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Domingo 22 de enero de 2012

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Cultural El Duende

Incertidumbre y poesía

22 ene 2012

Fuente: LA PATRIA

El texto forma parte de “Ensayos murmurados” del escritor Arturo Carrera (Argentina, 1948) y fue presentado en la Mesa Redonda “Incertidumbre y Poesía” llevada a cabo en La Plata, 1998

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Murmurar: en nuestros días, escribir, se ha aproximado infinitamente a su origen. Es decir, a ese sonido inquietante que, al fondo del lenguaje, anuncia tan pronto como se estira un poco la oreja, aquello contra lo que uno se resguarda y, al mismo tiempo, hacia lo que uno se dirige: la muerte.

Foucault

Hace aproximadamente dos horas que empezó el paro y nosotros ya estamos reunidos hablando de poesía e incertidumbre. Anoche me tocó participar en la inauguración o lanzamiento de un programa cultural del gobierno nacional. La actriz Ingrid Pellicori leyó un poema de Cortázar. El poeta Joaquín Giannuzzi advirtió a la concurrencia que mientras en la legislatura se habían velado los restos de un locutor de sospechosa trayectoria, hacía tres días había fallecido después de una agonía horrible la poeta Amelia Biagioni y nadie, ni siquiera los poetas, había dado muestras explícitas de dolor ante la muerte de una de las glorias de nuestra poesía: pidió un minuto de silencio. El escritor Abelardo Castillo aclaró ante todo que no era un escritor oficial y que apoyaba el programa cultural sin dejar de reconocer que mañana, es decir hoy, el país entero estaba de paro y él apoyaba también el paro. Dijo que los escritores no necesitaban programas culturales porque igual escribían en las circunstancias más adversas, como lo demuestran las grandes obras literarias escritas durante las guerras, las dictaduras y los genocidios. Pero que las mujeres y hombres futuros debían recibir alimentos y una buena educación, condiciones elementales para un desarrollo físico e intelectual.

Y se preguntó para qué sirve la literatura sino para dar sentido a la vida por medio de palabras. El filósofo Tomás Abraham leyó un texto sobre la tartamudez. Habló de la fractura de la palabra en el momento de ser dicha, y esbozó, entre los aplausos de la concurrencia, algunas de las estrategias del tartamudo para no contrariarse. Yo leí dos poemas de mi libro Tratado de las sensaciones, aún inédito, entre un barullo enorme de la gente que charlaba y charlaba sin parar en las mesas, sin percibir siquiera el alto volumen de los micrófonos y yo que no daba a basto y me desgañitaba, tratando de que mis palabras llegaran a un inasible fondo imaginado mucho más allá del auditorio indiferente. Aunque les parezca mentira, yo pensaba en ustedes, es decir, en el futuro próximo. Imaginaba una concurrencia, una escucha, imaginaba a mis compañeros de mesa sentados conmigo en este teatro. Sentía eso que Pessoa, quien dijo que era un fingidor, llamó el desasosiego. No es para menos. Y se me cruzó este trivial pensamiento: ¿por qué los antiguos se esforzaron tanto en decir el hombre es un animal político, pero rehusaron casi siempre aceptar al animal poético?

Uno de los mayores filósofos de nuestro tiempo, Ludwig Wittgenstein, escribió un libro entero sobre la incertidumbre. Se llama Sobre la certidumbre, y fue traducido al castellano por la poeta María Victoria Suárez. Avanzamos por él a golpes de fragmentos, de roturas aparentes del sentido, pero no de la lógica, como cuando nos acercamos demasiado a una pintura, a un cuadro, en este caso, a un pensamiento. Pero es imposible hallar en el libro una definición de la certidumbre porque sabemos que Wittgenstein consideró el pensar como una serie de perplejidades lingüísticas. Se dijo: ¿qué hacemos con el lenguaje y qué hacemos con nuestras vidas a través del lenguaje? ¿No hay un constante malentendido respecto de la naturaleza de nuestros juegos con el lenguaje?

Una posible definición de incertidumbre sería –en ese libro– imaginar la certeza y su contracara, la incerteza o incertidumbre, como una constante búsqueda para legitimar el sentido y hasta el sentido común, una especie de combate de nuestra inteligencia contra el hechizo del lenguaje. Lezama Lima –en su sistema poético– ofrece una manera de comprender la incertidumbre. Hay en la poesía lo que él llama la vivencia oblicua. Escribe: giro la llave del conmutador e inauguro una cascada en el Ontario. Certidumbre. Joseph Brodsky, en su homenaje a Stephen Spender, dice en una página: Teniendo en cuenta su edad, sorprendía lo poco que hablaba del pasado, a diferencia del presente o del futuro, sobre el que insistía especialmente (…). Creo que ello se debía en parte a su oficio. La poesía constituye una tremenda escuela de inseguridad e incertidumbre. Uno no sabe nunca si lo que ha escrito entraña algún valor, y aún menos si podrá escribir algo valioso en el futuro. Si no acaban con nosotros, la seguridad y la incertidumbre se convierten en nuestras amigas íntimas, hasta el punto de que llegamos a atribuirles inteligencia propia. Ésa debe ser la razón de que mostrara tanto interés por el futuro de los países, de las personas y de las tendencias culturales: como si intentara prever todos los posibles errores, y no para evitarlos sino tan sólo para conocer mejor a esas íntimas amigas suyas, [la inseguridad y la incertidumbre]. Por eso nunca hizo gala de sus logros pasados, como tampoco de sus desventuras.

¿Debo sacar conclusiones? ¿Mostramos intereses políticos sólo para conocer mejor nuestros intereses poéticos? ¿Y si por fortuna fuera al revés?

Pero quisiera definir –definir es un decir, un desir, dirían los franceses–, y después discutir con ustedes el tema que nos acercó a esta mesa, a esta reunión, con el sospechoso título: Escritura e incertidumbre. Y lo que es peor, el subtítulo que nos confunde más: Poetas y escritura: acoso a la incertidumbre.

Quiero sugerir nuevamente algo que pensó Kafka y volvió a pensar Deleuze en relación a las grandes literaturas y a las literaturas menores, y es que en las grandes literaturas el problema individual (familiar o conyugal), tiene más espacio para conectarse con otros problemas no menos individuales, formando un bloque y dejando al medio social como en una especie de trasfondo. Mientras que en las literaturas menores (es decir la literatura que hace una minoría dentro de una lengua mayor) –y la poesía actual, sobre todo en América Latina, lo es–, el espacio reducido que tienen hace que cada problema individual se conecte de inmediato con la política. Y cuando Kafka señala el ennoblecimiento y la posibilidad de debate de la oposición entre padres e hijos, no se trata de un problema edípico sino de un programa político. En este sentido puedo pensar la incertidumbre: dentro de una literatura menor, de una poesía menor, donde la certeza desaparece. Las grandes certidumbres desaparecen porque hay una lengua menor inventada, casi extranjera, incierta, dentro de una lengua mayor, mayestática, a mi juicio, hostil, adversa, hegemónica, corruptora: deleznable.

Una definición de incertidumbre es ésta. Estamos siempre cerca de ese debate kafkiano entre las filiaciones, me atrevería a decir, entre las generaciones, y en esa micropolítica cotidiana de las filiaciones. Pero ¿puedo escribir allí, puedo involucrarme en esa escritura? ¿Soy algo en ella? ¿Acaso sólo el estilo con que me planto frente a ella es fuente de escritura? El resto es incertidumbre y fuente de cotidianeidad, búsqueda de energía y vida.

La incertidumbre habita también en la lengua extranjera (o extraña) que los poetas inventamos cuando la inventamos. Incluso abriendo el áspero paraguas de la autobiografía, con esa voz de la que sólo podríamos salir si nuestro programa político nos lo permitiera. Si nuestra aventura en lo incierto nos dejara una salida dipsómana: ganas de escribir como Kafka tenía ganas de beber y que el mundo bebiera cerveza y que las flores de un tiesto alcanzaran apenas con sus tallos a beber, en su cuarto de hospital, eso cuidaba, sólo para cumplir el sueño incumplido de beber cerveza con su padre, de volver a beber cerveza fría con su padre. Entonces: ¿hay grados de incertidumbre? ¿Hay una tipología de incertidumbres en relación a la escritura? El filósofo de ayer hablaba del tartamudo, de la gran incertidumbre de tartamudear. De las estrategias del tartamudo para no fracasar en el decir ni en lo dicho, ni al escucharse ni al ser escuchado. Para el poeta, la incertidumbre es su inesperado y constante analfabetismo. Soy una especie de inmigrante y, como algunos inmigrantes, soy analfabeto. No es otra la posibilidad del poeta hoy. Ha de ser un inmigrante todavía, un analfabeto todavía. Como Rimbaud cuando negando todo decía me voy. Decía, me voy a la Argentina, a África, no a la Costa Azul. Anhelando incluso ese analfabetismo de Rimbaud cuando deja de escribir: incultamente, escribe más. Se entrega a una gramática silenciosa, se entrega a inciertos dialectos, y en los dialectos halla la forzosa escritura del habla de todos los días que no abandonó.

Ese juego es peligroso e incierto, como tan bien lo prueba Wittgenstein, el filósofo del lenguaje, y se renueva al cumplirse cada vez allí la contradicción y la incertidumbre de los niños: Cuando sea grande... Cuando me regalen plata... Cuando vaya a la juguetería... El dinero, el dinero loco, la capitalización incierta de los niños. Pero en realidad los poetas y los filósofos nos advierten que la verdadera transformación se alcanza por incertidumbre: no aparentar, no hacerse el loco ni el niño ni el tartamudo sino devenir todo eso junto, para inventar una nueva política del sentido.

Fuente: LA PATRIA
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