Al fin y al cabo tras las Elecciones Judiciales, con todas sus imperfecciones, superables como toda obra humana, se logró posesionar a las nuevas autoridades, resaltando la figura de la abogada Cristina Mamani Aguilar, candidata más votada al Consejo de la Magistratura, que entre otras cosas soportó este tiempo el hecho de que se la tildara de cholita transformada o disfrazada de pollera para la ocasión (No se dice el epíteto para no caer en lo observado). En tono por demás mordaz. A riesgo de que otros repitan el peyorativo sin pensar, menoscabando la dignidad de una mujer profesional. Lamentablemente el despectivo vino, a la semana del acto electoral en boca del padre de la Patria, Jaime Navarro, opositor al régimen, que se supone nos representa a todos y todas, del lado que estemos. En medio de una serie de descréditos al proceso electoral, comprensibles dada su oposición, el vocablo se deslizó cual si fuera natural. Pero ¡no!, creemos que como mujeres debiéramos decir ¡basta!, a la discriminación con la que se nos trata especialmente en el ámbito político, por lo cual quizá muchas no nos lanzamos a esa jungla, para no ser devoradas en nuestra dignidad personal y profesional.
Y es sólo a las mujeres a las que se nos ataja en el avance y peor si es de pollera o chola, pues salta la intencionalidad de primero, socavar la personalidad de quien es autoridad electa (nos guste o no nos guste); segundo, se atenta ante la opción de las mujeres de vestirse como se desee creando implícitamente una serie de barreras a posibilidades, por ejemplo de algunas que se despojaron de su identidad para asimilarse a las ciudades, y que en algún momento pensaron en volver a sus polleras, pues lo mediten dos veces para no ser objeto de burla. Y a incentivar el rechazo a esa vestimenta típica del altiplano, que quiérase o no seguro dio origen a muchas, cuanto no a la mayoría de las familias en nuestro país. Los menos dirán que son descendientes netos y directos de europeos, y en el caso de la invasión hispana, no muestran nexos precisamente nobiliarios, porque sabemos quiénes llegaron primero desde Cristóbal Colón, los más, reos condenados a muerte que hibridaron la raza con las nativas y a la fuerza.
Lo que nos lleva a aseverar lo innegable, pese a recurrirse a muchas artimañas porque quedan los rasgos, el color de la piel, los gestos, el caminar, la forma de hablar o reír, la estatura, ademanes y otros aspectos que patentizan el antecedente familiar, contra lo que algunos incluso reniegan.
Aunque, aquello de gustos, no debiera ser óbice, así como una mujer de “vestido” se transforma día a día usando pantalón, mini, midi o maxifalda, bikini o tanga. Y ni qué decir del corte y color de cabello, rojo, rubio, castaño; o las operaciones para aumentarse senos, glúteos, afinarse la nariz, quitarse costillas, liposucciones, lentes de contacto, maquillaje sofisticado, el bronceado en camas solares, etc., y nadie las insulta o ironiza,(lo cual está bien) al erigírselas como íconos de belleza, hasta asumirlas como modelos a seguir en nuestra sociedad que ahora frenó en seco al advertirse la valía de la mujer como mujer, persona, ser humano, antes que como objeto.
Por tanto, qué nos miran a las mujeres, lo superficial, incluso en caso de que habría ocurrido que la abogada en cuestión se hubiera colocado la pollera para la elección, debiera ser libre y muy libre, lejos de todo prejuicio, de con qué vestimenta se elige salir hoy a la calle o ir a determinado evento. ¡Claro, como es mujer y chola! Hay que mofarse nomás de ella, a sabiendas de que no puede hacer uso de la palabra en defensa propia porque seguro dirán que apenas posesionada como autoridad, ya está recurriendo a la Ley en beneficio propio. Aunque sería justo que reclamara para que se la respete en su dignidad profesional y ante todo como mujer.
(*) Periodista
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