En la Convención Antidroga de las Naciones Unidas, el mundo ha determinado científicamente que el clorhidrato de cocaína es un polvo blanco que se extrae del arbusto de la coca -Erytroxylon Coca – que contiene el alcaloide cocaína y otros derivados similares que, por lo demás, fue descubierto en 1860 por el farmacéutico alemán Albert Niemann, quien había conseguido aislar un alcaloide al que llamó cocaína, que originalmente había sido utilizada como un anestésico local en varias intervenciones quirúrgicas, pero al descubrirse que su naturaleza era adictiva, fue reemplazada como anestésico por otros fármacos que no creaban dependencia, y posteriormente la cocaína se consideró como narcótico.
Se dice que mucho antes del descubrimiento de América, las culturas precolombinas utilizaban la cocaína. En el imperio inca la coca era utilizada con fines rituales y médicos, y se consumía en infusiones o colocando debajo de la mejilla piedras calizas pequeñas envueltas en hojas de coca, y cuando llegaron los conquistadores españoles, la civilización inca tenía grandes cultivos de coca.
Entonces concluimos reconociendo que la cocaína es el principio activo que se encuentra en las hojas de la “Eritroxylon Coca”, planta que es originaria de Sudamérica, cuyo alcaloide actúa como estimulante del sistema nervioso central.
Cuáles serán los efectos del consumo de la coca a través del “acullicu”, o del mate de coca, si científicamente se encuentra comprobado que en el coqueo la absorción se hace en la boca por la mucosa bucal, mientras que el mate de coca se absorbe en el intestino delgado y sus efectos comienzan a apreciarse a los 5 ó 10 minutos, toda vez que añadiendo un alcalino a las hojas, que puede ser cal, lejía, o incluso bicarbonato de soda, el resultado será cocaína en forma básica, en el entendido que el paso de la hoja a la saliva se hace lentamente y el de la saliva a la sangre a través de la mucosa se produce rápidamente, constituyéndose en estimulante que puede causar un incremento súbito del ritmo cardiaco, respiratorio y presión sanguínea, provocando al mismo tiempo euforia, excesiva autoconfianza, y energía.
Lo cierto es que sus riesgos determinan provocar serias dependencias psicológicas, con depresión, ansiedad y paranoia. Su uso continuado puede provocar fallos cardiacos, y daños en el organismo, provoca inapetencias, trastornos del sueño, insomnio, pérdida del apetito, palidez, pudiendo potenciar enfermedades nerviosas é hiperexitabilidad.
Estos estudios científicos han sido con absoluta seguridad los argumentos utilizados en la Convención Antidroga del año 1961 en la ONU.
Si nos ponemos a pensar en lo acostumbrados que se encuentran nuestros obreros de las minas, los indígenas y los campesinos, que cotidianamente utilizan el “acullicu”, obviamente que tendremos la respuesta que la esperanza de vida de esos sectores es la más corta que de los demás ciudadanos, y sus actitudes y conductas son precisamente como efectos de aquella costumbre ancestral.
Y qué decir de los miembros de la Asamblea Legislativa Plurinacional, que en su mayoría se los observa haciendo ostentación del “acullicu”, en una muestra de que se respeta la tradición, pero que a la postre dudamos que se encuentren en perfectas condiciones de legislar, concluyendo con aquello que Eduardo Galeano anota en su libro Las Venas Abiertas de América Latina: “Además de la coca, los indígenas consumían aguardiente. A esta altura del siglo veinte, los indígenas de Potosí continúan masticando coca para matar el hambre y matarse, y siguen quemándose las tripas con alcohol puro. Son las estériles revanchas de los condenados. En las minas bolivianas, los obreros llaman todavía mita a su salario”.
(El ejercicio del poder corrompe, y su sometimiento degrada).
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