Algunas películas han intentado describir ciertos traumas de la memoria en sus aspectos negativos – la pérdida de todo lo acumulado en el día anterior –, y positivos – volver a enamorar a su pareja cada día.
Gracias a raras patologías, la medicina ha identificado los lugares del cerebro donde se almacena la información valiosa, después de descartar la que parece basura. Se ha descubierto así que existe una memoria superficial, donde se registra, por ejemplo, las ocurrencias de nuestro Canciller, y una memoria profunda, que hospeda las incongruencias del “proceso de cambio”. Aparentemente la primera memoria es la que se desgasta más rápidamente con la edad: comúnmente se la reemplaza con la “memoria de papel”, cuando no es destruida por el Alzheimer. Al contrario, los ancianos suelen recordar episodios de su infancia (depositados en la memoria profunda) con una nitidez extraordinaria.
Hay hechos asombrosos y poco estudiados, como la pérdida repentina y absoluta de la memoria de unos huéspedes de Chonchocoro, que otrora no olvidaban cara, nombre y apodo de los opositores de su dictadura. Al contrario, mi tía Anna, de 87 años, puede describir cómo vestían los invitados a mi bautizo el año 1947, o repetir, palabra por palabra, una charla de hace años.
La manera cómo el cerebro selecciona los recuerdos para colocarlos en el nivel adecuado de memoria es un misterio, como la mayoría de las actividades de esa galaxia de neuronas que desafía la exploración de la ciencia. Pero no es un misterio que el estilo de vida moderno está debilitando la memoria. Eso se debe a dos factores: la falta de ejercicio y la cantidad de información que recibe el cerebro diariamente.
La primera causa es fácil de comprender: hace sólo algunos decenios, cuando no existía el karaoke, era una tarea común aprender de memoria algunos temas: canciones, poesías o prosas insignes. Aunque criticado como parte de la educación “mnemónica”, ese método desarrollaba y entrenaba la mente.
La otra causa es la capacidad, limitada y selectiva, que tiene nuestro cerebro de almacenar la avalancha de información diaria que nos inunda. Por suerte, la mayoría de la información recibida transita por la memoria superficial, al igual que el número de celular que creíamos poder recordar fácilmente.
Junto a la memoria personal, existe una memoria colectiva que se parece asombrosamente, en su funcionamiento, a la memoria individual. De igual manera, selecciona eventos que vale la pena conservar, los protege en los niveles profundos de la mente y deja que otros menos valiosos sean borrados en el sueño. Por lo general, la memoria, personal y colectiva, tiende a preservar los recuerdos lindos y agradables (un enamoramiento, una victoria deportiva, un éxito profesional) y a borrar u ocultar los desagradables, no obstante las lecciones que nos dejan. Por eso es necesario que la sociedad conserve y propague la memoria de eventos que la memoria colectiva tiende a olvidar, como las muertes provocadas por los diferentes Gobiernos, incluido el actual.
Recientemente visité el Museo de la Memoria en Santiago, donde los crímenes de la dictadura pinochetista quedan documentados de varias formas para que, si algún día un déspota se sintiera tan poderoso de violar los derechos más elementares del hombre, la vida, la libertad, la democracia, se enfrente a la resistencia del pueblo, con la seguridad de que recibirá el castigo correspondiente.
O si no, ¿qué será de los pueblos sin memoria?
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