Domingo 05 de febrero de 2012
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Existe una casa al borde desollado de un precipicio. En ella viven un viejo tapicero y sus cuatro nietos. Enormes nogales sombrean las ventanas.
Hace ya días que el viejo no trabaja sino en un tapiz sólo. Éste es un tapiz enorme cuyos tintes son zumos espesos; cubre desde tiempo inmemorial un gran lienzo de pared en la sala. Una mañana de invierno en que no pudieron salir al bosque, en ausencia del abuelo, los cuatro niños rasgaron con infinito trabajo un extremo del tapiz, por ver qué había detrás, sospechando que habría una puerta. Había lo Indecible, y porque se vea cómo era su piel, la compararemos a un vaho negro, no con lo sombrío de las noches, con lo negro de una oquedad cualquiera.
A su regreso el viejo vio horrorizado lo que habían hecho.
Con sus instrumentos de trabajo se precipitó al tapiz y comenzó a cubrir el rasgón de una nueva figura. Los niños creyeron que era un juego y, gritando, se precipitaron también al tapiz, a destruirlo. Pero ahora lo que hay detrás los chupa de tal modo que no pueden desprenderse de la tela. La agitación de su terror despedaza las fibras, y la succión de Aquello aumenta como un delirio.
Fuente: LA PATRIA