Sábado 28 de enero de 2012
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Pocas alegrías en la vida son más dulces y más duraderas que el saber que uno ha ayudado a otras personas a llevar el evangelio de Jesucristo a su corazón. Todos los miembros de la Iglesia tienen la oportunidad de sentir ese gozo. Al bautizarnos, hicimos la promesa de que seríamos “testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuviésemos, aun hasta la muerte, para que seamos redimidos por Dios, y seamos contados con los de la primera resurrección, para que tengamos vida eterna” (Mosíah 18:9).
Por el presidente Henry B. Eyring Primer Consejero de la Primera Presidencia/Jason Michel/Santos de los Últimos Días
Fuente: LA PATRIA