Según todos los informes estadísticos sobre la economía del país hay gastos prescindibles; mucho de lo que se irroga en viajes, viáticos, gastos de representación y otros que la burocracia utiliza son inútiles y que sólo contribuyen a empeorar la crisis en que nos encontramos. El Gobierno, consciente sólo de las reservas logradas debido a los precios internacionales del petróleo, el gas, los minerales y otras materias primas que exportamos, no ve realidades.
Es lamentable cómo puede haber tanta obsecuencia con las malas políticas que no dejan espacios para el raciocinio ni la prudencia en el manejo de los dineros que significan grandes sacrificios para la nación. Parece que las autoridades jamás se preguntaron ¿cuál sería nuestra realidad si los precios internacionales no ayudasen a que tengamos más dinero? ¿Podríamos contar con el valor de nuestras pobres y esmirriadas exportaciones? ¿Soportaríamos los precios comunes y corrientes del mercado mundial y aceptaríamos pagos ridículos (caso del precio del estaño que, en otros tiempos, no sobrepasaba los 4 dólares por libra fina)?
Hay muchas preguntas que, en conciencia, es preciso que las autoridades respondan; de otro modo, será muy difícil que ingresen en el campo de las verdades que construyen y cooperan a remediar los peores momentos de una crisis que, conforme pasa el tiempo, se agravará mucho más. Una crisis que, de momento, no se la siente, justamente porque nos atenemos a las “reservas” y no tomamos en cuenta que, hipotecadas a ellas, tenemos deudas externa e interna que hay que pagar.
Al margen de la infraestructura carísima que significan los instrumentos de movilización del Presidente (avión de lujo, automóviles, vagonetas, etc.) es preciso tomarse en cuenta los gastos que implica su mantenimiento, reparación, pago de sueldos a personal extranjero y una especie de parálisis de dineros en este campo de los lujos que se da la Presidencia aún teniendo conciencia de cuán pobres somos y cuán austeros y prudentes deberíamos ser.
Importamos automóviles de lujo y equipos electrónicos innecesarios para la vida de la comunidad nacional. Y nada justifica que “esos instrumentos para la vida fácil” sean justificados por quienes hoy tienen mucho dinero y contrastan su situación con la anterior que tenían. ¡Felices – ¿o desdichados? – quienes en pocos meses u años, han logrado fortunas que les permite gastos excesivos a costa de quienes han sufrido para que esos dineros sean realidad!
No debemos tener una vida ostentosa y, si hay mucha disponibilidad financiera, lo correcto sería invertirla en fuentes de riqueza que permitan crear empleo. Sería una forma lógica de no “hacer dormir” los excesos financieros y contribuir a mejorar la economía nacional al crearse fuentes que permitan tener trabajo a los que no lo tienen. Estas políticas ayudarían a los que “no saben qué hacer con su dinero” tanto porque no entienden cómo lo ganaron y, luego, no saber qué hacer con él por no tener la capacidad de razonar realidades y compatibilizar situaciones. No es preciso ser genio de la economía ni virtuoso en administración ni humilde en los gastos para entender que el Gobierno tiene que variar sus políticas económico-financieras si quiere, efectivamente, corregir errores de seis años y empezar con políticas que permitan éxitos y no más yerros que nos precipitan a los abismos.
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