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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Intenciones versus acciones - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
La política origina no sólo mucha frustración, sino también algunas buenas lecciones morales.
El problema moral central es: en las numerosas situaciones de la vida diaria, ¿qué debe considerarse como una acción decorosa? Esta pregunta que ha estado en la mente de los seres humanos desde tiempos inmemorables, resurge con cada nueva generación, ya que usualmente los individuos prefieren obtener sus propias respuestas y no las de sus mayores.
En nuestra cultura, se discute bastante acerca de quiénes son malintencionados; quiénes insensibles; quién es más amable y más gentil, entre aquellos que compiten por liderazgos políticos. Ya evidencia un problema el hecho de que tantas preguntas sobre moralidad parecieran esperar las respuestas de líderes políticos, como si ellos pudieran realmente servir como substitutos de nuestra propia sensibilidad moral. Pero existe aún otro problema más complejo: ¿cómo se entiende la moralidad en nuestros tiempos?
Para muchas personas pareciera que lo que vale en cuestiones morales son los sentimientos que motivan la conducta humana. Si las intenciones son buenas –si lo que el corazón siente es bueno, decente– cualquier acción subsiguiente es –supuestamente– aceptable y recomendable moralmente. No importaría mucho, siquiera, el resultado obtenido de la conducta motivada por aquellos buenos sentimientos. Como reza el dicho: “Lo que importa es el pensamiento”.
Sin embargo, hay algo claramente erróneo en esta idea. Las personas se pueden sentir bien por haber realizado acciones motivadas por la generosidad, caridad, amabilidad o compasión; pero eso no significa que las consecuencias producirán algún beneficio. Es así generalmente, teniendo en cuenta cómo uno se siente respecto de lo que realizará, podría no llegar a percibir si la conducta logrará realmente algún beneficio. Más aún, considerando estos sentimientos, se puede correr el riesgo de tratar de complacer a otros en lugar de ayudarlos realmente.
Por lo general, la intención de ayudar, no se compatibiliza con el hecho de complacer. Esto es bien conocido en las relaciones sociales. Dicha conducta suele satisfacer simplemente algún deseo, sin importar si en realidad vale la pena.
Tomemos en cuenta jóvenes amigos que desean que se les compre por ejemplo cigarrillos o bebidas alcohólicas; un prestatario que ansía obtener un nuevo préstamo; o un haragán al que le gustaría evitar cualquier compromiso o responsabilidad. Asimismo, consideremos aquellos momentos en los que uno también es tentado a actuar según su propio criterio, deseando que ninguna persona examine dichos deseos de manera crítica. Aquellos que aparentan ser demasiado generosos, muchas veces se engañan y se sienten que han actuado con rectitud moral. Y son obviamente aceptados por aquellos a quienes ha “favorecido”.
Por el contrario, ayudar de buena fe es mucho más riesgoso y existente. Uno necesita aprender lo que realmente es bueno para la otra persona. Y haciéndolo así, por lo general, suele molestar a aquellos a los que ayuda; así como por ejemplo el médico disgusta a sus pacientes con tratamientos o recetas no deseadas; o el entrenador que enfada a sus atletas con la rutina exigida.
Mientras más lejos nos encontremos de aquellos que necesitan ayuda, más difícil será emprender la búsqueda de sus necesidades reales. En lugar de esto, se invocarán algunas fórmulas que sostienen que la magnitud del éxito dependerá de la gratitud recibida y no tomarán en cuenta si ésta se basa en el bienestar actual de la persona.
Estarán aquellas personas –catalogadas como insensibles- quizás pensando más seriamente que sus críticos sobre qué será lo más favorable para cubrir las necesidades de sus beneficiarios.
¿Son sus propuestas quizás más fructíferas a largo plazo, que aquellas motivadas por sentimientos amables?
Son las políticas aplicadas por aquellas personas que no buscan complacer, quizás más merecedoras de un verdadero crédito moral, que las de aquellas que están invadidas de sentimientos de compasión y equidad.
A partir de que los sentimientos de estas últimas tienden a aparecer a expensas del bienestar de otras personas, la respuesta resulta obvia.
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