sido un año más buenos anfitriones en la alta tierra de Oruro.
Un balance de las otras cosas que trae aparejado el Carnaval nos muestra que existieron innovaciones interesantes, por ejemplo dos de tres pasarelas para facilitar el cruce de personas sobre la avenida del folklore, el colocado de altas mallas de alambre tras de una cantidad de graderías para evitar la acción de los amigos de lo ajeno que antes hacían estragos con los bienes de los espectadores.
Disminuyó el juego con agua, pero no el que utilizó espumas que incluso y de manera irrespetuosa afectó a los guardianes del orden que cumplieron una sacrificada tarea para lidiar con ebrios, irresponsables y altaneros ciudadanos. Efectivos militares también coadyuvaron en esa labor de control.
No se pudo erradicar el consumo de bebidas alcohólicas y, pese a prohibiciones vigentes, los comerciantes se ingeniaron para vender buena cantidad de cerveza y otras bebidas que causaron su efecto en espectadores, danzarines y entre los alegres músicos, la borrachera entre jóvenes también persistió.
Este año como en otros ya se adelantó “la muletilla” de que “una vez concluido el Carnaval se trabajará en su análisis para establecer lo bueno, lo malo y lo feo de lo que sucedió, con fines de eliminar lo pernicioso y mejorar aún más lo positivo. Ojalá se cumpla ese propósito que merece realmente un trabajo muy responsable y ordenado por parte de una comisión permanente que nos haga saber a “ciencia cierta” qué nos queda en Oruro (fuera de la basura) después de Carnaval.
Fuente: La Patria
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