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Domingo 05 de febrero de 2012

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Cultural El Duende

César Chávez Taborga A pesar de todo, Bolivia no supo aprovecharlo

05 feb 2012

Fuente: LA PATRIA

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Aunque el notable educador César Chávez Taborga recibió honores de su país en vida, luego de haber merecido lo que ningún boliviano había logrado antes: el Premio Interamericano de Educación “Andrés Bello”, 1984, lo cierto es que vivió sus últimos años, con un imperceptible pero hondo desencanto.

¿Por qué decimos esto? Pese a la gran estimación de las universidades y del gobierno venezolano y el salario decoroso que recibía en la Universidad de los Andes, Mérida, a fines de la década de 1980 decide retornar a su país para brindar su fecunda y exitosa experiencia pedagógica a la educación boliviana. La señora Beba, su inteligente y fiel esposa, le recrimina dulcemente: “¿Pero, César, acaso no conoces tu país?”. Y vuelve a Bolivia.

Llega en el avión presidencial del primer mandatario venezolano, Carlos Andrés Pérez, quien acompaña al ilustre exiliado y trae su biblioteca de 7.000 títulos, que le había comprado y la obsequiaría al Instituto Internacional de Integración, con sede en La Paz. El gobierno boliviano brilló por su ausencia. Sin embargo, ¿en la historia nacional algún compatriota había tenido el alto privilegio de ser transportado por un Presidente extranjero y traerle su voluminosa biblioteca? ¿Era aquel desaire un mal presagio que empezaba a darle la razón a su esposa…? Tal parece que sí.

En efecto, si bien el rector Pablo Ramos lo invita a replicar sus experiencias pedagógicas innovadoras en la UMSA, lamentablemente el primer seminario no fue acogido con el espíritu de superación que debía esperarse, por los Vicedecanos de las Facultades y Directores de las Carreras de la más grande de las universidades del país. El seminario quedó en medio camino. ¿Para qué un semestre, si en Bolivia los seminarios sólo son de tres días y se asiste para aumentar cartones al expediente? “Es lo que tenemos. ¿Qué le vamos hacer?”, le diría el Rector, en una vana justificación. ¡Esto sí provocaría un hondo desencanto, en el dos veces exiliado por el “odio al pensamiento”!

Otro momento de desilusión fue con motivo de la Reforma Educativa del ETARE. ¿Cómo era posible que el gobierno que había realizado la primera gran reforma a través del Código de la Educación, en la que el pedagogo beniano fue pilar esencial con el pedagogo chuquisaqueño Guido Villa-Gómez, ahora traía expertos extranjeros pagándoles jugosos sueldos? ¿Tanto se lo excluyó, que para conocer el proyecto de reforma necesitó ir al Parlamento y escuchar su lectura cuando se aprobaba la ley 1565? ¿Qué enigmas tenía el ministro Ipiña para marginar al profesor boliviano que más méritos y experiencia lúcida tenía en esos menesteres? Su también ilustre coterráneo Pedro Shimose, desde España, protestó después en la prensa por esa inexplicable exclusión.

No habían sido aquellos los únicos desencantos que recibió su alma blindada para esta clase de amarguras, tal vez peores que los destierros. Don César Chávez Taborga valoraba en altísimo grado la educación, tanto que exigía para ella la conducta más responsable. Sobre todo de sus colegas compatriotas. Por ello, al observar en el Primer Congreso Pedagógico Nacional, 1970, que asuntos eminentemente pedagógicos se los trataba como si fuesen meras discusiones sindicales, sin atisbo científico, el único posgraduado de las Escuelas Normales Superiores de Chile y de París, se retira apenado luego de despedirse de los dirigentes nacionales, que sólo atinan a decir: “Es el magisterio que tenemos, pero ya madurará”. ¿Serían estas difíciles realidades sociopedagógicas de su país, que le hicieron retornar al consagrado formador de formadores? ¿Acaso México no le había ofrecido en bandeja de oro, unos años antes de su primer exilio en 1966, las mejores oportunidades para emprender en este país su praxis innovadora, pues estaba ejecutando su gran reforma de las Escuelas Normales en Bolivia? ¡Qué amor entrañable por su país, el de Chávez Taborga!

¿Hay algo más? Alentado por los horizontes que veía llegar con los candidatos Evo Morales y Álvaro García, el 18 de noviembre de 2005, en plena campaña electoral, les remite una carta con su propuesta “Ideas para la transformación de la educación boliviana”, que se halla inextensa en la biografía inédita que tengo elaborada del Premio Interamericano de Educación “Andrés Bello”. Al cabo de varios años, le pregunto con cierto desasosiego: ¿Don César, alguna respuesta mereció su carta? ¡Ninguna…! y siguió un largo silencio que no quise perturbar.

Como Don César Chávez Taborga no pudo jubilarse en Bolivia debido a los dos exilios injustos impuestos por gobiernos militares trogloditas (Barrientos y Banzer), sus ahorros de Venezuela y el Premio “Andrés Bello” le sirvieron para adquirir un pequeño departamento en Sopocachi, en el cual vivió su pobreza con elevada dignidad, al lado de su fiel esposa. Por tres veces, instituciones culturales y educativas del Beni trataron, infructuosamente, de que fuese incrementada la magra pensión vitalicia que recibía del Senado. Unos y otros desoyeron el pedido.

Intelectual de elevado compromiso con la cultura de su país, mientras vive con dignidad sus últimos años y va perdiendo la vista, publica una columna periodística, escribe una invalorable obra educativa y literaria “Guido Villagómez en tres perfiles. Estimativa literaria”, editada por la Universidad Andina “Simón Bolívar”, y otros ensayos valiosos. Dos de ellos deseo resaltar, “La metáfora en la novelística de Luciano Durán Böger”, tesis de su ingreso a la Academia Boliviana de la Lengua, 1999, de enorme significación para ahondar en la literatura beniana; y su “Antropología Pedagógica en Franz Tamayo”, perfil desconocido de su famosa polémica a comienzos del siglo XX, que Chávez Taborga ofreciera en conferencia el 22 de agosto de 2006, con motivo del homenaje que le tributó la universidad privada que se honra en llevar el nombre del autor de la “Creación de la Pedagogía Nacional”. Su último libro: Expresión poética del Beni, 2005, es una actualización de su Perfil de la Poesía Beniana de 1974, y simboliza su reencuentro espiritual con Mojos-Beni, la tierra de su nacimiento.

Sean estas evocaciones, las palabras sentidas que no pudimos decir en el instante de su entierro, y como diría Vaca Chávez en ocasión semejante, ante el dintel de la inmortalidad.

Arnaldo Lijerón Casanovas. Mojos-Beni. Académico de la Lengua.

Fuente: LA PATRIA
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