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Domingo 05 de febrero de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

¿Etnocidio censal?

05 feb 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

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Ante el anuncio de que este año seremos censados (aunque tocaba el año pasado), en las páginas de la prensa del país se ha entablado, no un debate (todo lo que he leído al respecto defiende posiciones coincidentes en lo esencial), sino un toque de arrebato a los ciudadanos, pero también a las autoridades, aunque cabe augurarle una eficacia más bien escasa, tal es el diálogo de sordos que tenemos. Y debo confesar que con los textos recolectados disponemos de un panorama suficientemente sólido para hacerse una idea de lo que anda en juego, que no es poco.

El hecho previo es el Censo 2001, en que se montó una batería de opciones para que la unidad doméstica censal se definiera étnicamente. Y entonces se ofrecía una larga lista de posibilidades para que el censado se sintiera identificado con una de ellas; la supuesta intención de los sabios biempensantes era saber cuántos son qué; pero la sabiduría no fue muy lejos, pues no tardó en descubrirse el gato que había encerrado en aquella maniobra. ¿Por qué? Pues porque se coló el mosquito, pero quedó fuera la viga; es decir, podían salir grupitos étnicos amazónicos de 17 familias, pero más de la mitad de la población del país no encontraba la casilla. Dicho en otras palabras: el formulario censal servía para sacarse del bolsillo muchas etiquetas exóticas, pero dejaba fuera la inmensa mayoría de la población urbana y sectores dispersos por pueblos y ciudades secundarias. ¿Etnocidio censal? ¿Qué puede ser, sino, tal etnocidio, sino invisibilizar censalmente la parte más visible de Bolivia? Por lo visto el INE fue la primera avanzadilla de los ‘pensadores’ del MAS.

Ahora me he enterado que ya entonces, en 2001, se levantaron muchas voces de protesta contra aquella jugada; yo debía estar ocupado en otras cosas, pues debo confesar que no las recuerdo. No así ahora; y a ellas quiero añadir aquí unas pocas consideraciones en torno al tema.

Primera. En los tiempos que corremos puede pasar por ejemplo de democracia el dejar la respuesta a la identificación étnica a cada quien. Ya sabemos que estamos en el tiempo de las ‘construcciones’ y las ‘invenciones’ de lo que sea; pero esto no le confiere un ápice más de realidad objetiva, para el caso de que ésta interesara a alguien. La teoría subyacente dice: ‘lo importante no es lo que seas, sino lo que creas (¿quieras?) ser’. Ya me imagino a cada agente censador dando una clase de antropología a cada cabeza de familia para transmitirle los elementos de juicio imprescindibles para que a la hoja censal pase la respuesta del caso que más se acerque a la ‘realidad’.

Segunda. Si es verdad que un estado democrático con el censo quiere conocer la realidad, no puede –naturalmente– crear una rejilla tan sutil donde pasen los grupos microscópicos y deje fuera a los grupos mayoritarios. Y si la crea, queda claro que quiere valerse del censo para convertirse en un fabricante de etnias, cuya lista inacabable emborrache la perdiz de la sumatoria de individuos vivos y censados.

Tercera. Un punto crucial de la cuestión estriba en cómo hay que denominar a los millones de bolivianos que no se consideran ni aymara, ni qhishwa, ni guarani, ni chiquitano, ni baure, ni uru, ni, ni… Tradicionalmente se los conocía como ‘criollos’, ‘blancos’ o ‘decentes’; desde que llegó la ideología indigenista y su oficialización manipulada de la revolución de 1952, se ha tendido a ver sólo las glorias de cuanto podía pasar por ‘mestizo’. En cualquier caso la cuestión tiene demasiados bemoles como para poderla dar por buena. Entre ellos, una tesis tan atorrante como ‘todos somos mestizos’; si todos lo somos, el mestizaje no puede identificar a nadie, pues sería propio de todos. Tan sencillo como esto: simple cuestión de lógica, pues lo compartido no diferencia a nadie (que es, supongo, de lo que se trataba). Si hay que excluir la etiqueta ‘mestizo’ por ser un rasgo y un atributo de la humanidad, ¿dónde queda la viabilidad de etiquetas como ‘español’, ‘alemán’, ‘inglés’, ‘chino’, ‘francés’, etc., que no parece que nadie condene? Naturalmente, lo ‘étnico’ no es la ciudadanía; y esto a pesar de que los ‘grandes del mundo’ se empeñan en confundir ‘nacionalidad’ y ‘ciudadanía’ (salvo el viejo Stalin y cuatro locos de las ‘naciones sin estado’, que –por si acaso– de estalinistas no tienen nada, a quienes nadie les presta atención).

Cuarta. De acuerdo, pero entonces ¿qué casilla dar en la hoja censal a los ‘blancos’, ‘criollos’, ‘bolivianos’, q’ara o lo que quiera llamárseles / quieran llamarse? Si a la cuestión no se le hubiese dado el giro subjetivante de moda y, en su lugar, para crear la etiqueta se hubiese prestado la atención que merece a su vida cotidiana, a su mundo simbólico, a su mundo mitológico, a su mundo religioso, al sistema económico y laboral en que viven, etc., de repente se podrían encontrar etiquetas positivas, asertivas. Se me ocurre recordar que en la Yugoslavia comunista de Tito, al ciudadano que no quisiera ser de ninguna de las ‘naciones’ reconocidas por la constitución le quedaba la opción de identificarse simplemente como ‘yugoslavo’. Aunque en Yugoslavia no, ya sabemos que una solución parecida aquí sería tachada de ‘racista’, ‘discriminatoria’ y mil otras figuras penales… porque aquí bolivianos lo somos todos (¿igual que ‘mestizos’?).

Quinta. Desde otra perspectiva, estos callejones sin (aparente) salida vienen a ser consecuencia de haber dado tácitamente por buena aquella curiosa ‘teoría’ que quiere y cree poder compatibilizar la ‘plurinacionalidad’ (dogma de moda y paradigma predilecto de oenegés) con la ‘nación boliviana’ (dogma todavía más viejo e intocable que el anterior, en fila con el pensamiento único y hegemónico): aquello de que Bolivia sería una ‘nación de naciones’, ejemplo digno de premio nobel de lo que los escolásticos llamaban contradictio in terminis o simple aequivocatio, pues que en número singular la palabrita ha de tener un concepto cuyo contenido difiere del contenido en número plural… No le van mucho a la zaga quienes han distinguido entre ‘mestizo’ y ‘mestizaje’, como si pudiera haber lo segundo sin lo primero o lo primero sin lo segundo.

Sexta. Búsquese, pues, la etiqueta que se quiera; lo importante es que a los que no somos ni, ni, ni, ni… ‘otros’ ni ‘ninguno’, el estado democrático nos debe un etnónimo (denominación identificante). Y volviendo al subjetivismo psicológico de la autoidentificación (¡como si de un plebiscito nacionalitario se tratara!), ¿se han preguntado en qué casilla se apuntarán los mandamases del gobierno, empezando por el vicepresidente y, por supuesto, sin excluir al presidente plurinacional?

En resumen: estamos ante un tema del que ya hace más de una década debía haberse ocupado el Tribunal de Derechos Humanos de la OEA, si es que tal tribunal tiene alguna idea de la realidad que se vive en el territorio en el que proclama tener jurisdicción.

Para acabar, una pregunta inocente dirigida a burócratas, politólogos, juristas y ‘analistas’: ¿hay alguna disposición vigente que obligue al ciudadano cabeza de familia a identificarse con nombre y apellidos ante el censador que toca la puerta de su casa? Ahora que se quiere perseguir la piratería informática, más que nunca hemos de defendernos de cualquier intromisión indebida contra un presunto ‘derecho a la intimidad’ (que ahora hasta la Academia madrileña llama ‘privacidad’, que por si acaso viene del inglés privacy).

Fuente: LA PATRIA
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