Había una veza un indiecito llamado Diego Huallpa que pastaba a sus bellas llamitas y caminaba con ellas por las montañas aledañas a la actual ciudad de Potosí, en las gélidas montañas bolivianas. Casi al anochecer decidió encender una fogata para calentarse y quedó dormido, despertando cerca del amanecer. Al incorporarse se dio cuenta que de las entrañas de la montaña brotaba algo líquido. Cuando bajó de la montaña al pueblo relató lo sucedido y las personas entendidas en minería dijeron que se trataba de plata. A partir de entonces creció la codicia de los españoles, que hacía bastante tiempo habían colonizado varios países de Sudamérica.
A partir de entonces se dio el nombre al cerro de “Sumaj Orqho”, Cerro Rico que fue envidia de todos en esa época. Pasado el tiempo, la codicia de los conquistadores fue tal que sobreexplotaron el cerro al máximo creando incluso la abominable famosa “Mita”, donde el mitayo no era otra cosa que un esclavo, como consecuencia del trabajo brutal murieron millones de ellos, creando la enorme riqueza de la corona española. Se dice que bien podría haberse tendido un puente desde los Andes hasta España por el contrario, los dueños de semejante riqueza no lo disfrutaron nunca. El insigne Franz Tamayo dijo por eso que Bolivia era un pueblo mendigo sentado en una silla de oro. Durante siglos fue explotado por infinidad de intereses: buscaminas, capitalistas, barones mineros y hasta políticos “nacionalistas” (Comibol), cambiando no sólo de manos sino hasta de intereses económicos y políticos hasta llegar a nuestros días cuando pasó a otro tipo de explotadores llamados cooperativistas.
Hasta aquí la importancia económica de nuestra máxima insignia, el universalmente conocido cerro de la plata. Decimos insignia no solo porque nuestros gobernantes lo utilizaron en nuestro escudo nacional, moneda, etc. Por toda la importancia histórica y económica el Sumaj Orqho nominada por la Unesco como Patrimonio Histórico de la Humanidad. Hasta esta parte debemos remarcar la participación permanente del “Tío de la Mina” tanto con unos y con otros. En la minería boliviana el mito urbano del custodio de la mina es el “diablo” o “tío de la mina”
Al pasar los siglos, los bolivianos fuimos testigos de que la minería no sólo fue codicia de propios y extraños sino gestor de movimientos políticos revolucionarios, gestor de “un barco para Bolivia”, instalación de fundiciones de estaño, solidaridad con nuestros compatriotas etc, etc,. Lastimosamente en los últimos tiempos, tenemos que referirnos a la desgraciada suerte de nuestro portento argentífero, que en manos de sus propios hijos está por constituirse en sepulcro de los descreídos. Nos referimos al peligro que corre el mismo, producto de la explotación inmisericorde de siglos y cuando se avizora el peligro de desplomarse matando a algunos sacrificados mineros. Así desaparecería su importancia económica, histórica y su condición de insignia nacional. Por todo ello intervinieron personeros de Estado, de la Unesco, Comibol etc., y lastimosamente nadie tiene razón para que, de una vez por todas, cese el laboreo en el preciado Cerro Rico. Tal parece que ni Cristo, bajando del cielo podrá hacerles razonar para que se evite desgraciados acontecimientos cuando la solución está en manos de los propios cooperativistas que tienen que abandonar los predios del hormiguero que hemos creado los hombres.
“Detesta el pecado pero no odies al pecador” es un precepto que, aunque fácil de comprender, se practica raramente, por lo cual el veneno del odio se esparce por el mundo.
(*) Egresado de la UTO
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