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Domingo 08 de enero de 2012

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Cultural El Duende

Mariano Baptista y su perennidad en el periodismo

08 ene 2012

Fuente: LA PATRIA

En diciembre reciente, la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) otorgó al académico de la lengua y polifacético escritor Mariano Baptista Gumucio, el “Premio Nacional de Periodismo 2011” por su incesante aporte a la cultura y la historia del país así como su prolífica contribución bibliográfica. El Duende se honra en publicar el discurso del galardonado

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Apreciados amigos:

Cuando Pedro Glasinovic me llamó por teléfono para avisarme que el jurado de la Asociación de Periodistas había decidido por unanimidad concederme el Premio Nacional de este año, sentí por cierto, un profundo sentimiento de gratitud, pues se trataba de un reconocimiento de mis colegas. En años anteriores el Estado Boliviano me concedió el Premio Nacional de Cultura, el de Gestión Cultural “Gunnar Mendoza” y la Condecoración “Bandera de Oro” del H. Senado Nacional, pero les confieso que ninguna de éstas se equipara con la que el Presidente José Ballivián distinguió a mi tatarabuelo José Manuel Baptista, que dice: Salve mi patria y su gloria en Ingavi. De mi parte, tuve la satisfacción de instalar un museo en la antigua Alcaldía de Viacha, dedicado a esa batalla que consolidó la independencia del país.

Mientras conversaba con Pedro, se acumulaban en mi mente imágenes de mi pasado relacionadas con el ejercicio periodístico de las que ahora haré un resumen.

Con mi hermano Fernando editamos en la secundaria de La Salle, un periodiquillo escolar en un aparato que conocíamos como Stencil, dando vueltas una manilla a un rodillo entintado del que salían mágicamente las hojas impresas. En la primera época del MNR, tuve una columna diaria en el periódico La Nación, pero abandoné la política militante en mi juventud al ver el desmoronamiento de las esperanzas de abril de 1952, advirtiendo, como decía Borges, que las ideas nacen tiernas pero envejecen feroces. Siempre he compartido, con Ciorán, la idea de que bajo cualquier circunstancia debe uno ponerse del lado de los oprimidos, incluso cuando van errados, pero, sin perder de vista que están amasados con el mismo barro de sus opresores.

Recuerdo que cuando se fundó la Central Obrera Boliviana que dirigía Juan Lechín Oquendo, fui nombrado Secretario de Cultura. Tomé pues partido de una manera apasionada por la cultura, entendiendo que su fomento y expansión salvaría a Bolivia como no pudieron hacerlo el salitre, el caucho, el estaño y otras riquezas que abundan en nuestro suelo, pero que hasta ahora solo nos han traído desgracias. En Venezuela, donde he vivido 10 años, trabajé en la cadena de periódicos Capriles.

Marcelo Quiroga Santa Cruz, José Ortiz Mercado y otros amigos me convocaron para que volviera a Bolivia a colaborar a un gobierno en trance a la democracia como el del Gral. Ovando, y participé también en otros regímenes del período democrático, pero diría que mis incursiones en la gestión pública y en la diplomacia han sido más bien breves. Tuve, por cierto, más suerte que otros colegas que fueron perseguidos o salieron al exilio, aunque sufrí secuestros del periódico y detenciones, el vespertino Última Hora fue una coraza para mí durante los gobiernos militares, y esto se lo debo, sin duda, a Mario Mercado Vaca Guzmán, el propietario, espíritu noble y abierto a todas las iniciativas e inquietudes y que se hallaba en sintonía con nosotros cuando reclamábamos por los derechos humanos y la apertura a un régimen democrático. Ya que he mencionado el periódico en el que pasé tres quinquenios, quisiera nombrar a Alberto Zuazo Nathes, el mejor jefe de redacción del mundo, a quien quizá por ello la Asociación escogió como primer ganador de esta estatuilla, a Antonio Ríos, jefe de informaciones, a Orlando Capriles, Luis Quezada, Cucho Vargas, Mario Ríos, Julio de la Vega, Carmen Silva, María Isabel Velasco, Betsi Pabón, Lupe Cajías, Ángel Tórrez, Hugo Moldíz y mi hija Mariana que me enorgullecía haciendo sus primeros pinos en el periodismo y me sigue enorgulleciendo hoy. Entre los columnistas figuraban mi maestro Augusto Céspedes, Guillermo Monje y mi amigo Manfredo Kempff Suárez. A todos ellos mi gratitud. También fue colaborador mío Jimmy Iturri, con quien, como responsable del Bicentenario de la independencia paceña, publiqué dos libros en la colección de la Alcaldía, uno sobre la suerte de la ciudad de La Paz, entre Murillo y el Mariscal Sucre, con énfasis en la malhadada batalla de Guaqui cuyo resultado prolongó la guerra por 15 años y nos separó definitivamente de Buenos Aires y el otro, sobre el Obispo La Santa, que mandó al infierno a los protomártires e inició la primera guerrilla en Yungas.

Allí creamos la revista cultural Semana y la biblioteca popular que alcanzó a editar 300.000 libros de 50 autores noveles y otros consagrados, distribuidos en las calles por los canillitas, superando con creces la producción de libros que habían logrado hasta entonces el Ministerio de Educación y editoras acreditadas. Lo poco que no se vendía regalábamos a las escuelas, y quizá valga la pena mencionar que en 1994, cuando una marcha de cocaleros llegó a La Paz, invitamos a sus dirigentes a la redacción agasajándoles con una salteñada y obsequiándoles 30 mini-bibliotecas que se las llevaron al Chapare. Dirigía la marcha un mocetón con la piel curtida por el sol y el viento del altiplano, cuyo rostro dibujado por Gustavo Lara, apareció en Última Hora como el personaje del mes y se llamaba Evo Morales. Él mismo se acordó de la anécdota, 15 años después, ya de Presidente en una recepción diplomática. Me agradó su gesto, pues una de las virtudes que aprecio en la gente, es la de la gratitud.

Mi vocación periodística alimentó y fortaleció mi devoción por la historia, pues lo que tenemos ahora es una herencia del pasado y por eso deploro esa especie de complejo de Adán que no estudió Freud, que se apodera de partidos y regímenes haciéndoles pensar que todo lo que les antecede es abominable y que la historia –¡benditos sean en su ingenuidad!– empieza con ellos.

Publiqué varias obras dedicadas a algunos varones, cuya labor intelectual o política quise destacar desde Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, que escribió en un millón de palabras la historia de Potosí, pero al mismo tiempo, un siglo antes de la independencia, prefiguró lo que sería Bolivia; hasta José Cuadros Quiroga, inventor del Movimiento Nacionalista Revolucionario, pasando por Manuel Aniceto Padilla, el cochabambino que se carteaba en inglés con el Libertador O’Higgins, para burlar al espionaje español y que hizo fugar al comandante Beresford, desde su prisión en Argentina hasta Montevideo; Alcides D’Orbigny, quien no sólo valoró a Bolivia en Europa, sino en un país castigado por la adversidad en el siglo XIX, como era el nuestro nos hizo comprender que podíamos salir adelante; Gabriel René Moreno, (a quien he dedicado, con el apoyo del Rector Reymi Ferreira, un salón sobre su vida y obra en el Archivo de la Universidad de Santa Cruz); Daniel Campos, que cruzó el Chaco hasta casi perecer de hambre con sus compañeros, llegando a Asunción en 1883; Franz Tamayo, Man Césped, Carlos Medinaceli, Augusto Guzmán, Wálter Guevara Arze, Augusto Céspedes y Raúl Botelho Gozálves, con quien hicimos la primera feria del libro, extendiendo aguayos en las aceras de El Prado, con el diligente apoyo de mi hija Rossana.

Habiendo pasado en vela algunas noches en el Palacio Quemado, escribí también una biografía sobre ese caserón, desde sus inicios como cabildo de La Paz. Me ocupé en otro volumen de los jesuitas, que nos legaron los bellos templos y la música barroca de Moxos y Chiquitos, hoy patrimonio de la Humanidad. Un día don Gastón Velasco me entregó unos papeles de su padre sobre el proceso Pando, y me pidió que me ocupara de probar que el presunto asesino Alfredo Jáuregui –fusilado en 1927 y que cuando murió Pando tenía 16 años– era inocente. Treinta años después pude culminar mi investigación periodística y publicar un volumen reivindicando a esa víctima de la justicia boliviana. Si el espíritu de don Gastón está en alguna parte, debe estar satisfecho. En esa obra creo probar que si el sistema jurídico era malo hace 80 años, hoy es un desastre.

Dediqué otros libros al tipo de escuela y de educación que aún perviven en Bolivia, pues desde mis años de escolar hasta los de Ministro, consideré que era cruel y además insignificante en términos de rendimiento, el encerrar a los niños y jóvenes por doce años en aulas que muchas veces parecen cárceles, mientras el mundo, sobre todo en las últimas décadas, ofrece maravillosas posibilidades de educación con el apoyo de modernos sistemas electrónicos.

Haciendo un cálculo somero, debo haber escrito más de 5.000 editoriales y unas 800 entrevistas en la revista Semana, fuera de los suplementos y las notas especiales. En ese sentido, ninguna tarea más ingrata que la del periodismo, que encierra la paradoja de que la edición de ayer ya no interesa a nadie, pero al propio tiempo, en las páginas sucesivas está la historia del presente. No sé qué haya sucedido con las colecciones de otros periódicos, pero me siento mejor al haber sido intermediario entre Luis Mercado y el Archivo de la UMSA, para instalar allí la hemeroteca de Última Hora al servicio de estudiantes e investigadores.

En los dos años que ocupé la Gerencia de Canal 7, del Estado, tuve a mi cargo los programas Voces en libertad e Identidad y magia de Bolivia. Al dejar esas funciones firmé un contrato sin contar con que los sucesivos gerentes, no sólo no me pagarían, sino que me cambiarían continuamente los horarios hasta cansarme. Tuvo que intervenir el Presidente de la República, Carlos Mesa, para que se me cancelaran los tres años de trabajo con dos programas semanales, suma que resultó equivalente al sueldo que en el mismo tiempo ganaba un ascensorista de la UMSA. Hoy transmito mi programa hace un quinquenio en Cadena “A”. Como me sucediera con Mario, tengo allí en Luis Mercado a un amigo noble e incondicional.

Con mi cámara he recorrido los nueve departamentos del país, desde Toro Toro en Potosí con sus huellas de dinosaurios hasta la comunidad Soberanía, única población boliviana en la extensa frontera de Pando con Perú. Me he detenido en monumentos precolombinos, iglesias, museos, universidades, hospitales, hoteles, cuarteles y campos de cultivo. Mi propósito fue hacer conocer al público nuestro territorio en su estupenda diversidad, el mismo que infortunadamente arde ahora por los cuatro costados, no figurativa, sino efectivamente, a través de los chaqueos provocados por semi alfabetos y angurrientos que están convirtiendo, sin sanción alguna, nuestras florestas en desiertos.

Tuve oportunidad en estos recorridos, de conocer y exaltar la labor de filántropos anónimos, escritores, historiadores, artistas plásticos, escultores, músicos, médicos, sacerdotes, artesanos y campesinos, hombres y mujeres que aportan a Bolivia con su labor creadora. El propósito subyacente de este emprendimiento fue además el de elevar la autoestima y la fraternidad entre los bolivianos. No ha sido tarea fácil, pues de no haber mediado invitaciones, me habría sido imposible trasladarme de un sitio a otro. Tampoco las condiciones de locomoción son fáciles. Para darles apenas dos ejemplos: Tuve que viajar doce horas por el río Beni y el Tuichi, para hacer un programa de una hora, con los tacana de Chalalán. En otra oportunidad tropecé con un bloqueo entre Potosí y Sucre, que me obligó a caminar desde medianoche hasta el amanecer como en medio de un socavón, tal era la oscuridad, cargado con mi cámara y un maletín que afortunadamente tenía ruedas para arrastrarlo. A mi lado, un grupo de turistas españoles, imprecaba a los cielos por su mala suerte de seguir el trayecto de esa manera, mientras yo reflexionaba en que los bloqueadores ignoraban –como lo hacen ahora mismo– que el derecho de uno termina donde empieza el de los demás. Pero todo esto se compensaba con las gentes que conocía y que aprendí a admirar, bolivianos y bolivianas que no le piden nada al Estado y dan todo a su comunidad.

En todo momento –dice Giovanni Papini– somos deudores para con los antepasados y acreedores en relación con los descendientes y todos responsables, los unos para los otros, tanto los que duermen en los sepulcros, como los que nacerán dentro de algunos siglos. Hay una comunión de épocas como hay una comunión de santos y una comunión de delincuentes. En mérito a esa comunión con el pasado, permítanme invocar en esta tan solemne ocasión para mí, las sombras de Mariano Baptista Caserta, mi bisabuelo, ex Presidente de la República, que tuvo entre otros méritos, el de negociar con la Argentina el reconocimiento de Tarija como parte definitiva del territorio boliviano y el tratado de 1895 con Chile, por el que ese país reconocía un puerto soberano para Bolivia, en el Pacífico; a Luis Baptista Terrazas, tío abuelo, que a sus 20 años perdió la vida en la batalla del Segundo Crucero, en Oruro, en la revolución federal; mi abuelo Javier, Director de La Razón cuando se produjo el deceso de Pando, y quien desde el primer momento proclamó la inocencia de Jáuregui; y a Mariano Baptista Guzmán, mi padre, que combatió en Nanagua, (donde cayó bajo la metralla paraguaya mi tío José Vallejos Baptista), Gondra, Alihuatá y Puesto Moreno, en la guerra del Chaco. A su retorno del Chaco, nunca recuperó su plena salud.

Paralelamente a mi actividad en la televisión, he consagrado los últimos años a publicar antologías de viajeros, acerca de las ciudades y Departamentos de Bolivia, del siglo XVI al XXI, y hasta donde me dé la vida, me gustaría editar un tomo de cada uno de los 9 departamentos, como otra manera de buscar la comprensión entre los bolivianos y la autoestima de cada región. Hasta ahora han aparecido las de La Paz, Sucre, Oruro, Potosí y Pando y confío en que a principios del 2012, aparezcan los de Beni y Santa Cruz. Por cierto que éstas ediciones de formato grande y con ilustraciones a color, requieren algún auspicio, que he encontrado en la empresa privada.

Les cuento que no precisamente con este tema sino, por el contrario, para contribuir con proyectos culturales que no necesitaban erogaciones de fondos públicos, acudí al Gobernador de Potosí quien, he leído, ha sido dado de baja por su exceso de trabajo y preocupaciones. Me declaro inocente de haberle causado alguna, pues yo quería verlo y he pedido repetidas veces una audiencia de pocos minutos para formalizar la entrega gratuita de algunos bienes culturales. Viajé con este propósito a Potosí, pero el hombre estaba ocupadísimo y han pasado dos años. Espero que ustedes no repitan mis experiencias con las nuevas autoridades del Estado Plurinacional, pues a pesar de que ellas disponen de diez veces más recursos que sus antecesores y que no los pueden gastar, no encuentran el tiempo para recibir a un ciudadano de a pie como yo, que quería obsequiar recuerdos del presidente Baptista a la casa histórica Santibáñez de Cochabamba, mi tierra natal. La verdad es que tuve más suerte con el actual alcalde de esa ciudad que con el Gobernador de Potosí, pues sólo hace un año le vengo pidiendo cita para este objeto y para plantearle un proyecto museístico de fácil realización y que daría recursos al municipio.

De niño, fui horrorizado espectador del colgamiento del Presidente Villarroel, cuyo cuerpo desnudo, baleado y perforado por punzones quedó balanceándose de una soga en un farol, luego de que una poblada asaltara el Palacio Quemado. Pienso que desde entonces, mucho antes de saber de Ghandi, me hice un practicante de la no violencia, sin que ello negara mi convicción de que en la vida se debe luchar por lo que uno cree que es justo y ayudar a los que no pueden hacerlo, por su indefensión, su edad o su sexo. Bertrand Russell, uno de los gigantes intelectuales del siglo XX, a quien tuve el privilegio de conocer en su retiro de Gales, escribió en su autobiografía que el amor y el saber, en cuanto me fueron posibles, me levantaron hacia los cielos, añadiendo lo siguiente: pero la compasión me devolvió siempre a la tierra. Ecos de gritos de dolor reverberan en mi corazón. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos inválidos que son sólo una carga odiada para sus hijos, y todo ese mundo de soledad, pobreza y sufrimiento, convierte en burla lo que la vida humana debería ser. Aspiro con toda mi alma a aliviar el mal, pero no puedo y sufro. Ésta ha sido mi vida. La juzgo digna de vivirse y, si se me diera la oportunidad, volvería a vivirla con gusto.

Quisiera también al margen de la galería de escritores paceños, y el museo de Franz Tamayo que se abrirán al público en enero, hacer repositorios históricos en Cobija, Santa Cruz, Cochabamba, Trinidad, Llallagua y Camargo, como retribución al país que tanto le debo y con la convicción que comparto con Vargas Llosa, de que un museo vale más que diez escuelas.

Al concluir, les debo confesar que me considero un sobreviviente que se ha negado a rendirse ante los muchos obstáculos, incomprensiones, accidentes físicos y maldades puras y simples que he debido afrontar a lo largo del tiempo y los golpes que me ha dado el destino con la desaparición sucesiva de mis hermanos, Bernardo, Fernando y Myriam, cuya memoria atesoro en mi corazón.

Cuando los escarabajos me mordían como escorpiones y los sapos me lamían las canillas con su baba ponzoñosa, me sentía protegido por mi esposa Beatriz y mis hijos Mariano y José Manuel, y percibía constante el apoyo de mi familia y de mis amigos Armando Soriano, Oscar Bonifaz, Carlos Serrate, Luis Ramiro Beltrán, Luis Urquieta, Armando Mariaca. Gracias a todos ellos.

Concluyo con mi felicitación a los jóvenes colegas que han sido también galardonados hoy, y como norma de vida les recuerdo el verso que nos legó Francisco de Quevedo desde su prisión, acusado por el Duque de Olivares de haberlo ofendido con un verso satírico. Aunque les duela a los duques de hoy, no olviden ustedes la reflexión de D. Francisco: ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Nunca se ha de sentir lo que se dice? ¿Jamás se ha de decir lo que se siente?

Fuente: LA PATRIA
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